Casi sin tiempo de deshacer las maletas después de regresar de mi particular escapada musical al Primavera Sound, al fin de semana siguiente, volví a meter, en esta ocasión, ropa de playa. Un fin de semana en Chiclana nos esperaba. La idea era pasar unos días de relax, pero desde el mismo principio el tema comenzó a torcerse.
El primer inconveniente vino por el pequeño de la casa, Miguelito, que mientras jugaba al fútbol en el cole, mientras regateaba -según cuenta-, pisó la pelota y al caer apoyó mal la mano y crack. Se fracturó el dedo índice. Escayola que te crió. Era un inconveniente más importante de lo que parece, porque ir con un niño inquieto de siete años con una escayola en el brazo (que no se puede mojar), a un hotel para estar todo el tiempo alrededor de una piscina no es buena cosa. ¿Pero qué hacer?
Una vez todo listo para los poco más de doscientos kilómetros de distancia, justo en el momento de meter los bártulos en el maletero, mi santa observa que la rueda está desinflada casi completamente. Pinchazo al canto. Después de devolver todo el equipaje de vuelta a casa, después de cambiar la rueda pinchada por la rueda de repuesto, tuvimos que salir a buscar otra porque la que tenemos de repuesto no es suficiente para tanta distancia. En total más de dos horas de retraso. Llegamos al hotel tan tarde que ya no pudimos disfrutar de la piscina en la tarde del viernes. En fin.
El resto fue todo perfecto. Un clima envidiable, una habitación amplia y cómoda, un entorno paradisíaco, una compañía inmejorable, y abundancia de víveres. Como siempre descansar se descansó poco, pero pasarlo bien, lo pasamos estupendo. Hasta el año que viene.
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