sábado, 4 de marzo de 2017

En Córdoba

Volver a Córdoba siempre es un placer. Hacía bastante tiempo que teníamos ganas de enseñarles a los niños Córdoba y su Mezquita y de pasear con ellos por las principales plazas, contarles brevemente algo de la historia que ha caminado entre sus murallas. Explicarles que en el siglo X Córdoba fue, junto con Constantinopla, una de las ciudades más importantes del mundo y que fue durante siglos un ejemplo de modernidad y de concordia entre tres religiones mayoritarias distintas. Todo aquello se fue al carajo en pocos años con los Reyes Católicos y sus cruzadas. Aquellos Reyes intransigentes que expulsaron al moro de España, o lo que entonces ni siquiera era aún España, pero eso son otros pequeños detalles de la historia. Para bien o para mal.

El día amaneció nublado pero la temperatura era agradable. Los niños y mi santa estaban de vacaciones de Semana Blanca, y yo no trabajaba porque era fiesta, el día de Andalucía. Sin madrugar pero sin pensarlo dos veces pusimos camino a Córdoba. Paramos por el camino para desayunar y antes de las 12:00 estábamos en Córdoba.

Aparcamos el coche al otro lado del río, por detrás de la Torre de la Calahorra, donde todavía a esa hora en un día de fiesta era medianamente posible aparcar. Cruzamos el Guadalquivir a pie por el puente romano hacia la Puerta del Puente. ¡Qué sensación es cruzar este río por un puente romano! Lo primero era lo primero, así que sin perder el tiempo nos encaminamos directos hacia el Patio de los Naranjos donde sacamos los tickets para entrar a la Mezquita-Catedral. Poco puedo yo añadir aquí sobre este fabuloso templo que no esté escrito por plumas ilustres. Documentación hay infinita. Historias, cuentos y fábulas que encierran estas murallas las hay a miles, pero nada podrá sustituir la sensación de verlo in situ. Así que si no han tenido la suerte de visitarla, y pueden, no esperen más.

Terminamos la visita algo sedientos y para seguir con las costumbres de visitas anteriores, paramos a tomar un tentempié en el Bar-Taberna Santos: refrescos y un par de pinchos de la enorme tortilla de patatas que allí cocinan y un cuenco de salmorejo para compartir entre los cuatro.

Callejeamos dejándonos llevar por el devenir de nuestro pasear entre las estrechas calles del centro. Contemplamos los patios encalados, adornados de cuidadas macetas que nos sorprendieron muy floreadas para estar a finales de febrero. Tomamos asiento para almorzar en la plaza de Jerónimo Páez. Pedimos otro salmorejo, pinchos morunos y un típico flamenquín cordobés y algunas cosas más que los niños eligieron.

Continuamos nuestra visita para bajar el almuerzo camino de la Plaza del Potro, allí les explicamos a los niños que allí estuvo alojado el escritor Miguel de Cervantes, que es quien da nombre a su colegio, y que esa plaza aparece en El Quijote. Desde allí volvimos a la Mezquita para rodearla hasta la entrada del Alcázar de los Reyes Cristianos, pero no entramos, preferimos dejarlo para otra ocasión y así seguir caminando y poder mostrarles una visión más general.  Desde el monumento a Averroes seguimos por la sombra de la muralla hasta la Puerta de Almodóvar, donde está la estatua a Séneca.

Nos sumergimos de nuevo al callejeo de esquinas inesperadas, plazas escondidas y balcones floridos de macetas de colores. Teterías, pastelerías, terrazas estrechas en la tarde tranquila de un día festivo. Llegamos casi sin querer a la Plaza de las Tendillas y desde allí a la Plaza de Capuchinos, y su Cristo de los Faroles.

Los niños comenzaban a sentirse cansados y el atardecer anaranjaba la tejas de barro sobre las casas. Era hora de regresa, de manera que deshicimos nuestros pasos hasta el coche, no sin antes detenernos en el puente, y echar una vista atrás, al día vivido, al regalo que los días esconden en nuestras vidas.



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