viernes, 2 de septiembre de 2016

París. Día 2.

Despertamos en nuestro segundo día con muchas ganas de disfrutar de la ciudad de la luz. Lo primero fue desayunar en el hotel, y cargar el depósito, después fuimos en metro hacia el Arc de Triomphe, colosal puerta de entrada a la ciudad. Miguelito estaba fascinado por la grandiosidad de la construcción, y Sofía por la amplitud de la plaza y de que para acceder a ella había que hacerlo bajo tierra.

Desde el Arco del Triunfo iniciamos nuestro paseo por la lujosa Avenue des Champs-Élysées. No sé si es la avenida más elegante del mundo pero si no lo es debe estar cerca. Joyerías, tiendas de diseñadores, el famoso cabaret Lido, galerías comerciales, concesionarios de coches. No eres una marca de primera fila si no estás allí. A media distancia de la avenida, en el innovador concesionario de Citröen, se podía distinguir desde la calle que  había en su interior un helicoidal tobogán de cinco plantas. ¡26 m de altura! Preguntamos si era posible que los niños se tiraran. Les encantó. Se hubieran pasado toda la mañana tirándose. 

Continuamos hasta la Avenue Winston Churchill, y en ella giramos para visitar el museo del Petit Palais, actualmente Musée des Beaux-Arts de la Ville de Paris, donde nos encontramos con obras de artistas franceses como Jean Ingres, Eugène Delacroix y Gustave Coubert, además de mobiliario y objetos de artes decorativos. Aunque lo más admirable con diferencia, a mi juicio, es el mismo edificio, especialmente el monumental pórtico de la entrada, verdaderamente imponente. El jardín interior semicircular estaba algo descuidado, todo hay que decirlo. La entrada fue gratuita.

Justo en frente del Petit Palais está el Grand Palais, que estaba cerrado por reformas, así que no pudimos visitarlo.  Continuamos hacia el Pont Alexandre III, porque los niños querían asomarse al río Sena. A Miguelito le encantaba ver pasar a las barcazas desde lo alto del puente. Desde aquí también podían ver los Inválidos con su cúpula dorada y la torre Eiffel. Empezaban a impacientarse, y no pensaban en otra cosa que en acercarse a la torre Eiffel. Pero el tiempo estaba aún algo revoltoso y quisimos dejarlo para otro día que tuviéramos un día soleado.

Volvimos por nuestros pasos de nuevo a la Avenida de los Campos Elíseos y continuamos hacia la Plaza de la Concordia, presidida por el obelisco egipcio de Luxor. Les explicamos que el obelisco es el monumento más antiguo de París, con unos 3000 años y que en esa plaza María Antonieta y Luis XVI perdieron la cabeza, y que no sólo ellos sino que muchísimos más cortesanos también lo hicieron gracias a la sobrecogedora idea de Guillotin. Hoy, en la plaza de la Concordia hay una enorme noria que no estaba en nuestra anterior visita a París en abril de 2004. Lo que sí siguen estando son las dos colosales fuentes. Preciosas las dos.

Abandonamos la Plaza de la Concordia, por la Rue Royal, encaminándonos hacia la Madeleine, pero torcimos por la Rue Saint Honoré para llegar a la Plaza Vendôme. La arquitectura y el diseño de esta sobria y elegante plaza es una de mis favoritas. La columna Vendôme, antes columna de Austerlitz, fye erigida por orden de Napoleón para celebrar su victoria en la batalla de Austrerlitz. Nos fotografiamos desde muchos de sus bellos rincones. Contemplamos desde lejos la Ópera Garnier

Se acercaba la hora de almorzar y de descansar un poco porque llevábamos toda la mañana caminando. Además comenzó a nublar el día y parecía evidente que de un momento a otro comenzaría a llover. Así que no era mal momento para parar. Pasamos por la puerta del Harry's New York Bar, allá donde Coco Channel, Humphrey Bogart, Rita Hayworth o el mismísimo Hemingway se tomaban Bloody Marys, pero desafortunadamente estaba cerrado, y al final nos tuvimos que meter en un McDonalds. ¡Cést la vie!

Después de almorzar y ya que el cielo había abierto decidimos pasear por las jardines del Palacio Real. Un entorno propicio para descansar la sobremesa. Había una brisa agradable y se estaba de escándalo estirando las piernas en los bancos de los jardines. El fluir del agua en las fuentes como música de fondo era una verdadera bendición.

Abandonamos nuestra pereza y nos dirigimos al patio interior de los Jardines del Palacio Real, conocido como el patio de las columnas. A los niños les gustó subirse y saltar al potro con ellas.

Era viernes y quisimos aprovechar que el día estaba nublado y que el Museo del Louvre cerraba sus puertas más tarde de lo normal. Así que pagamos la entrada y visitamos el Louvre. Sabíamos que es imposible visitar el museo completo en una jornada y mucho menos con niños, así que decidimos ver lo imprescindible y la parte española. Sofía tenía ganas de ver la Mona Lisa y Miguel los sarcófagos egipcios. Así que eso lo vimos. Yo tenía especial interés en esta ocasión por el Astrónomo de Vermeer y por un par de obras de Meissonier. La Venus de Milo era una atracción para todos.

El Louvre es inmenso, enorme, casi infinito, pero también algo caótico y desordenado, mal señalizado y muy ruidoso. Hay que tener una especial capacidad de abstracción para poder disfrutarlo y con dos niños eso es tarea prácticamente imposible.

Abandonamos el Louvre machacados y nos retiramos al hotel vía metro. Una cena ligera, una ducha rápida y un sueño profundo. Ese fue el menú que saboreamos aquella noche.



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