sábado, 10 de septiembre de 2016

París. Día 3.

El sábado por la mañana, en nuestra tercera jornada en París, amaneció el día nublado, pero según las predicciones del tiempo el sol iba a ir ganando terreno a lo lardo del día. Y así fue. Nuestro primer propósito del día era la ansiada visita a la Torre Eiffel. De manera que en cuanto terminamos de desayunar cogimos el metro y nos fuimos hacia Trocadero, desde donde iniciamos nuestra visita a la Torre Eiffel.

La Torre Eiffel es imponente incluso cuando ya la has visto antes. A los niños los dejó boquiabiertos. Su tamaño es faraónico, y su esbelta figura es lo singularmente atractiva como para llamar la atención desde donde quiera que se cruce en nuestra mirada.

Conforme nos fuimos acercando pudimos comprobar las enormes medidas de seguridad por las que había que pasar para poder acceder a la torre. Tras una larga cola, y tras pasar por un meticuloso control de seguridad, pudimos acceder al ascensor que nos subiría a la segunda planta de la Torre Eiffel.

Desde allí se divisa casi cualquier construcción que sobresalga de tamaño. Algo tan voluminoso como el Arco del Triunfo parece de juguete desde cierta distancia. Incluso las barcazas flotando en el Sena parecen ridículas. En la primera planta de la Torre Eiffel hay como una zona de descanso, con césped artificial, para tumbarse y tomar el sol, hay además un área con el suelo de cristal sobre el que los niños pasaban una y otra vez. Por supuesto yo ni acerqué. Me puso malísimo verlos allí.

Pasamos casi media mañana completa en la visita de la Torre Eiffel. Los niños lo estaban pasando estupendamente con la idea de estar en la Torre y no quisimos meterles prisa para irnos de allí. Fue el gusanillo del apetito en el estómago el que les obligó a salir. Así que cogimos el metro y nos dirigimos hacia el Barrio Latino, y junto a la Sorbona, en un Monoprix que encontramos por el camino, nos compramos unos bocadillos y eso almorzamos. Algo rápido y barato. Teníamos aún muchas cosas pendientes por ver.

Partimos desde las vetustas Termas de Cluny, por el Boulevard Saint-Michel, hasta la misma puerta del Jardín de Luxemburgo donde giramos hacia el Panteón. El día había comenzado a torcerse y se intuía que de un momento a otro se pondría a llover. El Panteón es uno de esos imprescindibles que no visitamos en nuestro anterior viaje a París, y no queríamos dejar pasar esta segunda oportunidad.

El edificio del Panteón se terminó de construir en plena Revolución francesa y en él se encuentran los restos de grandes personalidades de la historia de Francia, como son Voltaire, Rousseau, Victor Hugo, Marie Curie o Alejandro Dumas. También está instalado en el Panteón una réplica del péndulo de Foucault, en el mismo lugar donde originariamente se instaló el famoso péndulo para el experimento de demostrar la rotación de la tierra. Algo curioso.

A pocos pasos del Panteón, por la parte posterior izquierda, se encuentra la Iglesia Saint-Étienne-du-Mont, del siglo XV-XVI, construida sobre los restos de la cripta de la abadía de Santa Genoveva del siglo VI, patrona de París. La iglesia Saint-Étienne-du-Mont es, a mi gusto,  una de las más bellas de París. Exteriormente es una maravilla, pero es que interiormente tampoco está nada mal. Posee una pareja simétrica de  escaleras de caracol alrededor de las columnas centrales que son una auténtica maravilla. El púlpito de madera es sencillamente impresionante. Además contiene las tumbas de Jean Racine y Blaise Pascal. Jean-Paul Marat está enterrado en el cementerio de la Iglesia y también conserva las reliquias de Santa Genoveva. Las escalinatas laterales exteriores de la iglesia fueron utilizadas como escenario recurrente en el rodaje de Medianoche en París, de Woody Allen. En ella nos hicimos unas fotos simulando la escena.

Terminamos abrumados de tanta belleza y abandonamos la iglesia dejándonos llevar cuesta abajo entre calles repletas de bares, cafés-patisserie, tiendas de vinilos y librerías. Paramos en una cafetería junto a la rivera del Sena, con el perfil de la catedral de Notre-Dame asomando detrás de la espesura de los árboles y el trasiego en los puestos de los buquinistas.

Poco puedo contar ya que no se haya contado de la catedral de Notre-Dame. Lo que más me gusta de ella  -y esto es una percepción muy personal- es la parte trasera, donde sus arbotantes y contrafuertes pueden observarse con limpieza. La piedra ahí parece separarse y tomar espacio, como si estuviera estirada, casi despellejándose, frágil a la vez que sólida. Las gárgolas simulan observar todo lo que sucede cual cámaras de seguridad, misteriosas y siniestras. Uno puede imaginarse aún a Quasimodo asomado al rosetón, taciturno. ¡Cuántas leyendas y cuanta literatura alrededor de ella! Y todo en el inmejorable marco de la Ile de la Cité.

¡Desde el siglo XII hasta hoy, cuánta historia! Desde su origen en el pueblo romano, pasando por el oscuro medievo, la peste negra, Juana de Arco, la revolución francesa, la coronación de Napoleón, el romanticismo labrado en piedra, Esmeralda enamorando a Quasimodo en la imaginación de Víctor Hugo, los bombardeos nazis... ya sabemos que la historia está múltiples veces escrita con sangre y dolor.

Abandonamos la catedral hacia los jardines aledaños a descansar, sabiendo que uno acaba de pisar la piedra por la que caminó la Historia. Paso a paso. Desde allí continuamos nuestro camino hacia el Hotel de Ville. Otra maravilla. La plaza delantera estaba siendo restaurada y la vista perdía encanto enormemente.

Por la Rue du Renard llegamos hasta la Fuente de Stravinsky y desde allí hasta el Museo Pompidou. Había mucho ambiente. Jóvenes bailaban al ritmo contundente de música dance que salían de altavoces voluminosos. Nos detuvimos a verlos. A los niños les gustaba ver a los jóvenes bailar. Les echaron unas monedas.

Bagabundeamos por el Boulevard de Sébastopol, esperando que el atardecer cayera sobre nosotros. Desde el Forum Des Halles cogimos el metro hasta la Gare du Nord, cerca de nuestro hotel. El día estaba terminado y nuestros pies destrozados y aún nos quedaba mucho por recorrer en este viaje.

viernes, 2 de septiembre de 2016

París. Día 2.

Despertamos en nuestro segundo día con muchas ganas de disfrutar de la ciudad de la luz. Lo primero fue desayunar en el hotel, y cargar el depósito, después fuimos en metro hacia el Arc de Triomphe, colosal puerta de entrada a la ciudad. Miguelito estaba fascinado por la grandiosidad de la construcción, y Sofía por la amplitud de la plaza y de que para acceder a ella había que hacerlo bajo tierra.

Desde el Arco del Triunfo iniciamos nuestro paseo por la lujosa Avenue des Champs-Élysées. No sé si es la avenida más elegante del mundo pero si no lo es debe estar cerca. Joyerías, tiendas de diseñadores, el famoso cabaret Lido, galerías comerciales, concesionarios de coches. No eres una marca de primera fila si no estás allí. A media distancia de la avenida, en el innovador concesionario de Citröen, se podía distinguir desde la calle que  había en su interior un helicoidal tobogán de cinco plantas. ¡26 m de altura! Preguntamos si era posible que los niños se tiraran. Les encantó. Se hubieran pasado toda la mañana tirándose. 

Continuamos hasta la Avenue Winston Churchill, y en ella giramos para visitar el museo del Petit Palais, actualmente Musée des Beaux-Arts de la Ville de Paris, donde nos encontramos con obras de artistas franceses como Jean Ingres, Eugène Delacroix y Gustave Coubert, además de mobiliario y objetos de artes decorativos. Aunque lo más admirable con diferencia, a mi juicio, es el mismo edificio, especialmente el monumental pórtico de la entrada, verdaderamente imponente. El jardín interior semicircular estaba algo descuidado, todo hay que decirlo. La entrada fue gratuita.

Justo en frente del Petit Palais está el Grand Palais, que estaba cerrado por reformas, así que no pudimos visitarlo.  Continuamos hacia el Pont Alexandre III, porque los niños querían asomarse al río Sena. A Miguelito le encantaba ver pasar a las barcazas desde lo alto del puente. Desde aquí también podían ver los Inválidos con su cúpula dorada y la torre Eiffel. Empezaban a impacientarse, y no pensaban en otra cosa que en acercarse a la torre Eiffel. Pero el tiempo estaba aún algo revoltoso y quisimos dejarlo para otro día que tuviéramos un día soleado.

Volvimos por nuestros pasos de nuevo a la Avenida de los Campos Elíseos y continuamos hacia la Plaza de la Concordia, presidida por el obelisco egipcio de Luxor. Les explicamos que el obelisco es el monumento más antiguo de París, con unos 3000 años y que en esa plaza María Antonieta y Luis XVI perdieron la cabeza, y que no sólo ellos sino que muchísimos más cortesanos también lo hicieron gracias a la sobrecogedora idea de Guillotin. Hoy, en la plaza de la Concordia hay una enorme noria que no estaba en nuestra anterior visita a París en abril de 2004. Lo que sí siguen estando son las dos colosales fuentes. Preciosas las dos.

Abandonamos la Plaza de la Concordia, por la Rue Royal, encaminándonos hacia la Madeleine, pero torcimos por la Rue Saint Honoré para llegar a la Plaza Vendôme. La arquitectura y el diseño de esta sobria y elegante plaza es una de mis favoritas. La columna Vendôme, antes columna de Austerlitz, fye erigida por orden de Napoleón para celebrar su victoria en la batalla de Austrerlitz. Nos fotografiamos desde muchos de sus bellos rincones. Contemplamos desde lejos la Ópera Garnier

Se acercaba la hora de almorzar y de descansar un poco porque llevábamos toda la mañana caminando. Además comenzó a nublar el día y parecía evidente que de un momento a otro comenzaría a llover. Así que no era mal momento para parar. Pasamos por la puerta del Harry's New York Bar, allá donde Coco Channel, Humphrey Bogart, Rita Hayworth o el mismísimo Hemingway se tomaban Bloody Marys, pero desafortunadamente estaba cerrado, y al final nos tuvimos que meter en un McDonalds. ¡Cést la vie!

Después de almorzar y ya que el cielo había abierto decidimos pasear por las jardines del Palacio Real. Un entorno propicio para descansar la sobremesa. Había una brisa agradable y se estaba de escándalo estirando las piernas en los bancos de los jardines. El fluir del agua en las fuentes como música de fondo era una verdadera bendición.

Abandonamos nuestra pereza y nos dirigimos al patio interior de los Jardines del Palacio Real, conocido como el patio de las columnas. A los niños les gustó subirse y saltar al potro con ellas.

Era viernes y quisimos aprovechar que el día estaba nublado y que el Museo del Louvre cerraba sus puertas más tarde de lo normal. Así que pagamos la entrada y visitamos el Louvre. Sabíamos que es imposible visitar el museo completo en una jornada y mucho menos con niños, así que decidimos ver lo imprescindible y la parte española. Sofía tenía ganas de ver la Mona Lisa y Miguel los sarcófagos egipcios. Así que eso lo vimos. Yo tenía especial interés en esta ocasión por el Astrónomo de Vermeer y por un par de obras de Meissonier. La Venus de Milo era una atracción para todos.

El Louvre es inmenso, enorme, casi infinito, pero también algo caótico y desordenado, mal señalizado y muy ruidoso. Hay que tener una especial capacidad de abstracción para poder disfrutarlo y con dos niños eso es tarea prácticamente imposible.

Abandonamos el Louvre machacados y nos retiramos al hotel vía metro. Una cena ligera, una ducha rápida y un sueño profundo. Ese fue el menú que saboreamos aquella noche.



París. Día 1.

Casi en un suspiro ha pasado agosto. Ahora toca ordenar un poco el desbarajuste en el que uno cae en las vacaciones, porque siempre hay se quiera o no algo más de desajustes en los horarios y planes. Ahora que ya se nos acabó agosto toca ir concienciándonos en volver a la rutina.

Una de las cosas que más dejo de lado en las vacaciones es este blog, y en general, todo lo que sea sentarme delante de un ordenador. Así que hoy entro con ganas de contaros el viaje que mi santa, mis niños y yo hemos disfrutado este verano.

Desde hacía bastante tiempo que teníamos previsto un viaje a París, y aunque parecía que no iba a llegar nunca el momento de partir, al final, lo cierto es que llega. Luego todo pasa como un relámpago.

Tuvimos que madrugar, y mucho, para coger el avión, pero madrugar no es tan sufrido cuando lo que espera por delante es muy deseado. Ni siquiera a los niños les costó dar el salto de la cama. Metimos cada uno su maleta de cabina en el maletero del coche y nos dirigimos al aeropuerto. El despegue fue muy bien y el aterrizaje mejor. Aterrizamos en un avión de Air Europa en el aeropuerto Charles de Gaulle y desde el mismo aeropuerto cogimos un tren que nos llevó hasta la Gare du Nord. A pocos metros de la estación estaba ubicado nuestro hotel. El Hôtel Avalon es algo pequeño aunque funcional, en el que sirven un desayuno a un precio razonable -sobretodo teniendo en cuanta que los niños no pagaban- y estaba especialmente bien conectado por metro y tren.

Una vez realizado el check-in y dejado las maletas en la habitación, comenzamos la visita a la capital de Francia.

Lo que nos pillaba más a mano desde el hotel, dando un paseo agradable, era Montmartre. Subimos hasta los pies de la Basílica del Sagrado Corazón en el funicular, lo que divirtió mucho a los niños. Desde allí se disfruta de unas vistas soberbias. Prácticamente todo París está a los pies de Montmartre. Entramos en la Basílica y disfrutamos de sus impresionantes proporciones, incluso bajamos al sótano, al salir decidimos rodearla y seguidamente nos dejamos envolver por el espíritu bohemio de la Place du Tertre. Nos fotografiamos casi en cada esquina y escalera, y fuimos bajando entre callejuelas encantadoras, pasando junto a la torre del agua, el museo de Montmartre y el Espace de Dalí. Descansamos unos minutos en la Square de la rue Burq, donde había un parque donde los niños jugaron.

Continuamos nuestro descenso hasta el Boulebard de Clichy, en Pigalle, donde nos fotografiamos junto al Moulin Rouge. Allí cerca -en un Quick- almorzamos y nos refugiamos de la lluvia ya que acababa de comenzar a chispear.

Después de recargar la energía cogimos el metro en la estación de Blanche, que estaba casi en la misma puerta, hasta la parada del Museo del Louvre. Entramos a través del centro comercial que hay en las puertas del museo. Al salir a la superficie, Sofía quedó boquiabierta, le encantó. Dice que es lo que más le gustó del viaje. La simetría del colosal edificio, la pirámide invertida, el arco del carrusel, el obelisco al fondo y aún más lejana la torre Eiffel, con su estilizado e inconfundible silueta.

Comenzó a llover y esta vez iba en serio. Tiramos por Rue des Pyramides en dirección a la Ópera, pero nos detuvimos de camino en una confiterie Paul. Escampó y proseguimos en dirección a la Ópera. La mediorodeamos después de sacarnos fotos desde todas las perspectivas y nos dirigimos hacia los grandes almacenes Lafayette, para enseñarle a los niños la espléndida cúpula que preside el salón principal. Una maravilla del art noveau.

Por el Boulebard Haussmann y girando en la rue Tronchet llegamos a la plaza de la Madeleine, y contemplamos sus estilizadas columnas de la entrada.

Empezaba a anochecer y a todos se nos abría la boca con más frecuencia de lo habitual. El día había sido largo, de manera que cogimos el metro en la misma plaza y nos fuimos al hotel. Nos habíamos ganado el descanso. Junto al hotel compramos algo para cenar y así acabamos el día. Una muy buena forma de tomar contacto con París.