martes, 14 de enero de 2025

Un atardecer

Despertamos pronto el domingo porque mi hijo Miguel tenía que jugar un partido a las 11:00 de la mañana en el campo Suel de Fuengirola contra el Benalmádena. Ganaron en el último minuto remontando un 0-1 cuando perdían en el minuto 85. ¡Vaya alegría se llevaron los chavales! Tras el partido teníamos decidido ir a Málaga para ver la exposición Desnudos. Cuerpos normativos e insurrectos en el arte español (1870-1970) que yo tenía ganas de ver desde su inauguración, en octubre. Esperamos que Miguel celebrara con sus compañeros de equipo, se duchara y tiramos para Málaga. ¡Vaya fiesta se dieron!

Almorzamos en un restaurante cerca de la calle Compañía, ya en la capital costasoleña. Miguelito estaba canino. En la sobremesa, tras un postre, fuimos a la exposición, pensando que habría poca afluncia a esa hora de un domingo, y además, también hay que decirlo, la entrada es gratuita los domingos por la tarde. La exposición me encantó, pero ya he hablado sobre ella en la entrada anterior.

Abandonamos la exposición en dirección a la calle Larios comentando los cuadros, cuál nos había gustado más a cada uno, y en eso estábamos cuando sin darnos cuenta, y sin abandonar el ensimismamiento de la exposición quedamos inmersos en la belleza de la calle Larios. La sutil inclinación de la calle permite tener una perspectiva casi paisajística. Pareciera que abandonábamos el museo recorriendo una calle en el interior de un cuadro de Antonio López, pero sin estar en Madrid. Las decoraciones clásicas, las simetrías en cada esquina, la esbeltez de los balcones, la armonía de dimensiones de toda la calle. Es una calle de una perfección y una singularidad asombrosa. Hay vida e historia en ella. Pasear por la calle Larios me congratula con la humanidad. Me hace ser más comprensivo, más paciente, en realidad, me hace mejor persona. Suena extraño, incluso algo alocado pero es así. Esta calle me hace mejor persona. Pasear por ella, a paso lento, observando las peculiaridades, su armonía, me alegra la vista y me complace hasta el punto que durante un rato me olvido de la sinrazón que gobierna a la raza humana. Entiendo que no todo el mundo piense igual que yo. Sinceramente, lo siento por ellos.

Cogimos el coche y pusimos rumbo de vuelta a casa. Le dimos play a una lista musical que tenemos preseleccionada, y tras un rato conduciendo, pasado Torremolinos por la autopista, un atardecer  sobrecogedor estaba mostrándose delante de nuestros ojos. Parecía un pavo real mostrando sus mejores galas. Todos los coches comenzaron a frenar. Costaba conducir estando atentos a la carretera de la belleza que se nos ofrecía delante de nuestros ojos. Si todos hubiéramos podido bajarnos de los coches a contemplar el atardecer lo hubiéramos hecho. Todos estábamos conmovidos por semejante visión. 

Estoy convencido que todos los que allí estábamos enternecidos por ese momento casi mágico, éramos mejores personas, no sé si me entienden.


La foto la hizo Pepi, no tiene pasado ningún tipo de filtro, salvo el cristal del coche. Y créanme si les digo que la foto no le hace justicia a la realidad.

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