El sábado nos levantamos temprano con la idea de ir a visitar la ciudad de Haarlem, situada a tan sólo 20 km desde Amsterdam. Un saltito en tren. Así desde la grandiosa estación Centraal de trenes de Amsterdam partimos hacia la histórica Haarlem.
Con una temperatura estupenda y un cielo totalmente despejado nos dispusimos a perdernos por las adornadas calles del centro. La primera impresión que nos dio Haarlem es de ser pequeña, con casitas típicas, con un aire acogedor y señorial, pero conforme la fuimos descubriendo nos fue encantando sus bonitos rincones, sus plazas con puestos de mercados y resultó ser más grande de lo que en un principio parecía y nos abandonamos a disfrutar de sus abarrotadas calles atestadas de bicicletas, turistas y puestos de todo tipo.
Descansamos en un puesto que vendían gofres y decidimos tomarnos uno con nata para compartir. Un gofre hecho en el acto, artesanal, como siempre se han hecho. Riquísimo. Seguimos por callejuelas concurridas y llenas de encanto dirección a la plaza principal, donde se encuentra la majestuosa Grote Kerk. Paramos a comprar regalos, pues vimos que los precios eran más baratos que en Amsterdam y las cosas de los puestos eran más auténticas.
Nos trajimos 3 quesos "de bola" y 10 cajas de wafels, que es un pastel típico holandés hecho de galleta y caramelo. Riquísimo. Después de una compra tan acertada nos fuimos a buscar un sitio donde comer. Había gran variedad y finalmente nos sentamos en la terraza de uno típico holandés que se llamaba De Gooth. Todo buenísimo también. Muy recomendable.
Para bajar la comilona, nos volvimos a la estación para tomar el tren de vuelta a Amsterdam. Una vez allí, tras pasear un rato soñolientamente cojimos un barco turístico que nos dio una vuelta por los principales canales. Navegamos por Prinseracht, Singel, Spui y vimos desde un sitio privilegiado las extraordinarias vistas de las fachadas inclinadas que hay por toda Amsterdam, el Casino, el Rijsmuseum, el fotografiadísimo Magere Brug... lentamente, con el run run del motor, el chapotear del agua contra la cubierta del barco pasamos unos románticos momentos de descanso.
Después del paseo en barco, bajándonos cerca de Waterlooplein, callejeamos y nos adentramos en el mercado de las flores hasta llegar a las calles del centro, atravesando la plaza Dam hasta llegar a De Waag, y entre bulliciosas y festivas callejuelas del barrio chino llegamos hasta el Damrak, dejándonos llevar, entre escaparates eróticos, con un ambiente extravagante, con gente disfrazada por las calles, con los altavoces en las farolas, todo decorado con globos rojos. Irrepetible.
Volvimos al hotel para una ducha rápida y cambiarnos para salir a cenar, una cena ligera, un doner kebab y unos helados del Burguer King y, después, para bajar la comida, otra vueltecita por el distrito rojo. ¡Qué depravados nosotros!