lunes, 27 de abril de 2009

Uriel

Era sábado a las 14:50. Me llamó por teléfono para preguntar si estaba en casa y si me vendría bien que viniese en ese momento. Le dije que sí, que estaba bien. Dijo que tardaría 10 minutos, y eso tardó. Llamó al timbre y en la puerta pidió permiso para pasar. Entró con amplia sonrisa. Muy educado. Primero me hizo preguntas sobre el enfermo, cada vez que le contestaba, me hacía otra pregunta, ahondando en los matices de mis respuestas. Observó pacientemente al enfermo. Fue metódico. Dijo que seguiría el protocolo normal de actuación en estos casos, paso a paso, pero que había algo que no le cuadraba. Dijo que tendría que bajar al coche porque necesitaba algo así como un explorador de línea. Volvió en un santiamén. Estuvo un buen rato tocando teclas, realizando pruebas, concentrado. Le ofrecí un refresco. Denegó la invitación: No, gracias, no tengo sed.

Después de un buen rato consiguió recuperar la línea que estaba en mal estado, lo dejó funcionando aunque añadió que no como verdaderamente debiera. Me dijo que volvería el lunes si me parecía bien. Me preguntó a qué hora prefería. Le dije que a las 15:00. "De acuerdo, vendré a esa hora". Se fue y, no sé por qué, tenía confianza en que volvería, a pesar de la mala fama ganada en su gremio.

Hoy es lunes y esta tarde estuvo aquí. A su hora. Cambió la línea entera. De arriba abajo. Comprobó todo lo que tenía que comprobar y no se fue hasta que dejó todo funcionando perfectamente. Antes de irse me estrechó la mano y se fue con la misma sonrisa con la que había venido. Me despedí diciéndole que sentía ganas de abrazarlo pero que como él tenía las manos ocupadas mejor no.

Es mejicano, técnico de Telefónica, se llama Uriel y ojalá le vaya bien.

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