Todos mirábamos a los telediarios con recelo, las noticias no auguraban nada bueno. Un nuevo virus iba creciendo y propagándose a un ritmo de vértigo entre la sociedad mundial. Los hospitales comenzaron a saturarse. El número de fallecidos iba creciendo exponencialmente en las gráficas de los periódicos y lo peor era que todos sospechábamos que la curva ascendente probablemente lo fuera aún más acusada de lo que los datos reflejaban. Madrid y Barcelona especialmente comenzaron a sufrir lo más crudo de la epidemia en España. El virus seguía propagándose. No había mascarillas aún en las farmacias. Ni alcohol. Muchos perdieron sus trabajos, otros tuvimos la fortuna de poder seguir teletrabajando. Llegó el estado de alarma, y los aplausos en los balcones. Nos acostábamos pero no había manera de cerrar los ojos y dormir. La incertidumbre, la preocupación, la falta de perspectiva nos agarraban de los párpados.
Nadie podía imaginar algo así sólo unos pocos meses antes, pero pasado un tiempo te das cuenta que todo lo que venía después era triste y predecible. La vergüenza política mirando sus votos en cada toma de decisión, la falta de coherencia y determinación, la escasez de rigor crítico. Una sociedad egoísta, con nula empatía y una completa falta de humanidad. Tirar la piedra y esconder la mano. Primero yo y después que se apañe el resto.
Así seguimos y parece que va para largo. Habrá que tener tanta paciencia como precaución. Aprender a vivir sin muchas cosas y a convivir con algunas otras. Es lo que hay. Sólo queda esperar que no se alargue mucho y que afecte lo menos posible.
Mucha suerte a todos.