No supe de la existencia de la poetisa polaca Wisława Szymborska hasta que en 1996 ganó en el Premio Nobel de Literatura. No me sonaba ni el nombre, como supongo que le pasó a la gran mayoría del público no especializado. Nadie aparte de los que están muy atentos en los círculos poéticos internacionales sabía decir nada cierto sobre la ganadora del Nobel.
La poesía de Wisława es limpia, sin recovecos ni planos ocultos, pero encierra mucho más de lo que cuenta. Hay una especie de simpleza confesional en sus poemas, en ellos se expone sus gustos y fobias, certezas y dudas, y el lector va descubriendo verso a verso el pensamiento global de la escritora. Vamos montando el plano general de su personalidad, y en cierta manera, nos va ganando, vamos comprendiendo la simpleza (obligada) de su vida, sus penas y estrecheces y entendemos que este premio le otorga una especie de justicia poética, quizás, la única posible justicia poética de sus poemas le llegó en vida.
Leer a Wisława Szymborska es absolutamente sencillo y tremendamente tierno.
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