Me enamoré perdidamente de una canción. Me pasa a menudo. Me engancho a una melodía y ya no hay manera de sacármela de la cabeza. Haga lo que haga, está ahí, presente. En esta ocasión además era una canción extraña para mí. Quiero decir que se salía bastante del tipo de canción que habitualmente me hace cerrar los ojos y soñar. Normalmente esto lo consigue una canción de rock, con grandes voces, y guitarras contundentes y frecuentemente con rotundos y virtuosos solos de guitarras. Así me ha pasado multitud de veces. Desde la rebelde Cult Personality de los americanos Living Colour hasta el Walk On de la banda sueca Graveyard. Uno tiene sus gustos y por mucho que quiera no puede esquivarlos. Las cosas son como son. Es simple.
Pero últimamente estoy observando que mis gustos, aunque siguen paseando alrededor del rock, se ven de vez en cuando distraídos por otros tipos de estilos. Y a pesar de que siempre he estado muy a favor de escuchar nuevas músicas y abrirme a estilos distintos, el tipo de canción que me atrapaba por los cuatro costados siempre eran del mismo palo. Pero esta tendencia o querencia ha ido cambiando últimamente, no es nada ni buscado ni premeditado, simplemente ocurre. Recientemente quedé prendado del candoroso tema de Lana del Rey, Margaret, y anteriormente por la tremenda maravilla que es El Manantial de Los Planetas. No puedo escuchar estas canciones sin sentir una emoción sobrecogedora.
La última canción que me tenía agarrado de un lazo, como un dueño pasea a su perro, fue la canción Smoke de Jay-Jay Johanson. Una canción con una base casi funky, con un toque jazz y una voz casi susurrada. No sé qué pasó, no lo sé. No puedo explicarlo. Sencillamente ocurrió, me encanta.
Una canción te lleva a un disco y a un cantante, y esto a su vez, a veces, a otros muchos. Para mi sorpresa mientras yo estaba envuelto en el cálido humo de la canción, anunciaron un concierto de Jay-Jay Johanson en Málaga. No podía faltar.
Paseé por el centro de Málaga, con los auriculares puestos, la canción me llevaba, me guiaba. La gente iba andando de aquí para allá, yo flotaba frente a construcciones de otras civilizaciones como La Alcazaba o el Teatro Romano. Me senté a disfrutar de las vistas. Saber que en unos minutos podría escuchar al intérprete sobre un escenario tocar la canción, me tenía sobrecogido de emoción.
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