sábado, 23 de enero de 2021

El caso Collini - Ferdinand von Schirach

Ferdinad von Schirach es un escritor y jurista alemán. Así reza en su biografía. No lo dudo, las cosas son como son, pero hubiera quedado más adecuado si dijese: Ferdinand Von Schirach es escritor y cirujano alemán. Me lo imagino más fácilmente con una bata y un bisturí que con una toga y un mamotreto del código penal.

El caso Collini es la primera novela suya que leo, los libros anteriores que he leído son todos colección de relatos. Todos muy buenos. La novela también. En realidad voy por orden de publicación en España, no es que sea algo que yo suela hacer, pero en esta ocasión he seguido el orden natural con el que han ido sus publicaciones apareciendo en las librerías.

Las novelas a los relatos son algo así como los cortos a las películas, o las películas a las series. Tienes, en principio, la atención del lector por más tiempo. el autor muniqués sabe lo que se hace cuando a mantener la atención se trata. En el primer párrafo ya te ha abierto los ojos de par en par, ya no puedes parar.

El caso Collini es una novela corta, se puede leer perfectamente en una tarde. Yo no soy un lector tan voraz últimamente y las distracciones me quitan demasiado tiempo, pero tuve que acabarlo pronto porque cada noche prolongaba la lectura más allá de lo que mi sueño me permitía.

domingo, 17 de enero de 2021

Buscar la belleza

Es posible que este tiempo pausado y apartado que nos ha tocado vivir, a pesar de las desgracias con las que se acompaña, tenga una cara positiva, mucho menor que la negativa, claro está, pero favorable al fin y al cabo. Uno de los posibles beneficios de esta pandemia, o al menos el más inmediato que yo observo, es que la naturaleza está descansando, nuestro planeta se está pudiendo dar un respiro. Hemos dejado de contaminar al incesante ritmo vertiginoso con el solíamos, los cielos no están a todas horas enredados de queroseno quemado intoxicando nuestra atmósfera. Hemos regresado a la cueva de la que nuestros ancestros del cromañón salieron y aún permanecemos en ella esperando que pase el chaparrón, que aparezca una poción mágica que elimine y de un puntapié a esta dichosa pandemia.

La unidad familiar ha recobrado su papel principal como eje de nuestras vidas. Este encierro ha permitido a muchas personas pasar más tiempo con sus  familiares y con la gente que nos rodea. Nos hemos visto obligados a mantener el contacto telemáticamente con casi todo conocido que no convivía con nosotros, hemos perdido los abrazos en muchos casos, pero la palabra solidaridad en cierta manera ha agrandado su sentido.

Muchos de nosotros hemos tenido más tiempo libre, más tiempo para nosotros mismos. Algunos lo habrán usado para ver más la televisión, otros para dormir, muchos para hacer deporte, vete a saber, cada cual habrá elegido aquello que haya querido o podido. Yo lo he repartido en escuchar música, leer un poco más, ver más cine, y cuando he podido salir a la calle, he intentado siempre buscar cielos ardientes al atardecer. Pocas cosas me sobrecogen más que un cielo encendido de tonos malvas. Por eso, cuando he tenido la ocasión, me he calzado unos tenis y he bajado al paseo marítimo, en busca de esa estampa casi fugaz,  de una acuarela difusa de colores cálidos. Sí, los he coleccionado, como un cazador de mariposas sale con su red yo he salido en busca de la belleza en forma de atardeceres. Lo confieso, soy un poco hedonista. Busco la belleza.




sábado, 9 de enero de 2021

Navidades pandémicas

La nueva normalidad de la que tanto se hablaba estaba tan instalada en nuestra cotidianidad diaria que no era nada novedosa, y de normalidad, lo cierto es que tenía poco. El curso escolar iba avanzando y sorprendentemente para mí no se dispararon los contagios en las aulas. No me lo esperaba y supuso una na sorpresa tremendamente afortunada. La temporada de fútbol de Miguel comenzó, al igual que las clases de pádel de Sofía, a las que también se había unido Miguel. Yo había dejado el teletrabajo y estaba de vuelta en la oficina. Las navidades estaban a la vuelta de la esquina y la incertidumbre de qué podíamos hacer era enorme.

Las restricciones en los horarios estaban dando saltos casi semanalmente, el clásico tira y afloja entre economía y salud para conseguir que las curvas de contagios mejoren al mismo tiempo que se pretende mantener la economía lo mejor posible, un balanceo casi imposible.

La navidad estaba a la vuelta de la esquina. No iban a ser unas navidades habituales, pero dentro de lo permitido procuramos hacerlo lo más normal posible, no tanto por nosotros -que también- sino por los niños. Al final la nochebuena la celebramos en casa, con mi hermano, Anita y mi padre. No se podía alargar mucho porque había toque de queda, tampoco podíamos ser muchos porque no estaba permitido. Al día siguiente, el día de Navidad, fuimos a almorzar con la familia de mi mujer a un restaurante, en una amplia terraza y separándonos en grupos de seis, que es lo que estaba permitido. Afortunadamente ninguno nos hemos visto maltratados por el dichoso virus hasta la fecha. 

Para fin de año pudimos salir de la provincia y regresamos a Olvera, donde tan a gusto estuvimos en verano, con nuestros amigos Miguel y Sagrario y sus hijos. La cena de Noche Vieja la pasamos en el restaurante del hotel, en el que éramos los únicos huéspedes. Tomamos una cena fabulosa, donde nos trataron estupendamente y acabamos tomando las uvas delante del televisor del bar y como casi todo hijo de vecino pedimos el mismo deseo que todos los años pero en esta ocasión, si cabe, con más sentido.

En Olvera poco hicimos más que ir de un lado para otro, pasear por el pueblo,  respirar aire fresco -aunque fuese a través de una mascarilla quirúrgica- y comer en terrazas a pesar de ser invierno. Nos trajimos varias botellas de aceite de la localidad, algo de sobrepeso alrededor de la cintura, y la sensación de que le sacamos el juguito a la vida hasta el límite de nuestras posibilidades.