Casi en un suspiro ha pasado agosto. Ahora toca ordenar un poco el desbarajuste en el que uno cae en las vacaciones, porque siempre hay se quiera o no algo más de desajustes en los horarios y planes. Ahora que ya se nos acabó agosto toca ir concienciándonos en volver a la rutina.
Una de las cosas que más dejo de lado en las vacaciones es este blog, y en general, todo lo que sea sentarme delante de un ordenador. Así que hoy entro con ganas de contaros el viaje que mi santa, mis niños y yo hemos disfrutado este verano.
Desde hacía bastante tiempo que teníamos previsto un viaje a París, y aunque parecía que no iba a llegar nunca el momento de partir, al final, lo cierto es que llega. Luego todo pasa como un relámpago.
Tuvimos que madrugar, y mucho, para coger el avión, pero madrugar no es tan sufrido cuando lo que espera por delante es muy deseado. Ni siquiera a los niños les costó dar el salto de la cama. Metimos cada uno su maleta de cabina en el maletero del coche y nos dirigimos al aeropuerto. El despegue fue muy bien y el aterrizaje mejor. Aterrizamos en un avión de Air Europa en el aeropuerto Charles de Gaulle y desde el mismo aeropuerto cogimos un tren que nos llevó hasta la Gare du Nord. A pocos metros de la estación estaba ubicado nuestro hotel. El Hôtel Avalon es algo pequeño aunque funcional, en el que sirven un desayuno a un precio razonable -sobretodo teniendo en cuanta que los niños no pagaban- y estaba especialmente bien conectado por metro y tren.
Una vez realizado el check-in y dejado las maletas en la habitación, comenzamos la visita a la capital de Francia.
Lo que nos pillaba más a mano desde el hotel, dando un paseo agradable, era Montmartre. Subimos hasta los pies de la Basílica del Sagrado Corazón en el funicular, lo que divirtió mucho a los niños. Desde allí se disfruta de unas vistas soberbias. Prácticamente todo París está a los pies de Montmartre. Entramos en la Basílica y disfrutamos de sus impresionantes proporciones, incluso bajamos al sótano, al salir decidimos rodearla y seguidamente nos dejamos envolver por el espíritu bohemio de la Place du Tertre. Nos fotografiamos casi en cada esquina y escalera, y fuimos bajando entre callejuelas encantadoras, pasando junto a la torre del agua, el museo de Montmartre y el Espace de Dalí. Descansamos unos minutos en la Square de la rue Burq, donde había un parque donde los niños jugaron.
Continuamos nuestro descenso hasta el Boulebard de Clichy, en Pigalle, donde nos fotografiamos junto al Moulin Rouge. Allí cerca -en un Quick- almorzamos y nos refugiamos de la lluvia ya que acababa de comenzar a chispear.
Después de recargar la energía cogimos el metro en la estación de Blanche, que estaba casi en la misma puerta, hasta la parada del Museo del Louvre. Entramos a través del centro comercial que hay en las puertas del museo. Al salir a la superficie, Sofía quedó boquiabierta, le encantó. Dice que es lo que más le gustó del viaje. La simetría del colosal edificio, la pirámide invertida, el arco del carrusel, el obelisco al fondo y aún más lejana la torre Eiffel, con su estilizado e inconfundible silueta.
Comenzó a llover y esta vez iba en serio. Tiramos por Rue des Pyramides en dirección a la Ópera, pero nos detuvimos de camino en una confiterie Paul. Escampó y proseguimos en dirección a la Ópera. La mediorodeamos después de sacarnos fotos desde todas las perspectivas y nos dirigimos hacia los grandes almacenes Lafayette, para enseñarle a los niños la espléndida cúpula que preside el salón principal. Una maravilla del art noveau.
Por el Boulebard Haussmann y girando en la rue Tronchet llegamos a la plaza de la Madeleine, y contemplamos sus estilizadas columnas de la entrada.
Empezaba a anochecer y a todos se nos abría la boca con más frecuencia de lo habitual. El día había sido largo, de manera que cogimos el metro en la misma plaza y nos fuimos al hotel. Nos habíamos ganado el descanso. Junto al hotel compramos algo para cenar y así acabamos el día. Una muy buena forma de tomar contacto con París.
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