domingo, 9 de octubre de 2016

¡Qué preciosidad!

Cuando rozaba yo la edad tonta y despreocupada de los 13 ó 14 años me apunté durante un verano a clases de guitarra. Era algo que siempre había querido aprender. Mis padres me compraron una guitarra española preciosa, y en ese verano aprendí muy lentamente a arrancarle unos cuantos acordes a la guitarra. Apenas media docena de acordes aprendí y, como suele ser habitual en mí, a mitad de curso me aburrí. De repente, las clases empezaron a estorbarme para hacer mis tareas estudiantiles y casi sin darme cuenta me fui quedando atrás en las clases.

La guitarra, como pueden imaginar, quedó como bonito decorado en un rincón de mi habitación. Ahora, tres décadas después, y desde hace muchos años, estoy muy arrepentido de aquella decisión. Pero recientemente he decidido resucitar la guitarra e intentar retomar mis mínimos conocimientos de guitarra. como dice el dicho, más vale tarde que nunca.

Llevo un par de semanas maltratando la guitarra y estoy tremendamente ilusionado, pero claro, estamos en septiembre que es algo así como el mes de las buenas intenciones y de iniciar muchas cosas. Veremos a ver cómo sigo más allá de diciembre. Lo difícil, como siempre, va a ser sacar el tiempo.

Me muero de ganas por tener una guitarra eléctrica, pero me he prometido no pillarme una -aunque fuese de segunda mano- hasta comprobar que voy medianamente en serio con esto de tocar la guitarra, a pesar de que creo que una de las razones de aquel abandono temprano fue -a mi juicio- que no soy muy amante de la guitarra española y sí, en cambio, mucho de la eléctrica. 

Como para casi todo en la vida, para gustos, colores. Yo mato por una imitación de Gibson Les Paul en negro. ¡Qué preciosidad! No me digan que no tengo buen gusto. 


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