Hoy voy a desvelaros uno de mis puntos débiles. Todos nosotros, salvo mariposillas del campo, alguna vez, y el que diga lo contrario miente como un bellaco, hemos entrado a una papelería y hemos buscado con la mirada la portada de las revistas tipo Vogue, Elle y similares y no por saber qué carajo es lo que se va a llevar esta temporada. Miramos las revistas buscando cacho, tías buenorras en posiciones burdelescas y con las sonrisas emputecidas de carmín, mujeres de bandera como diría mi abuelo, sobre todo cuando lo que entra es el veranito. Yo, confieso, alguna vez, cuando le regalo a mi mujer una de estas revistas, de forma totalmente desinteresada, claro está, espero como agua de mayo un especial de ropa interior, o trajes de baño o cosas así. Normalmente siempre hay un especial de algo que es más interesante para mí que para ella.
Pero hubo un tiempo, en el que cuando yo abría una de estas biblias para la moda, buscaba una cara, no muy conocida para la mayoría, una alemana rubia, siete años mayor que yo, mujer elegante, de seductora mirada capaz de derretir a cualquiera con un movimiento. Pero hoy, años más tarde, me he vuelto a cruzar con ella, en un blog cualquiera, y me ha traído recuerdos de juventud. Tatjana Patitz se llamaba y supongo que seguirá llamándose dondequiera que esté. Ni lo sé, ni me importa, porque hay cosas que mejor dejarlas como están y yo, francamente, prefiero recordar que hubo un tiempo en el que cuando abría las fashion-resvistas no todo eran niñas siliconadas posicionadas en pompa para vender pulseras.