domingo, 18 de agosto de 2024

Elvas - Coimbra

Los primeros días de mis vacaciones los dediqué más que nunca para descansar. Me hacía falta. Por las mañanas, con la fresquita algunos días salí a pasear, para mover las piernas y recuperar una mínima parte de la forma perdida, o quizás debería decir enterrada, o incinerada. Por las tarde algunos días hemos ido a la playa y allí he aprovechado para leer bajo la sombrilla. Otras tardes nos hemos quedado en casa, donde el aire acondicionado es de obligado cumplimiento. Por las noches ha sido más variado.

Los días que volvíamos tarde de la playa, pues ducha y cena ligera. Ver una peli en la televisión y si acaso una horchata para aliviar los calores. Los días que no fuimos a la playa, pues con la fresca de la noche salimos a pìcar algo, poca cosa, y si acaso un helado, que la economía no está muy rumbosa.

Y así fuimos pasando los primeros días de las vacaciones familiares hasta que el martes 13 de agosto madrugamos  para comenzar nuestro viaje veraniego. En este año no había vuelos que coger. Decidimos que íbamos a hacer kilómetros pero en carretera. Me tocaba conducir. Como estaba esperando que me llamaran para una operación no quise arriesgarme a que coincidiera y pudiera estar convaleciente, así que nos decidimos por visitar algunas de las muchas ciudades que nos quedan por conocer de Portugal.

De manera que madrugamos y la primera parada era para desayunar en la Venta El Hacho II, en Lora de Estepa, Sevilla. A unos 115 km de casa. Un sitio recomendable para terminar de despertar y coger algo de energía. Cumplió sobradamente nuestras expectativas. El siguiente tirón serían unos 360 km que ya nos harían salir de Andalucía, cruzar Extremadura, abandonar España y llegar hasta Portugal, exactamente hasta Elvas, en la región del Alentejo, y que alberga fortificaciones declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Lo primero que hicimos fue visitar el Forte de Santa Luzia desde donde disfrutamos de una estupenda panorámica de toda la ciudad amurallada. Es un fuerte de los que ya no quedan, con baluartes, puente levadizo, garitas y hasta la Casa del gobernador. Incluso tiene un túnel excavado bajo tierra que une el castillo con la ciudad. 

Camino del centro de la ciudad nos detuvimos a contemplar el Aqueduto da Amoreira. Cualquier acueducto que veo siempre lo comparo con el de Segovia. Es inevitable. Todos salen perdiendo, evidentemente. Pero el que teníamos ante nuestros ojos no es cualquier cosa. De hecho es el de mayor tamaño de la península ibérica. Quizás los contrafuertes le afean algo. También hay que tener en cuenta que uno es del siglo II y el otro del XVI. 

Aparcamos por el centro, en la Praça 25 de Abril, una plaza intramuros, y comenzamos a pasear. En pocos minutos alcanzamos sin dificultad la Praça da Republica de Elvas, junto al Posto de Turismo y frente a la Igreja de Nossa Senhora da Assunçao, con una bonita aunque asimétrica fachada. En la plaza también se encuentra el Ayuntamiento, allí conocido como Cámara Municipal. Una plaza de dimensiones un tanto extrañas, pero coqueta y agradable. Continuamos nuestra visita hasta la Picota de Elvas. Pararse a pensar que en ese lugar se ajusticiaba públicamente  a los condenados, produce un poco de mala espina. Justo detrás se encuentra el Arco de Santa María.

Como hacer turismo da mucha hambre, comenzamos a buscar entre unos cuantos restaurantes que llevábamos preseleccionados. Finalmente nos decidimos por tomar asiento en el Restaurante Girassol que se publicitaba como un restaurante de sabores tradicionais, donde la verdad es que comimos estupendamente. 

Nada más sentarnos nos pusieron para picar unas aceitunas, una especie de ensaladilla y un queso de oveja que estaba bien rico. De entrada, para compartir, pedimos unas almejas riquísimas y un pulpo a la brasa que estaba espectacular,  continuamos con un  bacalhau dourado y una carne a la portuguesa que nos recomendó el camarero. Todo estaba estupendo. Los postres fueron muy curiosos y distintos. Miguel se pidió un postre que lo conocen como baba de camello; Pepi se pidió un postre que se llama serradura, Sofía no se complicó y pidió una mousse de chocolate y yo me decidí por una tarta portuguesa de almendras. Antes de salir pedí un café porque aún quedaban por delante casi tres horas de carretera.

Nuestro siguiente parada era Coimbra. Aparqué en el parking del hotel y comprobé que había cascado más de 700 km en el día, que si bien no es una barbaridad, tampoco es poca cosa. Hicimos el check in, soltamos las maletas en la habitación y nos fuimos a patear el centro. Nos impresionó la anchura del que pasa por Coimbra, el río Mondego, y desde el puente principal que lo cruza, el Puente de Santa Clara, la sensación de amplitud era aún mayor. Nos dirigíamos hacia Rua Ferreira Borges, pero antes nos detuvimos a curiosear en Comur, una preciosa tienda de latas de conservas, algo que hemos visto varias veces en este viaje y no estamos acostumbrados a ver. Tenía en su interior un mosaico de la biblioteca que era simplemente magnífico.

En una pastelería a la entrada de la calle compramos unos pasteles conocidos como pasteles de Santa Clara que son típicos de la ciudad y nos llamaron la atención. Un tentempié para poder subir cuestas, porque si de algo tiene de sobra Coimbra, son cuestas y escaleras, pero antes bajamos a la Praça do Comercio para acercarnos a ver la fachada de la Igreja de Sao Tiago, en cuya escalinata de entrada estaba actuando una banda de rock. Al otro extremo de la Praça está la Igreja de Sao Bartolomeu con su fachada algo descuidada.

Comenzamos nuestro ascenso por la Porta de Barbaca y cruzamos bajo la Torre de Almedina de época medieval. Continuamos subiendo mientras disfrutábamos de la arquitectura desigual del casco antiguo de Coimbra, hasta llegar al Largo da Sé Velha, donde está ubicada la Catedral Vieja de Coimbra. Una catedral de estilo románico  atípica,  coronada con almenas que le dan un curioso aire de castillo defensivo. La rodeamos pero sin entrar pues ya estaba cerrada. Continuamos nuestro esforzado ascenso hasta la Igreja de Sao Joao de Almedina, junto a la cual hay un claustro porticado de una bella esbeltez que no pudimos visitar, pero que al menos sí pudimos contemplar desde fuera.

No quisimos seguir avanzando más porque la tarde empezaba a sonrojar sobre las tejas envejecidas de las cubiertas. y además, de tanto subir cuestas teníamos ya ganas de parar y también de disfrutar de la gastronomía portuguesa, y, a ser posible, ver anochecer mientras descansábamos nuestras piernas. El día había sido largo e intenso, así que cogimos mesa en una terraza para picar algo, aunque Miguel se pidió una francesinha, que con sólo mirarla ya te has cansado de comer. ¡Qué cosa más pesada! Pan de molde tostado, varios embutidos, carne de cerdo, queso gratinado y encima un huevo, y seguidamente todo bañado en salsa de cerveza. Una bomba alimentaria. Y más para cenar. Pero como tiene 15 años y su estómago es aún un órgano nuevo, pues puede con todo.

Siempre recordaré  esta cena en Coimbra por el lugar, ocupamos una mesa en una terraza maravillosa, con un gran árbol cobijándonos bajo sus amplias y robustas ramas y de fondo había un cantante con su guitarra cantando tristes canciones portuguesas. ¡Me encantó! Luego ya todo fue ir dejándose llevar cuesta abajo. Disfrutando del paseo, y deshaciendo el camino de vuelta al hotel. Ducharnos y encomendarnos a una  recuperación con un sueño profundo.


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