Hay bandas que intentas ir a verlas una y otra vez y por una razón u otra no consigues verlas. Siempre ocurre algo, te coincide con un festejo, te pilla fuera, o simplemente unas décimas de fiebre, o una pandemia mundial impiden tu asistencia. y esa imposibilidad, en muchas ocasiones, produce una especie de deseo añadido, in crescendo, unas ganas desmesuradas, casi irracional, de ir a verlos. Algo así me pasó con Rufus T. Firefly.
Pero por fin se dio el día en el que pude ir a verlos a La Trinchera. Compré las entradas rápidamente porque sospechaba que no iban a durar mucho las entradas a la venta, como así fue. He de confesar que llegué al concierto con una ansia desmedida por escucharlos en directo. Me había preparado tantas veces y con tanta voluntad el concierto, que acudí conociendo de antemano todo lo que iba a ocurrir. No me iba a ser difícil "adivinar" la canción de inicio, ni la del final del concierto, ni siquiera los bises. Si había algún posible cambio de canciones del setlist, también sabía entre qué canciones podía ocurrir. Las pequeñas sorpresas que tenían previstas no eran tal sorpresas para mí. Todo lo llevaba tan amarrado como un banco cuando concede una hipoteca. No había posibilidad de imprevistos. Todo estaba controlado.
Comenzaron de teloneros Ballena, una banda malagueña que había escuchado por encima en streaming, aunque poco y resultaron ser un buen aperitivo para lo que nos venía después. La espera me hizo recordar a mi época de quinceañero nervioso antes de un concierto. Aunque no gritaba histérico ni nada de eso, sí que sentía algo de picorsito por la barriga.
Víctor Cabezuelo y Julia Martín, acompañados del resto de la banda, accedieron al escenario con la tranquilidad que da saberse la lección, con una seguridad que sólo se gana con la perseverancia del trabajo bien hecho. El concierto comenzó como yo lo esperaba, ahora esto, seguidamente lo otro, pero ocurrió algo que no tenía previsto, aquello que no se puede prevenir, una canción que hasta ese día me había parecido buena sin más, de repente, en directo, se levantó, despegó, conecté con ella, hizo clic, cada poro de mi cuerpo estaba allí, pero flotaba, esa sensación inexplicable de estar atrapado y liberado al mismo tiempo. Fue en Selene.
Recuerdo que la letra, cuando decía: Tengo la extraña sensación de no pertenecer a nada, y no te puedo ver, pero sé que estás ahí, ahora sé que estás ahí... y seguidamente el desgarro de la guitarra. Maravilla. Magia. Hubiera querido quedarme atrapado por siempre en esta canción. En ese momento.
Pd: Unos buenos amigos me encargaron algunos vinilos, cinco en total, los compré y esperé un buen rato a ver si me los firmaban, pero no salieron a firmar. Una pena, porque para una vez que compraba vinilos.
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