Tengo un trabajo sedentario. Es lo que hay. A veces me gustaría poder abrir la puerta de la oficina y salir, respirar el aire fresco de la calle, ir de un sitio a otro, sin prisa pero sin pausa. Escapar de las cuatro paredes y sentir la brisa en la cara, pero no es posible. Tampoco hay que verlo con pesar, como un castigo. Estar todo el día en la calle de aquí para allá debe ser muy cansado. No lo sé pero lo imagino. Habrán con seguridad días de frío o de calor, lluvia, viento, tráfico, colas de espera...
De manera que para combatir mi sedentarismo voy y vengo caminando todos los días al trabajo, salvo raras excepciones en las que pueda necesitar el coche para realizar una compra pesada y abundante o algo así después del trabajo. El trayecto de apenas un kilómetro desde la casa a la oficina lo hago a pie. Unos quince minutos de paseo. Además, todo hay que decirlo, es un paseo muy agradable: un boulevard entre palmeras y casas encaladas de blanco, con una leve pendiente y sombras suficientes. Siempre lo recorro con los auriculares enchufados al móvil, reproduciendo una lista de Spotify creada a conciencia por mí. Como el camino lo realizo cuatro veces diarias, al final, son 1 hora de música caminando. Un lujo.
Pero desde hace unos meses, cada viernes, mientras el pequeño de la casa va a entrenar, he decidido ir a pasear. Una hora caminando por el paseo marítimo. 30 minutos de ida y otros 30 de vuelta pero a un ritmo más alto. También acompañado por los auriculares, claro está. La idea es realizar de 6 ó 7 kilómetros. Y los fines de semana, cuando podemos, estamos yendo toda la familia a pasear juntos. Un par de horas mínimo. Lo cierto es que lo pasamos bien a la par que es sano. Y estamos recorriendo la senda del litoral, que para el que no la conozca es muy atractiva. Un camino junto a la playa, o los acantilados, normalmente sobre un entarimado de madera creado específicamente para el caso. Hay que ir temprano si uno no quiere acabar achicharrado por el sol, pero merece la pena.
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