jueves, 24 de marzo de 2022

Calima

Decían en los medios de comunicación que llegaba flotando en suspensión, traída por un viento sahariano y que era un fenómeno meteorológico conocido como calima. La atmósfera adquirió un color anaranjado, como si una especie de polvo de ladrillo flotara en el aire, un tono semejante a las pistas de tenis de tierra batida donde tanto ha campeado Rafa Nadal. 

Lo cierto es que ya habíamos vivido con anterioridad el oscurecer de los días por efecto de cenizas de un incendio, pero no recuerdo haberme visto en una semejante.  La luz quedó ensombrecida y la apariencia era como de alucinación marciana, un color anaranjado lo envolvía todo. Salir a la calle, decían, era peligroso, porque respirar este aire polvoriento era dañino para nuestros pulmones, pero lo que de verdad molestaba era la sequedad en los ojos y la garganta. Por mucho que pestañeáramos y lleváramos la boca cerrada no lo podíamos impedir. La calima te cegaba y te resecaba la garganta.

Evitabas salir si no había más remedio. Caminar se convertía en una acción dificultosa, pero ir en coche no lo era menos, la vista no alcazaba mucho por delante del cristal, era como una niebla intensa de arena que se te metía por todas partes, lo ensuciaba todo. Cada ventana, cada puerta, estaba cerrada a cal y canto. Las fachadas de las viviendas quedaron coloreadas de ese tono ocre, apagado. Absolutamente todo quedó cubierto por una capa terrosa que tardará días, o incluso meses en desaparecer. 

 

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