El último fin de semana de este mes de febrero finaliza la exposición temporal que el museo Carmen Thyssen está dedicando a los pintores españoles de finales del siglo XIX, Ramón Casas y Santiago Rusiñol, y yo, como es lógico, no quería perdérmela.
La exposición conjunta, titulada Dos visiones modernas, muestra alrededor de cuarenta obras, y se completa con una sala dedicada al género del cartel publicitario, que ambos artiastas practicaron. No es la primera ocasión en la que las obras de Casas y Rusiñol se exponen juntas, ya que los dos artistas compartieron en vida hasta doce exposiciones.
Ramón Casas es tal vez el más reconocido de los dos, pero a mí, en esta exposición, me enamoró más la obra de Santiago Rusiñol. Es una cuestión meramente estética y personal, casi caprichosa. Posiblemente la selección de los temas en los cuadros de Rusiñol se acercan más a mi gusto personal. Tanto sus paisajes como sus espacios cerrados, con su cautivador y personal juego de luces, así como la melancolía que barniza cada obra terminó por ganarme.
De entre todos los cuadros que allí se exponen he seleccionado para esta entrada Jardines de Monforte. Un óleo sobre lienzo de 91 x 129,5 cm, creado en 1917, donde el artista representa un jardín solitario a la inclinada hora en la que la tarde decae dorando las copas de los árboles del fondo y el agua del estanque circular.
En este lienzo se puede apreciar claramente la intención melancólica del pintor a la hora de la elección en la paleta de colores. El contraste del verde de los cipreses y el gris rosado del albero, así como el ocre amarillento de la luz entrando por los huecos en los muros vegetales completan, a mi entender, un equilibrado juego de luces, que acentúan el encuadre del espacio ajardinado.
Al fondo, pero dentro del jardín, en una plataforma elevada, como si de un escenario se tratase, al que se ofrece acceso por una ancha escalinata que ayuda a resaltar la perspectiva, hay dispuestas varias esculturas de figuras clásicas, dando la apariencia de estar llevándose a cabo una representación teatral sin espectadores, generando así una atmósfera nostálgica y serena, casi poética, que embellece el cuadro enormemente y le confiere un aire de ensueño.
La soledad del jardín junto con la ausencia de movimiento provocan que durante su contemplación uno centre los sentidos en la luz del foco principal del cuadro, el reflejo del sol crepuscular sobre el agua estancada, despertando en nosotros una sensación verdaderamente sosegadora. Una maravilla de pintura.
De entre todos los cuadros que allí se exponen he seleccionado para esta entrada Jardines de Monforte. Un óleo sobre lienzo de 91 x 129,5 cm, creado en 1917, donde el artista representa un jardín solitario a la inclinada hora en la que la tarde decae dorando las copas de los árboles del fondo y el agua del estanque circular.
En este lienzo se puede apreciar claramente la intención melancólica del pintor a la hora de la elección en la paleta de colores. El contraste del verde de los cipreses y el gris rosado del albero, así como el ocre amarillento de la luz entrando por los huecos en los muros vegetales completan, a mi entender, un equilibrado juego de luces, que acentúan el encuadre del espacio ajardinado.
Al fondo, pero dentro del jardín, en una plataforma elevada, como si de un escenario se tratase, al que se ofrece acceso por una ancha escalinata que ayuda a resaltar la perspectiva, hay dispuestas varias esculturas de figuras clásicas, dando la apariencia de estar llevándose a cabo una representación teatral sin espectadores, generando así una atmósfera nostálgica y serena, casi poética, que embellece el cuadro enormemente y le confiere un aire de ensueño.
La soledad del jardín junto con la ausencia de movimiento provocan que durante su contemplación uno centre los sentidos en la luz del foco principal del cuadro, el reflejo del sol crepuscular sobre el agua estancada, despertando en nosotros una sensación verdaderamente sosegadora. Una maravilla de pintura.
Aún tienen tiempo, no dejen pasar la oportunidad.