domingo, 9 de diciembre de 2018

Dublín. Día 2

Me asomé por la amplia ventana de la habitación del hotel y todavía era noche cerrada. Llevaba con los ojos abiertos como platos más de una hora y aún quedaba otra hora larga antes de que sonara el despertador. En los viajes suelo despertarme pronto. Soy así. Supongo que son mis nerviosas ansias por descubrir ciudades y por aprovechar el tiempo.

Desayunamos el típico british breakfast en el hotel, abundante y reconfortante. De nuevo el autobús nos llevó al centro pero bajamos unas paradas antes porque quisimos comenzar nuestra visita desde otro sitio punto distinto de la ciudad.

Nuestra primera visita prevista era la iglesia de St. Joseph's. Llegamos pronto pero ya estaba abierta, junto a su jardín estaban preparando una especie de rastro benéfico, pero pudimos acceder sin ningún problema. Su exterior es imponente, piedra granítica de gris plomizo, a un costado de la fachada sobresale un robusto torreón que sirve de campanario. Ángulos rectos, esquinas engrosadas por pilastrones y cubiertas vertiginosas de pizarra a dos aguas. Templos religiosos casi como fortalezas de reyes. El interior es coqueto y acogedor con una envolvente luminosidad vidriada.

A pocos pasos de St. Joseph's Church está Blessington Park, pero como aún era temprano estaba cerrado.  Desde el exterior de la verja pudimos ver The Lodge, que es pequeña cabaña que hacía las veces de vivienda para el encargado de la antigua dársena que existía en ese lugar. Blessington Street es una calle típicamente irlandesa, con las fachadas de ladrillo visto, con amplias ventanas de palillería correderas en vertical con puertas de entradas de colores adornadas de dos pilares a sus lados y un arco de medio punto sobre ellas. La imagen que todos tenemos grabada en nuestra memoria visual de una típica vivienda irlandesa.

No muy lejos de allí está la hermosa Abadía Presbiteriana, que precisamente estaban restaurando la aguja de la torre del reloj. Junto a la Abadía, adosada a su izquierda, está el Museo de escritores dublineses. Todo permanecía aún cerrado. Cruzando la calle está el Parque conmemorativo a las personas que perdieron su vida en la causa Irlandesa, Garden of Remembrance.  Rodeamos el parque y en una corta y silenciosa caminata llegamos hasta la entrada del James Joyce Centre, un museo para promover la comprensión de la vida y la obra del famoso novelista irlandés. También permanecía aún cerrado. Pero no nos importó porque tampoco era nuestra intención visitarla. Aparte de no disponer de mucho tiempo, a los niños no creíamos que les iba a gustar, aunque tal vez sí, porque la visita se realiza en el interior de una antigua casa de estilo georgiano del siglo XVIII. 

Giramos en la esquina del Teatro Nacional, en el que por lo visto había una exposición de dinosaurios. Por detrás y al fondo se atisbaba el hospital Rotunda, donde nació Bono, cantante de U2. Bajamos por O'Connell Street, una de las calles más famosas de Dublín, hasta llegar a The Spire, considerado el monumento más alto del mundo con sus 120 metros de altura. Tendrán que estirar el cuello si lo quieren ver completo. Oficialmente es el Monumento a la Luz, pero todo el mundo lo conoce como The Spire (La Aguja).

Bajamos O'Connell hasta cruzarnos con el río Liffey, giramos por Bachelor's Walk, para caminar junto al río para cruzarlo por Ha'penny Bridge, donde inevitablemente nos hicimos unas fotos, al igual que en el pasadizo del Merchant's Arch, en el que imitamos una vieja foto que se hicieron U2 en sus comienzos. Fue gracioso. Nos acercamos a The Temple Bar, para contemplarlo a luz del día. Aún era pronto para tomarse una pinta, y además ya empezábamos a tener prisa porque habíamos quedado para realizar una visita guiada a pie desde la plaza junto al City Hall.

Llegamos con tiempo para identificarnos y comenzar la visita. Iniciamos nuestro paseo guiado por el centro de Dublín desde el Castillo, y allí, en mitad de la gran plaza, nuestro guía nos resumió en pocos minutos la historia más relevante de Irlanda y especialmente la de Dublín. Lo hizo de una manera amena y divertida, y creo que hasta los niños se enteraron bien. Visitamos el jardín que hace años era una laguna negra y que dio nombre a la ciudad. Admiramos el torreón medieval y nos explicó parte de su tremenda historia.

Rodeamos el castillo hasta pasar junto a la coloridas fachadas que dan al sur. El guía preguntó si alguno de nosotros había estado alguna vez en el Palacio da Pena, en Sintra. Los niños levantaron la mano orgullosos de conocer el sitio que se les mencionaba. Lo cierto es que hay cierto parecido y el guía nos explicó que no era simple casualidad, sino que el arquitecto había sido el mismo y gustaba de dejar su colorido sello, aunque este es un punto que aún no he podido confirmar.

Giramos bajo un puente por un camino peatonal, en cuya entrada había una placa en honor a Jonathan Swift señalando que una vivienda cercana, ya derruida, nació el gran escritor irlandés. Al final del camino, subiendo tramos de escaleras, y girando a la izquierda llegas a Christ Church, y en frente  Dublinia, con su curiosa unión, en forma de puente cubierto sobre la carretera. El conjunto es formidable.

A un lado de Christ Church hay unas marcas de dibujo sobre el piso de lo que fue una construcción vikinga. Los restos se encontraron en unas obras, se depositaron en otro lugar, y han querido dejar, para hacernos una idea, de lo que era un asentamiento vikingo. Curioso.

El guía por petición popular decidió que era el momento de hacer una parada de necesidad y nos llevó a un lugar no muy lejos de allí, en Temple Bar donde a un lado de la acera había un Gastrocafé,  donde al parecer servían buen café y buen té, y al otro lado un Pub, Badbobs, donde servían estupenda cerveza. Doy fe.

Continuamos nuestro redescubrir de Temple Bar camino de St. Andrew's Church, junto a la que está una de las más famosas esculturas de Dublín, si no la que más: Molly Malone. Nuestro guía nos contó varias de las leyendas que existen alrededor de la figura de tan afamado personaje y así dio por finalizada su visita, no sin antes ofrecernos varias recomendaciones de lugares "auténticos" para almorzar, pero aunque eran las tres de la tarde, aún no teníamos apetito y decidimos visitar la Catedral de San Patricio antes de que cerrase.

En un agradable pase de un cuarto de hora nos plantamos en el parque que hay localizado junto a Saint Patrick's Cathedral, en el que habían instalado una especie de pequeña exposición infantil alrededor del cuento de Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver.

Hay mil leyendas alrededor de la creación de la catedral, y de su origen y de cómo San Patricio en un pozo que había situado allí mismo bautizaba a los paganos para convertirlos en cristianos. La historia como ocurre tantas veces está entre las tinieblas de la realidad, pero lo que sí parece cierto es que la actual catedral terminó su construcción en 1270. Ha llovido. Y más allí en Dublín.

La Catedral de San Patricio es bonita, distinta a lo que estamos acostumbrados. Para empezar a mí me llamó la atención el suelo, que es de coloridos mosaicos con decoraciones de símbolos celtas en muchos casos.

Una de las primeras cosas que te aprendes de la Catedral de Dublín es que existe una larga tradición musical en ella y que fue allí donde se presentó el Mesías de Handel por primera vez. El coro de la catedral es famoso y aún sigue cantando misa diaria. Cuando nosotros accedimos a la catedral estaban ensayando. También contemplamos el busto y el epitafio de Jonathan Swift que está enterrado allí. En el reducido cementerio que hay junto a los muros de la catedral se pueden ver lápidas con cruces celtas descubiertas en el siglo XIX.

Decidimos ir a uno de los pubs que el guía nos había recomendado, O'Neills, que estaba en la acera de en frente de la escultura de Molly Malone. Dimos un pequeño rodeo para llegar pues no queríamos volver por las calles que habíamos recorrido antes, la idea era ver cosas distintas-

O'Neills fue un acierto. Mucha variedad, buena cantidad y un precio adecuado. Era un self service, te ponías en cola, decías lo que querías, pagabas, esperaban que te lo diesen y te lo llevabas a tu mesa. Por suerte encontramos una mesa en una pequeña esquina con un ventanal que nos gustó mucho. Estaba abarrotado  y habían algún salón con grandes pantallas y aficionados viendo un partido de fútbol. Un local muy animado.

Una vez que habíamos repuesto energías con un merecido avituallamiento y descanso fuimos al National Museum of Ireland. Uno de mis objetivos principales de nuestra visita a Dublín. Como siempre me pasa necesitaría mucho más tiempo del que estuve, pero si algo es limitado e inescrutable en esta vida eso es el tiempo, y más si cabe en un viaje. Vimos obras maravillosas, el edificio es magnífico y la presentación de las obras me pareció estupenda. Un lugar para pasar días. Vimos obras de Signac, Monet, John Singer Sargent, Meissonier, Gainsborough,Tintoretto, Canaletto... y una obra que yo llevaba tiempo deseando contemplar, El prendimiento de Cristo de Caravaggio.  Una joya. Desafortunadamente no pudimos disfrutar de la obra de Velázquez, La cena de Emaús, porque estaba de préstamo. Una pena, pero en cambio sí pudimos disfrutar de estupendas obras de Goya o de una de las obras destacadas de la historia de Irlanda, Los esponsales de Strongbow de Maclise. La gran sala es simplemente fascinante.

Salimos del museo y fuimos a tomar un café, la noche era cerrada y el cielo plomizo parecía que en cualquier momento iba a descargar una tormenta sobre nosotros, pero no sucedió, por suerte para nosotros.

Ya iba siendo hora de ir retirándose al hotel pero aún tuvimos tiempo para acercarnos a Grafton Street, ver la placa que hay de Ulysses, pasar por delante de Lillie's, un famoso local nocturno dublinés, o escuchar un par de canciones de los músicos callejeros. Cogimos el autobús que nos llevó al hotel. Ya iba tocando descansar después de un día tan largo y así reponer energías para el día siguiente.


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