sábado, 19 de septiembre de 2020

El comienzo deseado

El comienzo del curso en casa fue como un salto al vacío, una chispa en el zeppelin Hindenburg,  o la estruendosa erupción de un volcán extinto. El maldito coronavirus había tirado por tierra el final del curso anterior. Fue el fin de las clases presenciales, del viaje de fin de curso y la graduación de nuestro hijo Miguel, todo de un plumazo. Todo se había visto alterado en cuestión de días. Comenzaron las clases online, el teletrabajo, el uso de mascarillas, el lavado de manos intensivo, la distancia social, los aplausos en los balcones y mil actividades más. Todo necesario, todo doloroso.

La nueva normalidad fue integrándose en nuestras vidas tan rápido como nosotros nos fuimos adaptando a ella. Fuimos capaces como sociedad, sorprendentemente, y a pesar de los políticos, de ir doblegando la curva. Parecía imposible pero se fue consiguiendo. Día a día. Los médicos, los científicos, todo el personal sanitario, los cuerpos de seguridad del estado, y un sinfín de personas arrimando el hombro, tirando del carro, a pesar del sinsentido de muchos egoístas antisociales, escépticos y despreciables.

El asunto es que el curso comenzaba, de distinta forma, con mascarillas obligatorias, distancia social, a veces online, a veces asistencial, dependiendo de la edad y de las circunstancias. Se adaptaron las aulas, se adaptó el temario, se creó una figura nueva en los centros educativos, la coordinación Covid, y con la ayuda de todos, o de muchos, se consiguió reiniciar el curso.

Qué ganas teníamos todos de que los niños pudieran volver a salir, de poder asistir a clases, de ver a sus compañeros, de poder volver a sentir ser niños. Y lo mejor de todo posiblemente fue que se obedecieron las normas, y no se extendió el virus en las aulas, que a mí, siendo honesto, me sorprendió. Fue como una luz de esperanza.


domingo, 13 de septiembre de 2020

El candelabro enterrado - Stefan Zweig

Pocas cosas me ponen de tan buen humor como comenzar un libro, pero si el libro está firmado por  Stefan Zweig, el gozo está asegurado. El autor austriaco es para mí un ejemplo de maestría narrativa, ya lo he dicho antes y no me cansaré de repetirlo. Párrafo tras párrafo para enmarcar. Una delicia de lectura.

El candelabro enterrado fue publicado en 1937, cuando Europa era un campo de batalla, la locura se extendía día a día como ráfagas de metralleta, y Hitler ya había puesto en funcionamiento su maquinaria antisemita, los campos de concentración. Zweig que siempre se mostró muy pesimista ante la fatalidad judía, decidió escribir un libro con el que ofrecer una luz de esperanza, un punto de unión para su pueblo. La lástima fue que él no aguantó hasta el final.

El libro nos cuenta una epopeya histórica, una fábula tan antigua como los pasos de los hombres, un peregrinaje a través de la fe, el recorrido vital de un inocente niño hasta un resignado anciano. Una novela corta o un relato largo sobre el viaje de un objeto sagrado, la menorá, el candelabro de siete brazos del Templo de Salomón, que va cambiando de manos desde el inicio de la decadencia del Imperio Romano hasta un final rodeado de leyenda. Durante la búsqueda del candelabro, el destino se verá puesto en manos de un anciano que dudará sobre su capacidad, y necesitará de la perseverancia tanto como su sabiduría.


jueves, 10 de septiembre de 2020

El fin del verano

Poco a poco las vacaciones se estaban acercando a su fin pero aún teníamos algunas actividades pendientes por realizar que debido al confinamiento no habíamos podido llevar a cabo. Una de ellas era dar un paseo junto al mar, los cuatro, sin prisas, para terminar en un chiringuito regalándonos un buen homenaje de sardinas al espeto, que lo estábamos deseando, y eso que ya en casa también las cocinamos, aunque claro, no es lo mismo, no son al espeto al fuego de leña junto a la brisa marina, sino al horno, pero bueno, también terminamos chupándonos los dedos. 

Sofía tenía pendiente también un concierto de Aitana, que es su cantante favorita. El concierto, como casi todo en este año de Covid, había estado varias veces a punto de suspenderse pero finalmente se pudo realizar. Fue en Marbella, en el Starlite Festival, y se celebró al aire libre, con mascarillas y manteniendo las distancias de seguridad y todas las medidas que estaban contempladas para evitar al máximo los contagios. Mientras la madre y la hija asistían al concierto, Miguel y yo nos acercamos a comer a uno de los sitios favoritos de Miguel, el restaurante Bocaseca, que ponen unas costillas al estilo americano de rechupete. Luego bajamos a Puerto Banús para tomar un helado y contemplar los yates imponentes  atracados en el puerto. Nos despedimos del lujo de lo más elitista de Marbella y regresamos al Starlite para recogerlas tras el concierto.

El colofón tras la vacaciones fue el cumpleaños de mi padre. El abuelo Miguel para los niños. Ochenta años ya. El tiempo pasa para todos e incluso para él, aunque a veces no lo parezca. Recuerdo muy bien cuando cumplió los 40 años.

Llevaba mucho tiempo esperanzado en poder celebrar su cumpleaños y a todos nos rondaba el pesar de que, con este funesto virus, no fuese posible y que todas sus esperanzas e ilusiones cayeran en un pozo, pero se acercaba el día y al final sí fue posible. Algo más reducido, con menos pompa, pero se pudo. Que era lo importante. Felicidades papá.