martes, 20 de agosto de 2024

Oporto

Decidimos dejar un día entero para visitar Oporto, sin salir, ni coger coches ni salir a carretera. Nada, todo dentro la ciudad. La idea era patear la ciudad y disfrutar de sus calles, de su gastronomía, de su idiosincrasia. Así que lo primero que hicimos fue madrugar, para aprovechar las primeras horas del día que son más frescas. Desayunamos en el buffet del hotel, que teníamos incluido en el precio de la habitación, y sacamos los tickets del metro y tiramos sin entretenernos para el centro, pues la primera parada era ir una de las atracciones turísticas más visitadas de la ciudad: la Livraría Lello. Así lo hicimos. No sirvió de mucho salvo que estábamos pronto en el centro. No se podía entrar a la librería sin haber comprado por Internet el ticket con antelación. No se vendía en la tienda. Y cada persona tenía que sacar su billete individualmente y a una hora precisa. En la misma puerta saqué los tickets para los cuatro con el móvil. Ocho euros por persona cuesta acceder a la librería. No es cosa baladí, aunque luego si te compras un libro, te descuentan el precio de la entrada en el libro. Según mi mujer, esto es un claro ejemplo de lo que ella suele llamar una auténtica mina de oro. 

Como la cita la cogimos por la tarde, pues tampoco era un gran problema salvo que tuvimos que invertir el orden de las visitas. Nos dirigimos hacia la siguiente parada prevista, la Igreja do Carmo, que es una iglesia barroca con azulejos en un lado y de camino visitamos la Praça de gomes Teixeira, donde está el rectorado de la Universidade do Porto y una fuente del siglo XIX de estilo romano, llamada la Fonte dos Leoes.

La Igreja do Carmo estaba cerrada, pero junto a ella, a escasos metros está la Igreja dos Carmelitas, que aunque es sólo una nave, con capillas laterales ostenta un interior de barroco juanino que realmente yo no sabría diferenciarlo del rococó.  Rodeamos el majestuoso edificio del rectorado y os dirigimos hacia la Igreja dos Clérigos con su campanario histórico del barroco, desde donde, según se afirma, se tienen las mejores vistas panorámicas de la ciudad. No sabría yo decir si es cierto o no, pero buenas tienen que ser porque altura tiene. Delante de la Torre dos Clérigos se encuentran varios edificios adosados, cada uno con la fachada de un color distinto, que es una de las estampas típicas de la ciudad de Oporto. La Rua da Assunçao junto a la Iglesia, tiene una cuesta con bastante inclinación y el tranvía ascendiendo lentamente es una de las vistas más costumbristas que puede uno recordar de Oporto.

Continuamos nuestro descenso hasta la Praça da Liberdade, y subimos junto a la Igreja de Santo António dos Congregados para asomarnos a un McDonald's, sí, y han leído bien. No es que tuviéramos apetito ni nada de eso, es que para muchos éste es el local de la famosa cadena de comida rápida más bello del mundo. Se llamaba McDonald's Imperial porque antiguamente el edificio de los años 30 que ocupa era el famoso Café Imperial. La verdad es que sí que es bonito.

Continuamos por la Avenida dos Aliados hasta un enorme letrero de color azul que da nombre a la ciudad. Es una moda ahora en casi todas las ciudades colocar en un sitio turístico un letrero con el nombre de la ciudad. Creo que la primera vez que lo vimos, fue en Amsterdam hace ya muchos años. Para hacernos la foto junto a las letras de Oporto tuvimos que guardar una cola. Allí, en la Praça General Humberto Delgado, delante de la Cámara Municipal de Porto, con su torre del reloj, comenzaba la visita guiada por Oporto. Como llegamos antes de tiempo, paramos a tomar un café en el Café Aliança, a escasos pasos del lugar donde diera inicio minutos después el Free Tour.

La visita comenzó, como suele ocurrir, con una introducción histórica, y seguidamente el guía nos llevó a pasar por delante de la Librería Lello, donde explicó un poco de por qué tanta fama y nos llevó por una animada calle famosa por su vida nocturna, Rua da Galeria de París, que, todo hay que decirlo, a esa hora de la mañana estaba durmiendo la mona.

La siguiente parada fue el Palacio de Justicia con sus influencias arquitectónicas soviéticas con columnas cuadradas y con su particular estatua de la justicia, en la que la justicia está representada sin venda en los ojos, con una espada en una mano y en la otra una balanza sujetándola sin ánimo a usarla. Así que ojo. No muy lejos de allí el guía nos llevó al Miradouro da Vitória, que ostenta vistas a la ciudad y al río Duero y al Ponte Luis I, desde lo alto de la ciudad. Tras dejarnos un tiempo para hacernos las correspondientes fotografías continuamos nuestro descubrimiento de la ciudad hacia la estación de tren Sao Bento,  del siglo XIX con azulejos en su interior. Una verdadera atracción turística. Estaba de bote en bote, pero mereció la pena.

Uno de los monumentos más visitados de Oporto es la Catedral de Oporto, una catedral monumental del siglo XII, primero de estilo románico del que conserva la fachada con las torres y el rosetón, además de las tres naves del cuerpo. La capilla interior y los claustros, que se construyeron siglos más tarde y que no entramos a visitar, son góticos y una fachada lateral y algunas cúpulas son de estilo barroco. La picota más grande de Oporto se encuentra justo delante de la catedral, y los ganchos donde se colgaron a criminales todavía están allí, para recordar al pueblo que había castigos. La función disuasoria la cumplía perfectamente. Las ejecuciones públicas o los escarnios a latigazos no es algo sólo portugués, ni mucho menos. Inglaterra, Francia, Italia, Alemania o España también tenían sus propios maneras advertir que se condenaban las penas. Definitivamente eran otros tiempos, donde la muerte era algo más cotidiano. Aquí acabó el free tour. Nos despedimos, entregamos al guía nuestra voluntad que estiramos todo lo que nuestra economía nos permite y bajamos unos metros para tener otra perspectiva de la ciudad, esta vez desde el Miradouro da Rua das Aldas.

Decidimos buscar un sitio donde sentarnos, comer algo y realizar una parada en el baño. El día antes vimos un restaurante, en la Rua dos Clérigos, que se llamaba O Forno dos Clérigos, que parecía un restaurante bastante turístico, que es algo de lo que la mayoría de las veces solemos huir, pero necesitábamos algo que sirvieran con rapidez ya que seguidamente teníamos la visita a la librería Lello. Y como pillaba de camino, pues ahí nos detuvimos. Pepi y yo compartimos una fransesinha y como no tenía que conducir ese día me tomé una buena Super Bock. Como postre cruzamos la calle y frente por frente estaba Manteigaria, una Fábrica de Pastéis de Nata y pedimos uno para cada uno.  Aparte me pedí una copa de vinho do Porto. ¡Había que probarlo!

La Livraria Lello estaba abarrotada como era de esperar, pero al menos no tuvimos que esperar mucho pues teníamos las entradas con nuestro horario seleccionado. La verdad es que es preciosa y que merece la pena visitarla. Es ya más un museo o una atracción que una librería. La escalera que une las dos plantas es una fantasía. Una obra mayúscula de carpintería y marquetería. Merece la pena visitarla, pero estaba abarrotada. Yo en estas condiciones no creo que vuelva. Había más gente de la aconsejableç y casi no podías pasear por ella, y el aire acondicionado no daba a basto y lo cierto es que hacía bastante calor. Pepi incluso llegó a agobiarse a ratos así que salimos, aunque por aprovechar el dinero de la entrada compramos un par de libros.

Decidimos que era un buen momento para bajar a la ribera y coger uno de esos barcos que da una vuelta por el Río Duero, y que te pasea por debajo de los puentes desde donde obtener un punto de vista distinto de la ciudad. Así lo hicimos, pero antes nos acercamos a un supermercado donde comprar algo de agua pues estábamos sedientos. 

De entre los distintos barcos que te ofrecen viajes por el Duero elegimos uno que tenía un descuento que nos había dado el guía del free tour, hicimos un poco de cola hasta que finalmente embarcamos. Pudimos tener una perspectiva distinta de los distintos puentes: el Ponte Luis I, luego Ponte Infante Dom Henrique, Ponte María Pia, Ponte de Sao Joao y finalmente el Ponte do Freixo, que fue por donde nosotros entramos a la ciudad portuense en el día anterior. Las vistas de la vuelta fueron estupendas.

El paseo relajante del barco, con el frescor del río nos sirvió de reconstituyente. Desembarcamos en el mismo sitio que nos montamos y continuamos paseando relajadamente la ribera hasta el Ponte Luis I y cruzamos el duero por la parte peatonal inferior del puente, junto a la carretera. La idea era poder ver el atardecer desde el otro lado del río. Las vistas del atardecer desde el sur del Duero son simplemente extraordinarias. Oporto bien podría llamarse la ciudad de los atardeceres. El sol bajando detrás de la ciudad, derramando sobre los tejados una luz tenuemente anaranjada es una visión inigualable. Cuando la tarde perdía terreno frente a la noche paseamos junto a los barcos rabelos por el margen del río que se conoce como Vila Nova de Gaia, donde están la mayoría de las bodegas de vinos de Oporto, y también hay muchísimos restaurantes.

Decidimos cenar en la terraza de uno de los restaurantes de la ribera, la Taberninha do Manel. La temperatura era estupenda. Sofía, Miguel y Pepi se pidieron pasta, yo me decanté -¿cómo no?- por un bacalao com natas, que vi servido en una mesa cercana y que era de aspecto distinto al que me había tomado anteriormente, pues parecía que lo acababan gratinado. Lo regué con una buena cerveza bien fresca que me sentó estupendamente. Muy rico todo.

Era noche cerrada cuando acabamos de cenar. Dimos un último paseo por la ribera con la vista nocturna de las luces de la ciudad reflejadas en el Duero. Una estampa preciosa. El Palacio Episcopal presidiendo iluminado el difuso perfil de la ciudad. Nos dirigimos hacia el puente Luis I, donde había una parada de taxis y cogimos uno que nos llevara de vuelta al hotel. 


lunes, 19 de agosto de 2024

Coimbra - Aveiro - Oporto

A pesar de que en el centro de Coimbra no faltaban sitios para desayunar, habíamos reservado un hotel con desayuno incluido, más que nada por eso de la comodidad de bajar y desayunar y no tener que perder tiempo en comenzar nuestro descubrimiento de la ciudad.

El día lo teníamos de nuevo cargado de actividades y la primera, justo después de desayunar, era una visita guiada, un free tour, que partía desde el acueducto de San Sebastián. Así que para no volver a recorrer el mismo tramo de la tarde anterior decidimos hacer un recorrido distinto y cortamos por unas escaleras, Escadas do Quinchorro, que aunque había leído que eran muy empinada y con altura desiguales, lo cierto es que te llevan rápidamente a la zona alta, sin rodeos, pero eso sí, con un gran esfuerzo. Así lo hicimos. 

Una vez arriba, y recuperado el resuello hay unas vistas estupendas sobre el río Mondego. Al menos el descanso es entretenido. Tras continuar una corta y suave ascensión llegas a otro tramo de escaleras, Beco da Pedreira, más corto, pero que te deja justo junto a la Biblioteca, pero debajo de otra escalinata, la Escada de Minerva, que da acceso ya directo a la Universidade de Coimbra. Que si eres estudiante y has subido todas estas escaleras, al llegar arriba estoy seguro que los alumnos estaban deseando sentarse  un rato a atender en clase. Ciertamente habíamos acortado muchísimos metros y tiempo, pero nuestro esfuerzo nos costó.

A esa hora la plaza presidida por la estatua del Rei Dom Joao III, estaba casi para nosotros. Las visitas guiadas aún no habían llegado, los turistas estaban de camino, y sólo estábamos cuatro madrugadores despistados un miércoles de agosto. Yo disfruté tener una plaza tan emblemática sólo para nosotros. Dimos un relajado paseo por ella y nos hicimos unas fotos de rigor casi desde cualquier ángulo y tras rodear la plaza completamente, y tras contemplar detenidamente  cada fachada de la plaza, la abandonamos por la Porta Férrea y nos dirigimos hacia el acueducto.

Como íbamos con tiempo antes del free tour nos dio tiempo a visitar brevemente el Jardín Botánico. Precioso. Pensé que si yo viviera en Coimbra, sería uno de mis lugares favoritos. Puedes pasar la mañana disfrutando de las diferentes especies que allí se encuentran. Vi los nenúfares más grandes que jamás contemplé y según leí contenía cerca de un millón de especímenes originarios de todo el mundo. Una maravilla. ¡Y qué fuentes! Había un buen montón de bancos de piedra en sombra donde llegaba el murmullo de una fuente cercana. Qué ganas de sentarse a refrescarse leyendo un libro.

Comenzó la visita y tras una breve introducción histórica volvimos a ver lo mismo prácticamente que habíamos visto en la tarde anterior pero ahora asimilando desde un conocimiento histórico lo que teníamos ante nuestros ojos y, lo más importante, nos señalaban detalles que por nosotros mismos no observamos en nuestro caminar primerizo.

Accedimos por la Escada Monumentais da Universidade, y desde ahí la guía fue explicándonos las estatuas, monumentos y las fachadas en un recorrido muy ameno. La fachada del Palacio Real, y por supuesto la Biblioteca Joanina a la que no accedimos. Dicen que siempre hay que dejarse algo importante para la siguiente vez que se visite la ciudad. Eso fue lo que nos dejamos pendiente de Coimbra. En el descenso nos acercó a ver la Torre de Anto, que según contó antiguamente formó parte de la muralla de la ciudad, y que allí vivió un poeta famoso portugués llamado Antonio Pereira Nobre.

Terminamos la visita en el Largo da Portagem, junto al río Mondego. Le dimos nuestra propina y fuimos a comer algo antes de abandonar Coimbra y continuar nuestro descubrimiento portugués. Nos decidimos en A Cozinha da Maria, un restaurante de comida portuguesa en la Praça do Comércio, donde fue un acierto comer. Todo estuvo estupendo. Yo pedí un Bacalao a la Nata, que estaba muy bueno. Pedí un café porque tras la comida tocaba conducir. Fuimos al hotel, recogimos las maletas y al coche. 

Nuestro siguiente destino de paso era Aveiro, a poco más de una hora y cuarto estábamos aparcando en el Parque dos Remadores Olímpicos, aunque el navegador del coche nos hizo dar unas cuantas vueltas antes de llegar. Aveiro es una pequeña localidad muy turística, con casitas de colores y con fachadas de azulejos, al estilo más típicamente portugués. Cruzamos por el Ponte dos Botiroes, que es un curioso puente peatonal circular y comenzamos a pasear por el centro histórico, donde vimos del Obelisco da Liberdade, la Cámara Municipal (Ayuntamiento), pero sobre todo paseamos por sus calles adoquinadas y contemplamos algunas fachadas de edificios art nouveau.

Por los canales paseaban una típica embarcación tradicional que se llamaban moliceiro, que tenía mucha similitud a las góndolas venecianas, pero estas eran de variados colores. En una pequeña tienda que se anunciaba como de fabricación propia probamos unos Ovos Moles que es un dulce típico de la región. Me recordaron a las yemas de Santa Teresa de Ávila. La tarde era algo ventosa y el olor salino del mar se podía respirar. 

Regresamos al coche y nos dirigimos a Praia da Costa Nova que por lo visto es famoso por la práctica del kitesurf, pues es una zona con fuertes vientos, pero lo que a nosotros nos atraía no era la práctica de dicho deporte sino la curiosa arquitectura de sus casas de fachadas pintadas con franjas de colores vivos y alegres. Miguel y Sofía sí quisieron darse un baño oceánico. Mirar el Atlántico desde Costa Nova es como mirar al infinito. Inmensas olas rompen muchas veces antes de llegar a la orilla, el rugido continuo recuerda a una fiera acechante, casi como fuerza sobrenatural, y lo que hay por delante, en realidad no es otra cosa más natural que el océano Atlántico. Más de cinco mil kilómetros de distancia hasta el continente americano. La inmensidad de lo desconocido. Un viaje de descubrimiento. Dos mundos separados por una naturaleza indómita, salvaje y descomunal.

Esperamos que los niños se secaran, y tras dar un paseo de despedida por delante de las casas típicas de la Costa Nova, nos metimos en el coche y tiramos para nuestro siguiente parada: Oporto. Aproximadamente una hora en coche. Un poco más porque pillamos bastante tráfico a la entrada de la ciudad. Primero a la entrada del Ponte do Freixo, para cruzar el río Duero, y después junto al estadio Do Dragao en nuestro trayecto al hotel, que estaba cerca del Hospital Sao Joao. 

Salimos a cenar algo en un centro comercial que había muy cercano al hotel y decidimos ir a descansar pronto, pues habíamos vivido otra jornada larga e intensa.

domingo, 18 de agosto de 2024

Elvas - Coimbra

Los primeros días de mis vacaciones los dediqué más que nunca para descansar. Me hacía falta. Por las mañanas, con la fresquita algunos días salí a pasear, para mover las piernas y recuperar una mínima parte de la forma perdida, o quizás debería decir enterrada, o incinerada. Por las tarde algunos días hemos ido a la playa y allí he aprovechado para leer bajo la sombrilla. Otras tardes nos hemos quedado en casa, donde el aire acondicionado es de obligado cumplimiento. Por las noches ha sido más variado.

Los días que volvíamos tarde de la playa, pues ducha y cena ligera. Ver una peli en la televisión y si acaso una horchata para aliviar los calores. Los días que no fuimos a la playa, pues con la fresca de la noche salimos a pìcar algo, poca cosa, y si acaso un helado, que la economía no está muy rumbosa.

Y así fuimos pasando los primeros días de las vacaciones familiares hasta que el martes 13 de agosto madrugamos  para comenzar nuestro viaje veraniego. En este año no había vuelos que coger. Decidimos que íbamos a hacer kilómetros pero en carretera. Me tocaba conducir. Como estaba esperando que me llamaran para una operación no quise arriesgarme a que coincidiera y pudiera estar convaleciente, así que nos decidimos por visitar algunas de las muchas ciudades que nos quedan por conocer de Portugal.

De manera que madrugamos y la primera parada era para desayunar en la Venta El Hacho II, en Lora de Estepa, Sevilla. A unos 115 km de casa. Un sitio recomendable para terminar de despertar y coger algo de energía. Cumplió sobradamente nuestras expectativas. El siguiente tirón serían unos 360 km que ya nos harían salir de Andalucía, cruzar Extremadura, abandonar España y llegar hasta Portugal, exactamente hasta Elvas, en la región del Alentejo, y que alberga fortificaciones declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Lo primero que hicimos fue visitar el Forte de Santa Luzia desde donde disfrutamos de una estupenda panorámica de toda la ciudad amurallada. Es un fuerte de los que ya no quedan, con baluartes, puente levadizo, garitas y hasta la Casa del gobernador. Incluso tiene un túnel excavado bajo tierra que une el castillo con la ciudad. 

Camino del centro de la ciudad nos detuvimos a contemplar el Aqueduto da Amoreira. Cualquier acueducto que veo siempre lo comparo con el de Segovia. Es inevitable. Todos salen perdiendo, evidentemente. Pero el que teníamos ante nuestros ojos no es cualquier cosa. De hecho es el de mayor tamaño de la península ibérica. Quizás los contrafuertes le afean algo. También hay que tener en cuenta que uno es del siglo II y el otro del XVI. 

Aparcamos por el centro, en la Praça 25 de Abril, una plaza intramuros, y comenzamos a pasear. En pocos minutos alcanzamos sin dificultad la Praça da Republica de Elvas, junto al Posto de Turismo y frente a la Igreja de Nossa Senhora da Assunçao, con una bonita aunque asimétrica fachada. En la plaza también se encuentra el Ayuntamiento, allí conocido como Cámara Municipal. Una plaza de dimensiones un tanto extrañas, pero coqueta y agradable. Continuamos nuestra visita hasta la Picota de Elvas. Pararse a pensar que en ese lugar se ajusticiaba públicamente  a los condenados, produce un poco de mala espina. Justo detrás se encuentra el Arco de Santa María.

Como hacer turismo da mucha hambre, comenzamos a buscar entre unos cuantos restaurantes que llevábamos preseleccionados. Finalmente nos decidimos por tomar asiento en el Restaurante Girassol que se publicitaba como un restaurante de sabores tradicionais, donde la verdad es que comimos estupendamente. 

Nada más sentarnos nos pusieron para picar unas aceitunas, una especie de ensaladilla y un queso de oveja que estaba bien rico. De entrada, para compartir, pedimos unas almejas riquísimas y un pulpo a la brasa que estaba espectacular,  continuamos con un  bacalhau dourado y una carne a la portuguesa que nos recomendó el camarero. Todo estaba estupendo. Los postres fueron muy curiosos y distintos. Miguel se pidió un postre que lo conocen como baba de camello; Pepi se pidió un postre que se llama serradura, Sofía no se complicó y pidió una mousse de chocolate y yo me decidí por una tarta portuguesa de almendras. Antes de salir pedí un café porque aún quedaban por delante casi tres horas de carretera.

Nuestro siguiente parada era Coimbra. Aparqué en el parking del hotel y comprobé que había cascado más de 700 km en el día, que si bien no es una barbaridad, tampoco es poca cosa. Hicimos el check in, soltamos las maletas en la habitación y nos fuimos a patear el centro. Nos impresionó la anchura del que pasa por Coimbra, el río Mondego, y desde el puente principal que lo cruza, el Puente de Santa Clara, la sensación de amplitud era aún mayor. Nos dirigíamos hacia Rua Ferreira Borges, pero antes nos detuvimos a curiosear en Comur, una preciosa tienda de latas de conservas, algo que hemos visto varias veces en este viaje y no estamos acostumbrados a ver. Tenía en su interior un mosaico de la biblioteca que era simplemente magnífico.

En una pastelería a la entrada de la calle compramos unos pasteles conocidos como pasteles de Santa Clara que son típicos de la ciudad y nos llamaron la atención. Un tentempié para poder subir cuestas, porque si de algo tiene de sobra Coimbra, son cuestas y escaleras, pero antes bajamos a la Praça do Comercio para acercarnos a ver la fachada de la Igreja de Sao Tiago, en cuya escalinata de entrada estaba actuando una banda de rock. Al otro extremo de la Praça está la Igreja de Sao Bartolomeu con su fachada algo descuidada.

Comenzamos nuestro ascenso por la Porta de Barbaca y cruzamos bajo la Torre de Almedina de época medieval. Continuamos subiendo mientras disfrutábamos de la arquitectura desigual del casco antiguo de Coimbra, hasta llegar al Largo da Sé Velha, donde está ubicada la Catedral Vieja de Coimbra. Una catedral de estilo románico  atípica,  coronada con almenas que le dan un curioso aire de castillo defensivo. La rodeamos pero sin entrar pues ya estaba cerrada. Continuamos nuestro esforzado ascenso hasta la Igreja de Sao Joao de Almedina, junto a la cual hay un claustro porticado de una bella esbeltez que no pudimos visitar, pero que al menos sí pudimos contemplar desde fuera.

No quisimos seguir avanzando más porque la tarde empezaba a sonrojar sobre las tejas envejecidas de las cubiertas. y además, de tanto subir cuestas teníamos ya ganas de parar y también de disfrutar de la gastronomía portuguesa, y, a ser posible, ver anochecer mientras descansábamos nuestras piernas. El día había sido largo e intenso, así que cogimos mesa en una terraza para picar algo, aunque Miguel se pidió una francesinha, que con sólo mirarla ya te has cansado de comer. ¡Qué cosa más pesada! Pan de molde tostado, varios embutidos, carne de cerdo, queso gratinado y encima un huevo, y seguidamente todo bañado en salsa de cerveza. Una bomba alimentaria. Y más para cenar. Pero como tiene 15 años y su estómago es aún un órgano nuevo, pues puede con todo.

Siempre recordaré  esta cena en Coimbra por el lugar, ocupamos una mesa en una terraza maravillosa, con un gran árbol cobijándonos bajo sus amplias y robustas ramas y de fondo había un cantante con su guitarra cantando tristes canciones portuguesas. ¡Me encantó! Luego ya todo fue ir dejándose llevar cuesta abajo. Disfrutando del paseo, y deshaciendo el camino de vuelta al hotel. Ducharnos y encomendarnos a una  recuperación con un sueño profundo.


viernes, 2 de agosto de 2024

Modernidad Latente - Carmen Thyssen

Nada más comenzar agosto llegó a mis oídos que el Museo Carmen Thyssen de Málaga realizaba una apertura nocturna gratuita el primer jueves de agosto, es decir, el primer día de agosto, que coincide con el primer día de mis vacaciones, y pensé que era una estupenda manera de aprovechar para ver la exposición temporal Modernidad Latente que tenía intención de visitar en este mes de descanso. Así lo hicimos. La familia al completo.

La exposición Modernidad latente. Varguandistas y renovadores en la figuración española, incluía obras de un buen número de artistas tan reconocidos como Picasso, Juan Gris, Antonio López o María Blanchard entre otros.

No soy un gran entusiasta de la Modernidad en la pintura. Probablemente porque no estoy preparado y no la entiendo o me falta formación o todas juntas. Aún así, siempre suelo encontrar obras que me parecen soberbias. Entre las más de sesenta obras que se presentaban en la exposición temporal un buen número de ellas me encantaron.

Visitando los museos suelo jugar conmigo mismo a imaginar que si me dieran la posibilidad de llevarme una sola obra a mi casa, sin opción de venderla, quiero decir por el simple hecho de poder colgarlo en mi casa, para no andar condicionado por los supuestos precios que alcanzarían en una supuesta subasta. ¿Cuál te llevarías? Normalmente elijo la obra que más me guste, claro está, pero no basta con eso. Hay que tener en cuenta que vivo en un pequeño piso, donde por ejemplo no tendría espacio para colgar Las Meninas de Diego Velázquez. Así que tengo la gran limitación a tener en cuenta en la que el tamaño es fundamental.

Finalmente me decidí con mucho esfuerzo por un cuadro ubicado en la primera sala. Ventana sobre Portugal de Daniel Vázquez Díaz. El cuadro me pareció simplemente bello, pero no es un cuadro simple, o eso me pareció. El tema principal del cuadro es una naturaleza muerta, pero no tan muerta, ni tan evidente como un bodegón. Una pecera con tres peces en su interior.

La obra fechada entre 1922 -1923 es una reinterpretación cubista con una vuelta de tuerca. Al fondo, en un horizonte enmarcado por una ventana (muy Matisse) se representa un paisaje arquitectónico, de una homogeneidad diversa y escalonada,  realizada con una paleta de colores fríos pero apastelados. No incluye ninguna persona, tan sólo el paisaje de una población sin ventanas que parece estar abandonado. El cielo es azul, y la mesa, donde está apoyada la pecera, es de colores tierra. El marco de la ventana es verde, como las hojas verdes que aparecen en primer plano a la izquierda. Las palmeras del fondo están casi mimetizadas con los colores azules de las viviendas y lo que más sobresale del cuadro son los tres peces de colores, que parecieran estar rindiendo homenaje a los melocotones de Cezanne, con sus colores de pastel anaranjados. Hay que resaltar el atrevimiento del contraste que ofrecen los peces con sus siluetas curvas y la esfera de la pecera en un cuadro con evidentes influencias cubistas. Una maravilla de cuadro.

Bueno, pues como el cuadro mide alrededor de 73 cm por 56 cm , que es un tamaño manejable, procedo a descolgarlo. No se lo digan a nadie.

Pd: Luego pensé que no era tan buena idea ir cargando con el cuadro todo el rato, con el calor que hacía y como pensábamos ir a picar algo -como así fue- pues lo dejé allí.