El lunes 28 de abril, a eso de las 12:30 de la mañana, mientras trabajaba, se fue la luz. Hace tiempo que no se va la luz. Piensas que ha sido una subida de tensión y vas a comprobar el cuadro de luz, suponiendo que es sólo cuestión de subir el diferencial, que habrá saltado por una sobrecarga. Pero no. Abres la puerta al rellano e intentas encender la luz del pasillo para comprobar si es algo del piso o del bloque. Sigue sin haber luz y confirmas que es algo del bloque, o de la calle. Así que poco puedes hacer.
Coges el teléfono y lees que un amigo de Barcelona, en un grupo de whatsapp, pregunta si se ha ido la luz en nuestra ciudad, y ves cómo uno de San Sebastian y otro de Madrid dicen que sí. ¿Cómo? ¿Estamos en un apagón nacional? Si se ha ido en toda España no será cosa de subir un diferencial. Mi primer pensamiento fue escribir por whatsapp al grupo familiar. Hablé con Sofía y le dije que comprara pan, que así al menos un bocata comemos, porque sin luz, poco podíamos cocinar. Les pedí que ahorraran batería de los móviles porque no íbamos a poder cargar, salvo que las baterías externas que tenemos en casa, esté cargadas. Imposible saber cuánto tiempo íbamos a estar sin electricidad.
Nos acostamos a dormir todavía sin electricidad. Con la incertidumbre de si volvería antes de despertar, porque al despertar podíamos tener electricidad y regresar una nueva normalidad o bien el apocalipsis.
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