viernes, 30 de abril de 2021

El otro nombre de Laura - Benjamin Black

Un día cierras un libro del que sabes que tiene continuación, y además, está en casa, justo al lado del que acabas de devolver a la estantería recién terminado, pero decides que entre uno y otro vas a mezclar lecturas. Soy así, me gusta dar distancia a los libros y a los escritores, si encima son una saga, incluso me gusta darles un poco más de tiempo. Son manías que uno se va imponiendo sin saber cómo y sin ningún porqué. Se deciden casi por una cuestión de gusto y, como suele ocurrir con las costumbres que no están escritas, se convierten en ley.

Así que un día cerré la última página del libro de El secreto de Christine de Benjamin Black, y pensé en dejar pasar algunas lecturas antes de regresar de nuevo a pasear detrás del solitario Quirke, el nostálgico forense dublinés protagonista de la serie de novelas negras. Pasa el tiempo, y regresas tras sus pasos, y cuando vengo al blog a escribir este pequeño comentario de la lectura resulta que han pasado más de seis años. El tiempo es una apisonadora.

Para Quirke apenas han pasado unas semanas, o tal vez algunos meses, la sensación que yo tenía es que podían haber pasado un par de años, puede que tres, pero la despiadada realidad es que han pasado más de seis. Me siento como si me hubieran soltado una violenta guantada. Uno va aplazando las cosas y luego pasa lo que pasa, la inquebrantable y consistente efectividad del paso del tiempo.

Sobre el libro han pasado más de seis años, pero cuando empecé a leerlo, daba la impresión de que fue no hace tanto que compartía con Quirke ese whisky, mientras los dos mirábamos a través de la ventana cómo una lluvia muda caía inclinada sobre las adoquinadas calles de Dublín.

domingo, 25 de abril de 2021

Sofía: Quince años

El 23 de abril es conocido por ser el día del libro, y aunque en casa procuramos ser buenos lectores, para nosotros esa fecha tan señalada lo que realmente celebramos es el cumpleaños de nuestra -ya no tan pequeña- Sofía. Este año cayó en viernes, de manera que aprovechamos para salir a una pizzería a almorzar, porque nuestra pequeña artista es una voraz consumidora de lasañas, y si a cualquier pizzería que vayamos la tienen en la carta, casi con total seguridad todos sabemos que es el plato que se va a pedir. En esta ocasión era seguro que estaba incluida en la carta porque fuimos a la pizzería Mona Lisa, una de sus pizzerías preferidas. A tiro fijo. 

En casa teníamos prevista una sorpresa para ella, pues le habíamos encargado una tarta de chocolate blanco, que es una de sus preferidas, y sin que lo esperara la sorprendimos con un par de velas sobre la tarta y bueno, algunos regalos también le cayeron. En un día así sabe que un libro lo tiene asegurado.

Siempre es una satisfacción ver a alguien cumplir años, especialmente a los jóvenes. Por un lado hay una especie de sentimiento de deber cumplido, de ser partícipe, de estar ahí y poder disfrutarlo y por otro lado hay un tenue sinsabor de que todo va pasando, porque es ley de vida, los años van avanzando y aunque pasan para todos con la misma obstinada precisión, conforme uno va haciéndose mayor da la sensación de que va más rápido para unos que para otros. No tiene nada que ver con aquella relatividad del tiempo sobre la que basaba su teoría Albert Einstein pero así es, o al menos, así me lo parece y estoy seguro que en casi un abrir y cerrar de ojos ya estaré de nuevo celebrando el cumpleaños de mi niña. Crucemos los dedos.

miércoles, 7 de abril de 2021

Rafa Macarrón en el CAC Málaga

El mismo día que visitamos el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga para ver la exposición de Jules de Balincourt, también visitamos la exposición del autor madrileño Rafa Macarrón. La exposición fue bautizada con el nombre de Quince, porque ese es el número de obras mostradas, tanto dentro de las salas como en el exterior, porque en el mismo acceso al edificio del CAC Málaga, junto al río Guadalmedina, estaba expuesta una enorme y llamativa escultura de bronce en color negro titulada Perro I.

Quince puede parecer un número reducido para una exposición, pero la realidad es que dentro de cada obra de Rafa Macarrón existen muchas pequeñas obras, nunca mejor dicho en este caso, porque las obras de Rafa son en general de grandes dimensiones y abundante contenido, especialmente en un políptico formado por cincuenta dibujos individuales e independientes.

La obra que me encontré es la trabajo, según mi juicio, de un amante de los cómics, algo que se puede comprobar especialmente en el políptico, que parece la presentación en forma de orla de la ficha de todos y cada uno de los estrafalarios y  singulares seres que uno podría encontrarse en un lugar como la Cantina de Chalmun, aquel establecimiento ficticio de la saga de Star Wars localizado en el planeta Tatooine. Fotos de carnet de seres imaginarios, que parecen pertenecer a una misma especie a pesar de ser tan distintos entre sí, pero que Rafa les ha conferido una especie de inhumanidad común entre ellos.

Ver la obra de Rafa Macarrón requiere tiempo y ganas de jugar. Hay que dar un paso atrás y regresar a cuando nos tumbábamos en la cama, nos quitábamos los tenis sin desabrochar los cordones, usando la técnica innata de talón contra talón y disfrutar de lo que se ve, como antes disfrutábamos de un cómic. Pasar la página con los ojos bien abiertos y observar que en los dibujos uno puede apreciar influencias que a mí me parecen evidentes como la de Picasso -¡esas manos con dedos como panes!- y otras no tan evidentes como la de Basquiat.

En la exposición presentada en Málaga deja de lado los colores vivos y gritones que otras veces ha utilizado en sus obras y se decanta por blancos y negros y una reducida paleta de pasteles, así como múltiples técnicas y un amplio número de materiales.

domingo, 4 de abril de 2021

Jules de Balincourt en el CAC Málaga

Hacía tiempo que teníamos pendiente visitar el CAC de Málaga y poder contemplar con tranquilidad un par de exposiciones que teníamos ganas de ver. Una de ellas era  After the Gold Rush, del artista francés instalado en Brooklyn, New York, Jules de Balincourt.

A cualquiera que tenga un aceptable nivel de conocimiento musical el título de la exposición le trae al recuerdo el fabuloso disco y canción de mismo nombre publicado por Neil Young en 1970. Y, en mi caso, desde el mismo comienzo del recorrido ya llevaba metida en la cabeza las primeras notas de la canción. El recuerdo de mi primer concierto de Neil Young en Madrid 2016, que comenzó con tan maravillosa canción me acompañaba durante el recorrido. Si uno recuerda la portada del disco del autor de origen canadiense, puede fácilmente asociar que la portada del disco, que es una foto en una especie de negativo, tiene algo que ver con el juego de colores que respira la obra allí expuesta. ¿Influencia tal vez?

Lo primero que llama la atención de la obra de Balincourt es su particular uso de los colores. Es sorprendente la saturada viveza de sus cuadros. Las atmósferas entre fantasiosas e irreales son su predilección. Los exteriores humanizados por edificaciones que se ven envueltas por la salvaje fuerza de una naturaleza arrolladora. El juego de contrastes entre los colores naturales de la realidad y como Jules lo muestran son el plato principal de su luminosa obra. Hay una especie de búsqueda utópica en su pintura.  Una lucha, o más bien, un enfrentamiento entre lo idílico y lo inquietante, entre el caos y la armonía. Algunas de las escenas propuestas en sus cuadros parecían vivir disfrutando de un mundo post apocalíptico, y todo envuelto en una luz crepuscular o abrasadora. 

Las personas representadas parecen ser figurantes de una comunidad frente a la naturaleza. Hay una especie de comunión espiritual en su obra. Nadie está haciendo nada más allá de ocio. Sentados alrededor de un fuego, paseando a pie o en barca, yendo y viniendo sin prisas, sosegados, pero el uso que Jules hace de los colores transmiten un desasosiego y una intranquilidad que es justamente el encuentro entre los extremos que el artista andaba buscando.

Una exposición diferente, que te va llevando a su terreno en cuanto uno permite que su desacostumbrada luz entre en nosotros.