Es más que posible que ninguna de las entradas que escribo en este blog sean necesarias, de hecho, son quizás todo lo contrario, una forma como otra cualquiera de ocupar mi tiempo haciendo algo que me guste, y también de dar rienda suelta a estas ganas expansivas y sin freno que tengo de comunicarme.
Quizás es porque en mi trabajo paso mucho tiempo callado, a solas, y como no existe nadie capaz de tirarse todo el rato escuchando las cosas que se me ocurren, pues de esta forma alivio en cierta manera ese hueco que pueda sentir.
El caso es que venía a contar algo que no interesa a nadie, pero como cualquiera puede de dejar de leer en cualquier momento, me siento liberado de ser un pesado aburrimiento. A lo que iba, el asunto es que hace unas noches me desperté con ganas de ir al baño -algo que ocurre a veces- y me levanté de la cama cual mamífero tropical perezoso en dirección al inodoro. A oscuras y en silencio, tocando las paredes que sirven de norte y guía, cuidadosamente. Tratando de no despertar a la reina que comparte mi lecho. Lo conseguí.
La desgracia ocurrió una vez saciada la necesidad urinaria. En el oscuro camino de vuelta, insuflado por la confianza tras el éxito en la ida, caminando más ligero de lo que la prudencia aconsejara, fui directo y determinado de regreso a la cama, con la mala pata de que fui sin querer a apoyar el pie sobre un inesperado zapato, -mío para más inri-, que estaba completamente desaparecido de la superficie mental de mi camino de vuelta. En una reacción inmediata, para evitar doblarme el tobillo al apoyar el peso sobre un zapato ladeado y la consiguiente caída, estiré el pie buscando un nuevo apoyo, considerando que sería mejor que caer, pero con mis somnolientos reflejos madrugadores, encontré de lleno y de pico y con enérgica contundencia la esquina del sifonier, que debe ser, desde ese preciso momento, el lugar que más odio a este lado del universo.
Así que últimamente paso la mayoría del tiempo en mi sillón de lectura, con la pierna en alto, que no sé si sirve de algo, pero a mí me da la sensación de que es la posición que hay que colocar el pie. No he ido al médico porque soy muy trabajoso para ir a urgencias. Así soy yo, es lo que hay.
Pd: Pepi no tuvo más remedio que despertarse cuando escuchó cómo sapos y culebras abandonaban mi cuerpo por todos lados menos por la boca, que la apreté más de lo que ahora parece que me aprietan mis zapatos más holgados.