Todos los años para celebrar el fin de ciclo anual hacemos alguna escapada especial. Romper la rutina aunque sólo sean un par de días. Unos años lo hacemos con la familia otro con los amigos. Así vamos alternando, para disfrutar de la compañía de todos un poco. Este año tocaba con la familia de Pepi y fuimos a pasar los últimos días del año a Carmona, población que no está muy alejada de Sevilla, de esta manera pudimos incluir algo de turismo y cultura en medio de la fiesta del exceso por antonomasia.
Precisamente este año yo no podía acercarme al alcohol, porque pocos días antes me habían realizado una pequeña intervención en el aparato digestivo, y no estaba listo para ello. Tampoco me importó mucho, porque lo cierto es que cada día estoy más concienciado a evitar el consumo alcohólico, aunque tampoco me hagáis mucho caso.
Así pasamos dos noches en un hotel céntrico de la localidad sevillana. Perfecto para poder salir a pasear por el centro del pueblo y disfrutar de su estupenda oferta gastronómica así como de sus atracciones turísticas. Realizamos una visita turística organizada, donde nos llevaron a ver gran parte de patrimonio arquitectónico. Visitamos parte de la muralla que rodea la ciudad, la Puerta de Córdoba y de la Sevilla y nos explicaron lo importante que alcanzó a ser la población en una época ya lejana, pero no tanto.
Es bonita Carmona. Es pequeña y coqueta, y aún así contiene edificios de gran valor. Sólo hace falta estirar un poco el cuello y contemplar las torres de una localidad para imaginar la importancia en otra época. Fue población importante en la Hispania del Imperio Romano, bajo el mando de Julio César, fue capital de los reinos Taifas y reconquistada y convertida en residencia de rey. Hoy en día el Alcázar del Rey Don Pedro se ha convertido en un Parador Nacional. Lo visitamos.
La fiesta de fin de año tuvo su salón de baile, su photocall, su música en directo y su barra libre. La comida fue sofisticada pero no como fin, sino como envoltorio. El agua estaba fresca.
Al día siguiente, en la para mí no resacosa mañana del primer día del año, fuimos a visitar Sevilla. Las calles de la mañana sevillana tenían algo de dejadez y abandono, con más presencia de día después que de día presente. Aún se podían ver los reflejos del confeti sobre el adoquín, restos de cristales rotos, paquetes de tabaco arrugados y un hiriente e intenso olor a amoniaco con la intención de disimular los restos de orines del exceso de las bebidas.
Casi todos los locales estaban cerrados, pero los pocos que abrieron sus cocinas habían tenido la precaución de solicitar reserva. Nosotros no. Paseamos la tarde con un cielo prístino como acompañante silencioso.
Regresamos a Carmona al final de la tarde, ya con noche cerrada. Cenamos en un restaurante en la misma esquina del hotel y a la mañana siguiente, tras un pequeño paseo por el centro, regresamos al hogar dulce hogar, pero antes todavía pudimos hacer una parada en la Venta El Túnel y zamparnos un arroz. Ah, y devolvimos el coche a mi cuñada que nos lo había prestado, pero eso es otra historia.
Es bonita Carmona. Es pequeña y coqueta, y aún así contiene edificios de gran valor. Sólo hace falta estirar un poco el cuello y contemplar las torres de una localidad para imaginar la importancia en otra época. Fue población importante en la Hispania del Imperio Romano, bajo el mando de Julio César, fue capital de los reinos Taifas y reconquistada y convertida en residencia de rey. Hoy en día el Alcázar del Rey Don Pedro se ha convertido en un Parador Nacional. Lo visitamos.
La fiesta de fin de año tuvo su salón de baile, su photocall, su música en directo y su barra libre. La comida fue sofisticada pero no como fin, sino como envoltorio. El agua estaba fresca.
Al día siguiente, en la para mí no resacosa mañana del primer día del año, fuimos a visitar Sevilla. Las calles de la mañana sevillana tenían algo de dejadez y abandono, con más presencia de día después que de día presente. Aún se podían ver los reflejos del confeti sobre el adoquín, restos de cristales rotos, paquetes de tabaco arrugados y un hiriente e intenso olor a amoniaco con la intención de disimular los restos de orines del exceso de las bebidas.
Casi todos los locales estaban cerrados, pero los pocos que abrieron sus cocinas habían tenido la precaución de solicitar reserva. Nosotros no. Paseamos la tarde con un cielo prístino como acompañante silencioso.
Regresamos a Carmona al final de la tarde, ya con noche cerrada. Cenamos en un restaurante en la misma esquina del hotel y a la mañana siguiente, tras un pequeño paseo por el centro, regresamos al hogar dulce hogar, pero antes todavía pudimos hacer una parada en la Venta El Túnel y zamparnos un arroz. Ah, y devolvimos el coche a mi cuñada que nos lo había prestado, pero eso es otra historia.
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