Uno puede estar plácidamente sentado en el sofá con una novela entre las manos y sin sospecharlo, al mismo tiempo, el mundo está confabulando contra él. Aunque esta afirmación grandilocuente pueda parecer un poco exagerada, a veces lo parece.
Habíamos decidido cambiar los neumáticos al coche para ir a Carmona en fin de año, pues estaban algo gastados y más pronto que tarde había que cambiarlos, porque el de dibujo de las dos ruedas trasera no coincidía y ya sabíamos que no iban a pasar la ITV, así que nos pareció una buena ocasión. El mecánico del garaje nos comentó que uno de los amortiguadores estaba roto y el otro muy debilitado, de manera que cambiamos los dos.
Habíamos decidido cambiar los neumáticos al coche para ir a Carmona en fin de año, pues estaban algo gastados y más pronto que tarde había que cambiarlos, porque el de dibujo de las dos ruedas trasera no coincidía y ya sabíamos que no iban a pasar la ITV, así que nos pareció una buena ocasión. El mecánico del garaje nos comentó que uno de los amortiguadores estaba roto y el otro muy debilitado, de manera que cambiamos los dos.
Un par de semanas antes de ir a Carmona, el coche no arrancó. Ni a la primera, ni a la segunda ni a la de treinta. No era la batería, o eso nos dijeron. Llamada a la grúa y coche al garaje, pero una vez allí, como el niño que hace una trastada en el colegio y llega a casa con su mejor cara de niño bueno, el coche en el garaje arrancó perfectamente. ¿Qué pasó? ¿se arregló solo? No había manera de averiguarlo.
Un par de días después todo parecía ir funcionando bien, algo puntual pensamos, pero de buenas a primeras, cuando más falta te hace, el coche no arranca. Muerto. Llamada a la grúa y al concesionario. Es bajarlo de la grúa y el coche arranca perfectamente. ¿Es posible? ¿se está el coche riendo de nosotros?
No nos atrevíamos a ir con él a Carmona. Nuestra cuñada nos dejó su segundo coche y con él fuimos a pasar el fin de año. Con un coche que arranca cuando quiere no te atreves a ir a ningún sitio. Había que tomar una decisión. El coche tenía cerca de doce años.
Muy dolorosamente tuvimos que deshacernos del coche. Un cambio de coche tiene una parte ilusionante pero también de melancólica despedida -aparte del tropiezo económico que supone-. El coche nuevo seguro que iba a ser más interactivo y estaría adornado con más pijaditas y comodidades, pero uno, después de tantos años, estaba ya hecho a su vehículo, ha compartido miles de kilómetros, lo ha apagado y arrancado en miles de ocasiones, ha vivido, en definitiva, miles de experiencias con él. Me ha llevado siempre a dondequiera que el volante haya girado. Pero bueno, a todos nos llega la hora. Me reconforta imaginar que es posible que ahora esté por rústicas carreteras de un país africano, reciclando su vida, haciendo felices a otros muchos, que incluso lo laven un poco más de lo que lo hacíamos nosotros. Adieu mon ami.
(Cuando nos llevó a Lastres)