Cuando leí Dora Bruder de Modiano, poco después de que le otorgaran el premio Nobel de Literatura, quedó en mi interior una sensación de que había leído algo muy bueno pero también muy corto y que debería algún día leer algo más que completase aquella lectura inaugural del planeta Mondiano.
Pasó el tiempo y la intención fue desvaneciéndose pero seguía latente. Y un buen día, en una de esas visitas que de vez en cuando hago a la biblioteca (me encantan las bibliotecas), me traje para casa En el café de la juventud perdida. La sinopsis me resultó prometedora.
Así como Dora Bruder me lo leí casi en un suspiro y dejó tatuado su título en la piel de mi recuerdo, En el café de la juventud perdida no sentí para nada el mismo arrebato imparable de lector voraz. Tardé en leerlo, no llegué a meterme ni a identificarme -y mira que traía ganas- y me resultó un libro que pasará lastimosamente al rincón de los libros olvidados rápidamente. Los libros y las personas somos así de caprichosos, a veces no encajamos por más que lo intentemos. No pasa nada, si se tercia volveré a leer a Modiano, porque se lo ha ganó con Dora Bruder, y yo soy de los que me quedo con las cosas positivas.