No suelo estar escribiendo en este blog felicitaciones a personas allegadas, ni tengo por costumbre andar contando dónde ni con quién celebramos en familia o con amigos tal o cual cumpleaños. No lo hago porque sino este blog se convertiría en un monótono círculo de felicitaciones anuales que tampoco nos llevan a ningún sitio. No interesaría a (casi) nadie, y a mí muy posiblemente me aburriría hasta el extremo de que los días de este blog estarían contados.
De manera que fuimos a celebrar el cumpleaños de mi padre, que empezó cuando yo era un pequeño mocoso siendo mi papi, hasta que ya empezó a sonar ridículo en una voz que no fuera de un imberbe, y pasó a ser papá, después, desde hace unos años, ha pasado a ser definitivamente el abuelo Miguel. Y es que lo vi muy ilusionado con celebrar su cumpleaños y no porque fuese una fecha de las que suelen conocerse como redonda, sino porque meses antes de su día ya andaba recordándonos que reserváramos la fecha y no la ocupásemos porque nos iba a invitar a almorzar.
Así que llegado el día mismo de su cumpleaños en el Mesón de Andrés -un restaurante estupendo- nos reunimos muchos de sus seres cercanos para verle soplar la vela que por sí sola simboliza sus 84 años de vida. Nos acordamos de nuestra madre, que ya hace demasiado que nos dejó, y su vacío no hay manera de llenarlo.
No sé si porque este año su celebración caía en sábado lo vi especialmente ilusionado y quizás por eso, a mí me hizo más ilusión y como consecuencia escribo esta entrada.
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