Sofía y Miguel ya se nos van haciendo mayorcitos. Sofía ya está saliendo de esa brumosa franja que es la pubertad y Miguel está en el centro del amplio salón de la adolescencia. En esa coyuntura, ambos comparten habitación, porque aunque nuestro piso tiene tres dormitorios, uno lo mantenemos como una habitación para el ordenador, los libros y los cds, y trastos en general.
Durante muchos años hemos sabido que "el cuarto del ordenador", nuestro despacho, tenía fecha de caducidad, que era algo provisional y que algún día no tendríamos más remedio que usarlo como dormitorio para uno de los dos. Hemos retrasado ese día más de lo que en un principio pensábamos, porque nos gustaba escucharlos reír, o charlar por las noches. Y sabíamos que si los separábamos eso se iba a perder. Finalmente cada uno de los dos estaba loco con la posibilidad de tener un cuarto para ellos y tuvimos que ponernos mano a la obra.
Sofía ya tenía sus propios planes de cómo quería su cuarto, que si la cama para allá, que si una luz aquí, una mesa allí, un espejo en esta pared, aquí el caballete de pintura y allí unos libros. Miguel no tenía las cosas tan claras, pero quería cambiar el color de la pared, quería un espejo grande, una mesa para hacer deberes y mucho espacio para guardar sus cosas.
Tomamos las medidas pertinentes y nos dirigimos a Ikea en busca de un par de mesas con cajones, una silla, una mesita de noche, dos armarios y, como suele ocurrir cuando acudes a Ikea, nos trajimos también un buen montón de cosas que no necesitábamos.
Llegó el momento, pero como antes de entrar hay que dejar salir, antes montar el cuarto había que vaciarlo, y fuimos sacando unos libros, una estantería, y así hasta que al final logramos sacarlo todo. Unas manos de pintura, un cable por aquí, un martillazo por allá, apretar unos tornillos unas cuantas tardes y poco a poco, con la ayuda de todos, lo fuimos logrando y ya, por fin, cada uno de ellos tiene aquello que tanto deseaba Virginia Woolf, un cuarto propio.
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