De vez en cuando una escapada de fin de semana en pareja es algo necesario, bueno no sé si necesario es la palabra correcta, pero sí, digamos, positivo. Así que Pepi y yo aprovechamos un regalo de noches de habitación que me regalaron para visitar varios pueblos que no conocíamos. Nuestra primera parada fue Sanlúcar de Barrameda que en coche está como a dos horas y media de camino.
Tuvimos suerte a la hora de aparcar y dejamos el coche estacionado en la Calle Hermano Fermín, que está muy cerca del centro de Sanlúcar y de la Plaza del Cabildo, donde está ubicado el antiguo Ayuntamiento, y echamos el ojo a la Casa Balbino. La plaza con una fuente sencilla, aunque de buen tamaño, es un lugar perfecto de encuentro. hay mucha vida alrededor de la plaza.
Paseamos en dirección al mercado de abastos -soy un perpetuo aficionado a acudir a los mercados de todos los lugares que visito- y paramos a contemplar la coqueta pero señorial Iglesia de los Desamparados. El Mercado de Sanlúcar es pequeño, pero tiene mucha vida y en los alrededores del Mercado hay un buen número de puestos ambulantes y pequeños locales donde se sirven todo tipo de artículos relacionados con la alimentación, desde especies, pasando por un despacho de caracoles o las típicas tagarninas locales, que son famosas por su calidad.
A pocos pasos del Mercado encontramos Las Covachas, junto a la muralla del Alcázar viejo y el antiguo convento de la Merced. Es una zona señorial, donde está el Palacio de Orleans-Borbón o el Palacio ducal de Medina Sidonia.
El tiempo acompañaba con su bondad y apetecía perderse por el intricado de callejuelas y placitas. Pasamos por delante de la Iglesia Mayor de Sanlúcar y alcanzamos el Castillo, pero no nos apetecía entrar, entre otras cosas porque el precio nos pareció abusivo, pero lo rodeamos para contemplar la grandiosidad de su fortaleza. Junto al castillo está la ilustre bodega de manzanilla Solear y Barbadillo.
Descendimos y deshicimos nuestro paseo pero buscando cambiar de itinerario, para encontrarnos con nuevas perspectivas de la ciudad. Llegamos a la Calle Ancha, que es centro comercial de la ciudad y estaba llena de vida. La recorrimos hasta alcanzar la de Calle de Santo Domingo, junto a la Parroquia de Santo Domingo y continuamos hasta la Plaza de San Francisco donde está el colegio de mismo nombre y la Parroquia de San Nicolás.
Como aún era pronto para almorzar bajamos dando un lento paseo hasta la playa. El día estaba despejado y apetecía caminar bajo la calidez que el sol nos regalaba pacientemente. Comprobamos a simple vista la reducida distancia que existe desde el embarcadero junto a la playa hasta el Parque Nacional de Doñana. Un paraíso en la otra esquina, en medio, la desembocadura donde el Guadalquivir se abraza al Océano Atlántico. Es difícil darse cuenta del largo recorrido que muchas de las aguas que cruzan por la desembocadura han realizado hasta llegar hasta aquí. Ahora puedo decir que he visto nacer al Guadalquivir en Cazorla, donde parecía un nacimiento entre perezoso y débil y se ha ido haciendo mayor, se ha ido estirando por las tierras de Andalucía hasta finalmente llegar hasta aquí. Paseó por Córdoba y también por Sevilla y por multitud de pueblos y lugares que han vivido alrededor de su vida.
Regresamos a la Plaza del Cabildo y tomamos mesa en Casa Balbino, famosa por sus tortillitas de camarones (nosotros repetimos) que hasta -según leímos- el Rey -ahora emérito- dicen que tiene antojos de ellas. También dimos buena cuenta de su ensaladilla rusa, del buey de mar relleno y de un pudding de atún, acompañado con vino blanco fresquito. Todo muy rico. De postre degustamos un delicioso cortadillo de cabello de ángel que compramos en La Dulcería de la Rondeña.
Continuamos nuestro camino hacia Jerez de la Frontera, donde teníamos reservado el hotel, junto a la Plaza de las Angustias. Aparcamos a pocos metros y después de tomar posesión de la habitación fuimos a patear Jerez, aunque no era nuestra primera vez en Jerez.
Comenzamos nuestro recorrido por la Calle Corredera en dirección a la Plaza del Arenal y rodeamos el Alcázar de Jerez. Visitamos la Iglesia de San Miguel, paseamos por la Calle Larga, y nos introdujimos por el intrincado ajedrez de las callejuelas del barrio judío del centro de Jerez. En una tasca que vimos en una plaza agradable paramos a picar algo, poca cosa. Aún estábamos bajo los sólidos efectos de la comida algo tardía en Sanlúcar.
Antes de retirarnos a la habitación de hotel quisimos pasear y en la Plaza de la Asunción, en un banco de frente a la bella fachada de la Real Iglesia de San Dionisio, descansamos un buen rato nuestros pies. El día había sido largo.
La mañana siguiente, temprano, desayunamos estupendamente en una antigua capilla del convento de María Auxiliadora, dentro del Hotel. Un lugar lleno de encanto, con el techo alto, abovedado, con las paredes estucadas de un rosa caramelo que contrastaban con la piedra clara labrada en los contornos de las puertas y ventanas vidriadas.
Salimos a patear Jerez, pero primero teníamos una visita guiada por el Alcázar, donde pudimos comprobar la importancia de la cultura musulmán en la ciudad. Visitamos la mezquita con su minarete, que está ubicada en el interior amurallado, así los baños árabes, la torre Ponce de León, los jardines con sus fuente e imaginamos algo de tranquilidad que se debería respirar en el s XII en el patio de los naranjos. Destacar que intramuros también está el Palacio de Villavicencio, y en su interior, decorado con mobiliario del siglo XIX, existe una antigua botica muy bien surtida.
Tras pasar por el Alcázar fuimos a visitar la catedral, pero antes nos hicimos unas fotos con la escultura de Manuel María González, fundador de las bodegas González Byass, conocido por todos como Tío Pepe. A pocos metros hay un monumento a Juan Pablo II.
Lo más llamativo de la Catedral de Jerez, a mi juicio, es la fachada con contrafuertes y arbotantes, con una cúpula llamativa, aparte de la curiosidad de que la torre campanario está separada por unos pocos metros del edificio principal.
Tocaba ir despidiéndose de Jerez, y quisimos acercarnos a la Plaza de la Asunción, con el Monumento a la Virgen que da nombre a la plaza en el centro de la misma, a los lados la Iglesia de San Dionisio, de estilo gótico-mudéjar del siglo XV que nos gustó mucho, a su lado el edificio del Cabildo Antiguo y frente a la iglesia el Palacio de la Condesa de Casares. El conjunto uno de mis lugares favoritos de Jerez.
Nuestra siguiente parada, el Puerto de Santa María. A unos veinte minutos en coche. Aparcamos cerca de la Plaza del Polvorista, junto al paseo fluvial, muy cerca del Castillo de San Marcos, pasamos rodeándolo, estaba muy ambientado al ser domingo, y nos dirigimos directamente a la Casa de Rafael Alberti, y llegamos justo a tiempo y pudimos visitarla de forma breve, pues estaban a punto de cerrar.
La siguiente parada fue la Iglesia Mayor Prioral, que pierde grandiosidad al estar entre calles estrechas y a dos pequeñas plazas: la Plaza de España y la Plaza de Juan Gavala. Estaba cerrada y no pudimos acceder para verla. En la próxima visita será.
Nos acercamos a ver la Plaza Isaac Peral, donde está el Ayuntamiento y bajamos hasta encontrarnos con el río Guadalete. El río separa la ciudad quedando todo el centro de El Puerto de Santa María a un lado, y en el otro hay una amplia zona de aparcamiento, y lo que parece ser un polígono industrial que ahora parece que están revitalizando con el Centro Comercial Bahía Mar. También hay una zona de chalets. Hay una pasarela peatonal que une los dos lados de la ciudad.
Nos decidimos por comer pescaíto frito en la terraza del Romarijo. Tortillita de camarones, gambas blancas de El Puerto, chocos y huevas de merluza fritos, caella en adobo y calamaritos fritos. Todo muy rico. Luego en la Calle Luna vimos una heladería que servía buen café y porciones de pasteles. Allí tomamos nuestro postre antes de regresar. Por delante quedaban unas dos horas y media de carretera de vuelta a casa. Un fin de semana inolvidable.