Una vez dejadas atrás las fiestas navideñas, los excesos de mantecados, de turrones y de comilonas cada dos por tres, llega la hora de apretarse el cinturón, y lo escribo en el sentido literal de la palabra, es decir, que es hora de descontar kilos de más y alcanzar el agujero del cinturón que llevamos tiempo sin utilizar.
Así que como no quiero ser menos, me he propuesto perder unos cuantos kilos. Ponerse a régimen lo llaman. Comer mucho verde, muy poco pan, nada de alcohol y a los pasteles ni acercarse. El chocolate está prohibido siquiera mirarlo.
No hace tanto tiempo, con unos años menos, perder peso me resultaba relativamente sencillo, aunque reconozco que aún me resultaba más sencillo volver a recuperarlos. La cosa ha cambiado. Ahora, con eso de tener niños en casa, el objetivo se me hace más complicado. Y es que preparar, por ejemplo, croquetas para mi pequeña mientras yo me preparo una ensalada es duro, pero se puede sobrellevar. Pero cuando se da el caso que después de cenar le sobran un par de croquetas, eso de tener que tirarlas es superior a mis fuerzas. No va conmigo. Mi religión me lo prohibe.