La nueva normalidad fue integrándose en nuestras vidas tan rápido como nosotros nos fuimos adaptando a ella. Fuimos capaces como sociedad, sorprendentemente, y a pesar de los políticos, de ir doblegando la curva. Parecía imposible pero se fue consiguiendo. Día a día. Los médicos, los científicos, todo el personal sanitario, los cuerpos de seguridad del estado, y un sinfín de personas arrimando el hombro, tirando del carro, a pesar del sinsentido de muchos egoístas antisociales, escépticos y despreciables.
El asunto es que el curso comenzaba, de distinta forma, con mascarillas obligatorias, distancia social, a veces online, a veces asistencial, dependiendo de la edad y de las circunstancias. Se adaptaron las aulas, se adaptó el temario, se creó una figura nueva en los centros educativos, la coordinación Covid, y con la ayuda de todos, o de muchos, se consiguió reiniciar el curso.
Qué ganas teníamos todos de que los niños pudieran volver a salir, de poder asistir a clases, de ver a sus compañeros, de poder volver a sentir ser niños. Y lo mejor de todo posiblemente fue que se obedecieron las normas, y no se extendió el virus en las aulas, que a mí, siendo honesto, me sorprendió. Fue como una luz de esperanza.