Las Navidades son familiares, quizás excesivamente familiares, pero en la nuestra, desde que mi madre se nos fue un preciso día de Navidad, lo son aún más. Ahora tienen añadido un sentimiento nostálgico. Siempre está presente en nuestros recuerdos pero esos días lo está de una forma casi fantasmal. Como si la viéramos, como si nos estuviera acompañando casi presencialmente. La sugestión supongo o ese algo espiritual tan personal que todos tenemos en nuestro interior. Yo, al menos, lo siento así.
El asunto es que en el día de Nochebuena nos juntamos en casa de mi hermano y Anita, con sus perros, mi padre, mis niños, mi mujer, en definitiva, rodearte de seres queridos y disfrutar juntos de los estupendos manjares que los anfitriones siempre disponen delante de nuestro ojos. Un año es en casa de mi hermano, el otro, en mi casa, así vamos rotando. Un año somos anfitriones al otro comensales.
Al día siguiente, en Navidad, solemos juntarnos aún más, porque la familia de mi mujer es una familia más larga, sin perros pero con muchos más niños, que son siempre una distracción risueña.
Este año aún con la pandemia pudimos juntarnos, y fuimos a Mengíbar, al Palacio de Mengíbar, y allí, con las medidas establecidas, las mascarillas y las distancias sociales, pudimos reunirnos a celebrar la fiesta de fin de año. Tomamos uvas, brindamos con champán y nos reímos con el cotillón. Todo muy divertido.
Ya que estábamos cerca de Baeza y de Úbeda nos acercamos a visitarlas. La idea era ir a la Taberna el Pájaro en la Plaza de la Constitución de Baeza, que ya habíamos estado con anterioridad, pero estaba cerrado de manera que fuimos a la Taberna Casa Andrés, en la misma localidad, que nos gustó mucho también. Siempre es buena cosa conocer sitios nuevos. Desde allí fuimos a Úbeda directos a la Plaza Vázquez de Molina, donde está ubicado el extraordinario Parador Nacional de Úbeda, ocupando un singular palacio del siglo XVI. En la misma plaza está el Ayuntamiento y en un extremo la Sacra Capilla del Salvador. El conjunto es verdaderamente extraordinario.
Siempre que voy a Úbeda me acuerdo de Muñoz Molina, y de la Sierra de Mágina, y de la huerta de su padre, de los olivos y de cómo le estreché la mano no hace mucho con algo de nervios, por no querer estropear nada, no dañar la mano que tan bien escribe, una mano de periodista, de novelista, de escritor o del que recorta titulares de prensa para luego mezclarlos a ver qué sale, qué idea azarosa puede ser el germen de una frase, un párrafo o incluso una novela o un artículo y mi mente, nunca mejor dicho, se iba por los cerros de Úbeda.
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