domingo, 1 de octubre de 2017

Día 8. Santander - Santillana del Mar

Para este día habíamos previsto visitar Santander. La idea era irnos pronto del hotel para aprovechar el día en Santander. Así que nos fuimos de Santillana del Mar sin desayunar, directos a la capital de Cantabria. La idea era realizar la media hora en coche que separa Santillana del Mar de Santander y desayunar ya en la ciudad.  Encontramos aparcamiento en el paseo de Pereda, a la altura de la Plaza Pombo y en un cafetería croisantería que hacía esquina desayunamos estupendamente.

El primer propósito era acercarnos a la península de la Magdalena y visitar el Palacio de la Magdalena, hoy día sede de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Tuvimos suerte y aparcamos en la zona de parking que hay frente a la Playa del Camello. No había mucha gente aún en la playa porque era temprano, pero sí había mucha gente jugando a las paletas. A los niños les sorprendió mucho ver a tanta gente jugando a las paletas a la vez.

Hicimos unos pocos minutos de colas para acceder a la visita guiada al Palacio de la Magdalena. La visita fue interesante y bastante completa, pero yo me quedo con las fachadas y el exterior del palacio, bueno, y con el vestíbulo principal y su gran escalera. La fachada del edificio es una heterogénea mezcla de estilo inglés y estilo francés. El conjunto me resultó muy llamativo y atractivo. La ubicación y lo perfectamente cuidado que está todo el entorno hacen que sea una visita muy agradable.

Rodeamos la península al completo dando un paseo agradable, y después de la visita incluso paramos en una amplia zona de parque de juegos donde los niños se lo pasaron en grande. Mientras nosotros tomamos un café en la terraza de un bar que hay en el mismo parque. Regresamos al coche y recorrimos todo el paseo de la playa del Sardinero e incluso aparcamos de nuevo para poder acercarnos a la playa. La playa del Sardinero tiene fama en el mundo entero.

Fuimos al centro de nuevo en coche y aparcamos en el parking de la Plaza Pombo de nuevo. La idea ahora era patear la ciudad, y eso hicimos. Miguel se ve que no entendió bien el mensaje y en una de sus célebres tonterías, al salar para tocar la rama de un árbol cayó de cabeza a un jardín a una altura de más de un metro. No lo vio y al intentar hacer pie se encontró el vacío. Vaya susto nos llevamos todos. Él se levantó de un salto diciendo que no le había pasado nada, pero tuvimos que echarle un vistazo por todos lados. Menos mal que cayó sobre zona ajardinada y el césped amortigüó la caída. Además se dio en la cabeza. Un susto y un golpe de suerte en un mismo salto. Aún así buscamos una farmacia cercana para echarle una crema en los rasguños que se hizo. Afortunadamente todo quedó en un susto.

Llegamos hasta la elegante Plaza Porticada y continuamos hasta la plaza del Ayuntamiento. Ya era la hora de almorzar, y nos habían recomendado un sitio para  picar. Buscamos por el google maps y en un paseo de 15 minutos nos plantamos allí. Otra cosa no, pero restaurantes en el centro de Santander hay a patadas. Todo lo que comimos estuvo estupendo, pero quisimos picar un poco e ir a otro sitio, para cambiar, y continuar picando. Yo tenía ganas de probar unas peregrinas en un local que había visto antes. Allí nos plantamos. Todo estupendo, y las peregrinas estupendas.

Después de almorzar, lo apropiado es tomar un postre y estando en agosto, nada como un helado. Buscamos por recomendación una heladería Regma, encontramos una que hay en el mismo Paseo de Pereda, muy cerca de la sede central del Banco Santander, que es un edificio extraordinario. Las vistas fabulosas.

Nos sentamos en un banco a disfrutar de los helados y empezaron a caer unas gotas de lluvia. Paradojas del norte. Poca cosa, pero decidimos encaminarnos hacia el coche y abandonar Santander y regresar a Santillana del Mar, pues aún teníamos alguna visita que hacer en la localidad que ni es Santa ni es llana ni tiene mar, como su ilustre nombre engaña.

Una vez de vuelta en Santillana del Mar la idea era realizar la visita de la Colegiata de Santa Juliana. Y eso hicimos. La visita era con audioguía, y lo cierto es que estaba muy bien explicada y de manera muy amena. La colegiata es tan bella en el exterior como en el interior. El claustro y sus capiteles son maravillosos, pero es el conjunto lo que enamora, los distintos elementos arquitectónicos que integra la hacen especialmente bella. Las ábsides semicirculares, la torre cilíndrica, el frontón triangular sobre la portada, el color de la piedra, todo de una belleza majestuosa y humilde, casi pobre. Una de las edificaciones románicas más bellas que he visitado. Una visita recomendadísima.

Nada más salir paramos a tomamos un vaso de leche fresca con unos sobaos pasiegos en la Casa de los Quevedo y Cossío, donde está el Obrador Casa Quevedo. Para chuparse los dedos. Paseamos toda la localidad de arriba a abajo y de cabo a rabo. La torre de Don Borja, la Plaza Mayor, el Ayuntamiento, la Torre de los Velarde, las distintas posadas, hospedajes y el parador, las sidrería, los artesanos y los restaurantes, todo, absolutamente todo, muy bien cuidado y decorado.

Aún no había comenzado a caer la noche, y aunque no teníamos mucho apetito decidimos picar poca cosa antes de regresar a la habitación del hotel para descansar el estupendo día que habíamos vivido. En el patio interior de la sidrería Casa Miguel, bajo un frondoso árbol nos sentamos a una mesa, y cuando ya terminábamos de cenar comenzaron a caer otras gotas sueltas. Parece que el tiempo nos metía prisa para irnos de los sitios. Y eso hicimos. Nos vendría bien descansar.

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