Cuando parecía imposible acudir a conciertos tuve la oportunidad de asistir a uno y la aproveché. Y no fue ir a uno cualquiera. Hacía tiempo que tenía ganas de ver en directo a León Benavente y en la ocasión anterior que estuvieron de gira cerca no puede asistir, pero en esta segunda oportunidad, que parecía mucho más complicada, sí que pude.
Pasaban los días y la fecha se aproximaba. Todo apuntaba a que el concierto podría suspenderse en cualquier momento, de que mi gozo iba a caer en un pozo, pero siguieron pasando los días y finalmente sí se pudo realizar. Óscar y yo, que compramos las entradas con bastante antelación, acudimos ilusionados a la par que sorprendidos y con muchas ganas de música en directo.
El Marenostrum Fuengirola adoptó todas las medidas que se podrían tomar. En lugar de asistir de pie, sentados y numerados. Reducción del aforo a menos de la mitad. Mantener todo el tiempo las mascarillas puestas. Separación con distancia social. Entrar y salir en orden. Todo muy controlado. Gel hidroalcóholico al acceder. La cerveza te la llevaban a tu mesa. Nada de levantarse. Y todo, por supuesto, al aire libre.
Comenzó el concierto poco después de la hora señalada y lo hicieron con una canción cuyo título parecía más una declaración de intenciones que otra cosa, Siempre hacia delante. El sonido era estupendo desde el mismo inicio. El bello entorno del interior del Castillo de Fuengirola, sobre la loma, presidiendo la entrada a la localidad es difícilmente superable. La noche estrellada y una brisa fresca fueron regalos añadidos a un evento inigualable.
La banda fue al grano, un tema tras otro sin muchas pausas, Cuatro monos, Amo, Como la piedra que flota, Mano de santo, Volando alto, o Ayer salí. Un repaso salpicado y centrado especialmente en sus dos últimos discos. Personalmente eché en falta Habitación 615, que es una de mis favoritas. No pudo ser.