El pasado 11 de febrero no era la primera vez que John Mayall visitaba Málaga, ni tampoco era la primera ocasión que tocaba en el Teatro Cervantes, pero sí era la primera vez en la que yo iba a verle. Mayall, a estas alturas, no necesita presentación. Ochenta y tres años bajo su piel ya han curtido suficiente, pero me gustaría resaltar que con esa edad no sólo es sorprendente que siga ofreciendo giras, sino que la intensidad de la gira es una auténtica barbaridad. En las primeras dos semanas de la gira actuaba en 11 ciudades distintas. Ofreciendo una media de 25 conciertos al mes. Todo un ejemplo de energía. Me quito el sombrero. Carne de conciertos.
El concierto de Málaga era precisamente el primero de la gira. Por lo que todos andábamos algo perdidos sobre los temas que podría tocar. Lo lógico era que presentara algún tema de su último disco, pero no fue así. Ni un solo tema del último disco cayó. En cambio repasó grandes temas clásicos de su carrera como Dancing Shoes, The bear, Early in the mornin'...y de regalo, un bis con Room to move, que no es una de mis canciones preferidas, pero que sí es quizás la canción más recordada de Mayall.
Mayall se presentó con dos órganos, un Roland y un Hammond por cuyas teclas sus manos se movían casi quirúrgicamente, una guitarra oldie clásica Gibson que acariciaba delicadamente más que tocaba. Y por encima y alrededor de todos lucía la armónica, de la que Mayall es un auténtico doctor. A la batería Jay Davenport, y al bajo Greg Zrab, ex The Black Crowes. Siendo honesto en ocasiones eché de menos un guitarra principal, porque Mayall se acercaba a la guitarra poco para mi gusto.
Al finalizar el concierto los tres músicos bajaron a la arena y vendieron discos del batería y del bajista, y junto a Mayall firmaban si lo pedías. Un verdadero lujo para mis recuerdos. Evidentemente me traje sus firmas en un cd, que por cierto está muy bien.
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