Despegamos desde el aeropuerto de Barcelona en un anaranjado amanecer sobre un mediterráneo plateado. Pudimos contemplar cómo el Sol iba ascendiendo, dando luz desde el este, acabando con las sombras sobres las cimas de las montañas, como un ejército implacable ganando terreno a un enemigo derrotado. Una imagen que empequeñece tanto como sobrecoge.
Aterrizamos en Málaga desde Barcelona y sin tiempo para desayunar y tras recoger el coche, nos dirigimos directamente hacia el puerto de la capital costasoleña, allí debería de estar el crucero que íbamos a visitar, pero no estaba. Supimos después que tuvo problemas para salir de otro puerto y por eso llegó algo tarde. Nos vino bien porque tuvimos tiempo de desayunar.
Esa mañana íbamos a visitar un crucero, el Norwegian Star, un barco construido en 2006 pero que había sido recientemente remozado en el 2018. La idea era enamorarte de una idea, de una forma de viajar, de descubrir horizontes, nunca mejor dicho. Para ello íbamos a conocer su forma de funcionar, ventajas y desventajas, conocer sus variadas opciones de restauración, así como los atractivos interiores del barco. Habíamos quedado con las hermanas de mi mujer y sus maridos para visitarlo.
Un casino, piscinas cubiertas y descubiertas, gimnasios, amplias zonas de esparcimiento, salones, tiendas, galerías de pintura, ascensores panorámicos, y muchos restaurantes, pero a mi juicio lo más impresionante es un amplio teatro donde se representan varios musicales las noches de cruceros. Poder conocer por dentro un crucero es una experiencia distinta. No pudimos ver un camarote, porque el crucero iba completo, y esa fue la pena, pero sí pudimos almorzar y además invitados.
Abandonas el barco deseando tener alguna vez la posibilidad de realizar un crucero con la familia. Un sueño pendiente.
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