Mi niño juega al fútbol. Esta es una frase que puede hacer ahora mismo casi cualquier padre de niño, sin decir ninguna mentira, porque los niños lo único que quieren hacer es jugar al fútbol y mirar el móvil. En breve muchos de ellos irán abandonando el cartel de ser niños, comenzarán ser jóvenes y añadirán otra variable -si no la han añadido ya- que es la base de la evolución, ya me entienden.
Pero cuando escribo esa frase no crean que jugar al fútbol requiere ejercicio físico, un balón, una amplia zona donde correr, un par de mochilas que sirvan de postes y un buen puñado de amigos. Ya no es necesario. Los niños juegan al fútbol sentados en sus casas, con un mando en las manos, una consola de videojuegos cerca y una conexión eficiente a Internet. No necesitan más para tirarse toda una tarde, o si se les deja todo el día completo, jugando en la videoconsola.
El mío es uno de esos, pero a veces juega con su equipo de fútbol, el de verdad, porque lleva ya federado unos cuantos años. ¿Es mejor que jugar a la videoconsola? Yo diría que sí. Los amigos no son virtuales, los goles se celebran abrazándose, aprenden a sacrificarse en equipo, y mueven el esqueleto algo más que del sofá a la cama.
Pero lo peor del fútbol, con diferencia, son los padres, los energúmenos que pululan por los campos de fútbol. La mayoría de ellos padres de niños con el único lema en su cabeza de Mi Niño Fútbol Club. La verdadera lacra del fútbol.
Este fin de semana mi niño cayó en un partido, y se dobló la muñeca. No salió contento porque habían perdido y eso le dolía más que la muñeca. Al final no fue gran cosa, no hubo ni rotura ni fisura, pero tuvo que tener la muñeca inmovilizada un par de semanas. Las lesiones, otra de los contras del jugar al futbol más allá de una pantalla. Cosas de fútbol moderno.
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