domingo, 25 de febrero de 2024

El camino de los ingleses - Antonio Soler

Es posible que El camino de los ingleses sea el libro más famoso de Antonio Soler, es posible también, que esto se deba, en parte, al empuje que una película (cuando es buena) da a un libro, y más especialmente si la película está dirigida por alguien con la fama internacional del malagueño Antonio Banderas. Lo cierto es que la novela no necesitaba ese empujón, ya venía de ganar el Premio Nadal, y Antonio Soler ya era un escritor reconocido y contrastado antes de escribir esta novela. En 1996 había recibido el Premio de la Crítica por su novela Las Bailarinas muertas,  y en 1999 el Premio Primavera con su siguiente novela El nombre que ahora digo. Credenciales suficientes para no necesitar nada más.

Comentó Antonio Soler en una entrevista que Antonio Banderas lo llamó, pasaron el día juntos, y que lo convenció, algo que según comentó el autor no era de extrañar, pues por todos es sabido que Banderas es famoso por su poder de seducción. La premisa era que Banderas tenía la intención de dirigir la película, pero quería que Soler escribiera el guion. Antonio Soler ya había trabajado antes como guionista y por lo tanto tenía experiencia, además era su novela. ¿Quién mejor? Ya digo que Antonio Soler accedió. Lanzó su novela, como si de un jarrón se tratase contra el suelo, y recogió los pedacitos que consideró y con ello montaron el guion, que fraguó en una película que se estrenó en 2006.

Es una novela ambientada en Málaga, donde unos jóvenes con un aire proustiano viven en ese momento en el que se comienzan a perder la inocencia, e inician su camino por la vida adulta. Los primeros trabajos, los primeros besos, sus relaciones, sus sueños... Es un libro coral, trágicamente divertido en el que el autor construye la identidad de una generación a través de unos personajes tan inesperados como extravagantes.

miércoles, 21 de febrero de 2024

Jay-Jay Johanson en Málaga

Me enamoré perdidamente de una canción. Me pasa a menudo. Me engancho a una melodía y ya no hay manera de sacármela de la cabeza. Haga lo que haga, está ahí, presente. En esta ocasión además era una canción extraña para mí. Quiero decir que se salía bastante del tipo de canción que habitualmente me hace cerrar los ojos y soñar. Normalmente esto lo consigue una canción de rock, con grandes voces, y guitarras contundentes y frecuentemente con rotundos y virtuosos solos de guitarras. Así me ha pasado multitud de veces. Desde la rebelde Cult Personality de los americanos Living Colour hasta el Walk On de la banda sueca Graveyard.  Uno tiene sus gustos y por mucho que quiera no puede esquivarlos. Las cosas son como son. Es simple.

Pero últimamente estoy observando que mis gustos, aunque siguen paseando alrededor del rock, se ven de vez en cuando distraídos por otros tipos de estilos. Y a pesar de que siempre he estado muy a favor de escuchar nuevas músicas y abrirme a estilos distintos, el tipo de canción que me atrapaba por los cuatro costados siempre eran del mismo palo. Pero esta tendencia o querencia ha ido cambiando últimamente, no es nada ni buscado ni premeditado, simplemente ocurre. Recientemente quedé prendado del candoroso tema de Lana del Rey, Margaret, y anteriormente por la tremenda maravilla que es El Manantial de Los Planetas. No puedo escuchar estas canciones sin sentir una emoción sobrecogedora.

La última canción que me tenía agarrado de un lazo, como un dueño pasea a su perro, fue la canción Smoke de Jay-Jay Johanson. Una canción con una base casi funky, con un toque jazz y una voz casi susurrada. No sé qué pasó, no lo sé. No puedo explicarlo. Sencillamente ocurrió, me encanta. 

Una canción te lleva a un disco y a un cantante, y esto a su vez, a veces, a otros muchos. Para mi sorpresa mientras yo estaba envuelto en el cálido humo de la canción,  anunciaron un concierto de Jay-Jay Johanson en Málaga. No podía faltar.

Esperé un tiempo por si alguien se quería apuntar conmigo, pero como nadie estaba por la labor, y a mí no me gusta convencer a nadie, ni estar en un concierto que a mí me emociona mirando el reloj, así que me dediqué a ir mirando día a día la web de venta de las entradas, para así comprobar que aún quedaban entradas a la venta en la web, y cuando ya quedaban pocas, no quise esperar más. Me decidí finalmente a ir solo. Compré una entrada suelta que había en una esquina de la primera fila. Como un niño con zapatos nuevos me planté en Málaga. 

Paseé por el centro de Málaga, con los auriculares puestos, la canción me llevaba, me guiaba. La gente iba andando de aquí para allá, yo flotaba frente a construcciones de otras civilizaciones como La Alcazaba o el Teatro Romano. Me senté a disfrutar de las vistas. Saber que en unos minutos podría escuchar al intérprete sobre un escenario tocar la canción, me tenía sobrecogido de emoción. 


domingo, 18 de febrero de 2024

Sofía en Roma

Una de las primeras consecuencias de que los años van pasando es que todos nos vamos haciendo mayores. Pepi y yo nos acercamos vertiginosamente a lo que se suele llamar amablemente la madurez, mientras que mis hijos pisan con suficiencia y elegancia la juventud. Las cosas como son. Ya me gustaría a mí estar en su lugar, especialmente en el de Sofía, que en estos días está de viaje de fin de curso por Roma y nos manda fotos que nos ponen los dientes largos. Es inevitable. ¿A quién no le gustaría visitar Roma o Pizza con diecisiete años? Yo, por ejemplo, a mis cincuenta y pocos aún no he visitado Pizza. 

Amo Italia, pero sólo he estado en dos ciudades: Roma y Venecia. Circunstancias de la vida. Mi mujer  visitó Italia en su viaje de fin de curso del Instituto, hizo un tour recorriendo el país que ni ella recuerda bien qué ciudades visitó (en esa época las fotografías eran escasas), así que durante un tiempo decidimos intentar no repetir lugares que ya conocíamos, pero ya el año pasado ya llegó el momento de poder visitar ciudades italianas. Ahora, a ver si la economía nos lo permite, aunque está complicado porque estos viajes de nuestros niños están realizando con sus institutos, aunque salgan económicos, no son gratis y alguien tiene que pagarlos.

Costeamos estos viajes con algo de envidia y también con la satisfacción de darles la oportunidad de hacer cosas que nosotros también hicimos y que, al menos en mi caso, han tenido un eco importante en nuestras vidas. Son vivencias irrepetibles y aunque ellos ya han viajado con nosotros, y muchas de las cosas que van a hacer, ya las han vivido, van a ser repetidas, ahora tienen la posibilidad de hacerlas por sí mismos, o casi. No con la supervisión constante de unos padres. 

Si no recuerdo mal mi primer vuelo fue a los dieciséis años, Pepi creo que incluso algo después. Tengo un movido recuerdo de mi primer vuelo en avión, pero es una larga historia que mejor cuento otro día por aquí. Ellos por suerte, o por las posibilidades actuales de encontrar vuelos a precios asequibles, han volado muchas veces y desde niños.

La novedad en realidad de esta entrada de blog, a lo que yo venía a poner mis ideas en orden aquí, es que Sofía está en Roma y como la echo mucho de menos, camino mis días entre nostálgico por no estar allí con ella, pero al mismo tiempo ilusionado porque sé que lo está pasando estupendamente. Esta casa sin ella está algo vacía. Falta algo, y es que Sofía se hace escuchar. Por eso ando algo apenado porque echo de menos por casa el derroche de energía que ella va despidiendo por donde quiera que va.  Es mi hija pequeña y eso lo será por siempre jamás. Antes se erosiona el Everest a que eso cambie.

Pd: Ardo en deseos de saber qué cosas se trajo en su cabeza desde su viaje italiano.