Como la cita la cogimos por la tarde, pues tampoco era un gran problema salvo que tuvimos que invertir el orden de las visitas. Nos dirigimos hacia la siguiente parada prevista, la Igreja do Carmo, que es una iglesia barroca con azulejos en un lado y de camino visitamos la Praça de gomes Teixeira, donde está el rectorado de la Universidade do Porto y una fuente del siglo XIX de estilo romano, llamada la Fonte dos Leoes.
La Igreja do Carmo estaba cerrada, pero junto a ella, a escasos metros está la Igreja dos Carmelitas, que aunque es sólo una nave, con capillas laterales ostenta un interior de barroco juanino que realmente yo no sabría diferenciarlo del rococó. Rodeamos el majestuoso edificio del rectorado y os dirigimos hacia la Igreja dos Clérigos con su campanario histórico del barroco, desde donde, según se afirma, se tienen las mejores vistas panorámicas de la ciudad. No sabría yo decir si es cierto o no, pero buenas tienen que ser porque altura tiene. Delante de la Torre dos Clérigos se encuentran varios edificios adosados, cada uno con la fachada de un color distinto, que es una de las estampas típicas de la ciudad de Oporto. La Rua da Assunçao junto a la Iglesia, tiene una cuesta con bastante inclinación y el tranvía ascendiendo lentamente es una de las vistas más costumbristas que puede uno recordar de Oporto.Continuamos nuestro descenso hasta la Praça da Liberdade, y subimos junto a la Igreja de Santo António dos Congregados para asomarnos a un McDonald's, sí, y han leído bien. No es que tuviéramos apetito ni nada de eso, es que para muchos éste es el local de la famosa cadena de comida rápida más bello del mundo. Se llamaba McDonald's Imperial porque antiguamente el edificio de los años 30 que ocupa era el famoso Café Imperial. La verdad es que sí que es bonito.
Continuamos por la Avenida dos Aliados hasta un enorme letrero de color azul que da nombre a la ciudad. Es una moda ahora en casi todas las ciudades colocar en un sitio turístico un letrero con el nombre de la ciudad. Creo que la primera vez que lo vimos, fue en Amsterdam hace ya muchos años. Para hacernos la foto junto a las letras de Oporto tuvimos que guardar una cola. Allí, en la Praça General Humberto Delgado, delante de la Cámara Municipal de Porto, con su torre del reloj, comenzaba la visita guiada por Oporto. Como llegamos antes de tiempo, paramos a tomar un café en el Café Aliança, a escasos pasos del lugar donde diera inicio minutos después el Free Tour.La visita comenzó, como suele ocurrir, con una introducción histórica, y seguidamente el guía nos llevó a pasar por delante de la Librería Lello, donde explicó un poco de por qué tanta fama y nos llevó por una animada calle famosa por su vida nocturna, Rua da Galeria de París, que, todo hay que decirlo, a esa hora de la mañana estaba durmiendo la mona.
La siguiente parada fue el Palacio de Justicia con sus influencias arquitectónicas soviéticas con columnas cuadradas y con su particular estatua de la justicia, en la que la justicia está representada sin venda en los ojos, con una espada en una mano y en la otra una balanza sujetándola sin ánimo a usarla. Así que ojo. No muy lejos de allí el guía nos llevó al Miradouro da Vitória, que ostenta vistas a la ciudad y al río Duero y al Ponte Luis I, desde lo alto de la ciudad. Tras dejarnos un tiempo para hacernos las correspondientes fotografías continuamos nuestro descubrimiento de la ciudad hacia la estación de tren Sao Bento, del siglo XIX con azulejos en su interior. Una verdadera atracción turística. Estaba de bote en bote, pero mereció la pena.Uno de los monumentos más visitados de Oporto es la Catedral de Oporto, una catedral monumental del siglo XII, primero de estilo románico del que conserva la fachada con las torres y el rosetón, además de las tres naves del cuerpo. La capilla interior y los claustros, que se construyeron siglos más tarde y que no entramos a visitar, son góticos y una fachada lateral y algunas cúpulas son de estilo barroco. La picota más grande de Oporto se encuentra justo delante de la catedral, y los ganchos donde se colgaron a criminales todavía están allí, para recordar al pueblo que había castigos. La función disuasoria la cumplía perfectamente. Las ejecuciones públicas o los escarnios a latigazos no es algo sólo portugués, ni mucho menos. Inglaterra, Francia, Italia, Alemania o España también tenían sus propios maneras advertir que se condenaban las penas. Definitivamente eran otros tiempos, donde la muerte era algo más cotidiano. Aquí acabó el free tour. Nos despedimos, entregamos al guía nuestra voluntad que estiramos todo lo que nuestra economía nos permite y bajamos unos metros para tener otra perspectiva de la ciudad, esta vez desde el Miradouro da Rua das Aldas.Decidimos buscar un sitio donde sentarnos, comer algo y realizar una parada en el baño. El día antes vimos un restaurante, en la Rua dos Clérigos, que se llamaba O Forno dos Clérigos, que parecía un restaurante bastante turístico, que es algo de lo que la mayoría de las veces solemos huir, pero necesitábamos algo que sirvieran con rapidez ya que seguidamente teníamos la visita a la librería Lello. Y como pillaba de camino, pues ahí nos detuvimos. Pepi y yo compartimos una fransesinha y como no tenía que conducir ese día me tomé una buena Super Bock. Como postre cruzamos la calle y frente por frente estaba Manteigaria, una Fábrica de Pastéis de Nata y pedimos uno para cada uno. Aparte me pedí una copa de vinho do Porto. ¡Había que probarlo!
La Livraria Lello estaba abarrotada como era de esperar, pero al menos no tuvimos que esperar mucho pues teníamos las entradas con nuestro horario seleccionado. La verdad es que es preciosa y que merece la pena visitarla. Es ya más un museo o una atracción que una librería. La escalera que une las dos plantas es una fantasía. Una obra mayúscula de carpintería y marquetería. Merece la pena visitarla, pero estaba abarrotada. Yo en estas condiciones no creo que vuelva. Había más gente de la aconsejableç y casi no podías pasear por ella, y el aire acondicionado no daba a basto y lo cierto es que hacía bastante calor. Pepi incluso llegó a agobiarse a ratos así que salimos, aunque por aprovechar el dinero de la entrada compramos un par de libros.Decidimos que era un buen momento para bajar a la ribera y coger uno de esos barcos que da una vuelta por el Río Duero, y que te pasea por debajo de los puentes desde donde obtener un punto de vista distinto de la ciudad. Así lo hicimos, pero antes nos acercamos a un supermercado donde comprar algo de agua pues estábamos sedientos.
De entre los distintos barcos que te ofrecen viajes por el Duero elegimos uno que tenía un descuento que nos había dado el guía del free tour, hicimos un poco de cola hasta que finalmente embarcamos. Pudimos tener una perspectiva distinta de los distintos puentes: el Ponte Luis I, luego Ponte Infante Dom Henrique, Ponte María Pia, Ponte de Sao Joao y finalmente el Ponte do Freixo, que fue por donde nosotros entramos a la ciudad portuense en el día anterior. Las vistas de la vuelta fueron estupendas.
El paseo relajante del barco, con el frescor del río nos sirvió de reconstituyente. Desembarcamos en el mismo sitio que nos montamos y continuamos paseando relajadamente la ribera hasta el Ponte Luis I y cruzamos el duero por la parte peatonal inferior del puente, junto a la carretera. La idea era poder ver el atardecer desde el otro lado del río. Las vistas del atardecer desde el sur del Duero son simplemente extraordinarias. Oporto bien podría llamarse la ciudad de los atardeceres. El sol bajando detrás de la ciudad, derramando sobre los tejados una luz tenuemente anaranjada es una visión inigualable. Cuando la tarde perdía terreno frente a la noche paseamos junto a los barcos rabelos por el margen del río que se conoce como Vila Nova de Gaia, donde están la mayoría de las bodegas de vinos de Oporto, y también hay muchísimos restaurantes.Decidimos cenar en la terraza de uno de los restaurantes de la ribera, la Taberninha do Manel. La temperatura era estupenda. Sofía, Miguel y Pepi se pidieron pasta, yo me decanté -¿cómo no?- por un bacalao com natas, que vi servido en una mesa cercana y que era de aspecto distinto al que me había tomado anteriormente, pues parecía que lo acababan gratinado. Lo regué con una buena cerveza bien fresca que me sentó estupendamente. Muy rico todo.
Era noche cerrada cuando acabamos de cenar. Dimos un último paseo por la ribera con la vista nocturna de las luces de la ciudad reflejadas en el Duero. Una estampa preciosa. El Palacio Episcopal presidiendo iluminado el difuso perfil de la ciudad. Nos dirigimos hacia el puente Luis I, donde había una parada de taxis y cogimos uno que nos llevara de vuelta al hotel.