martes, 15 de junio de 2021

Joven talento

Creo que todos estarán de acuerdo en que en general los jóvenes no tienen la etiqueta de ejemplaridad colgada a sus espaldas. Hables con quien hables lo más probable es que no lance piropos a los jóvenes. Todo lo contrario.  Que si no tienen educación, que si han perdido los valores, que si les da igual todo, que no tienen respeto, que los principios los pisotean, flojos, vagos, etc. Supongo que es algo común al paso de los años, y es algo que en la sociedad ha ocurrido siempre y que muy probablemente seguirá ocurriendo. Ya saben, la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo. George Bernard Shaw dixit.

No sé qué opinión tendrá cada uno de la juventud, pero en mi caso casi todas las que asocio me generan envidia o nostalgia.  Los sentimientos nunca fueron tan puros y simples como en la juventud. La amistad, las sonrisas, el primer amor, el tiempo libre...lo que inmediatamente me lleva a recordar aquel poema de Rubén Darío que recitaba con un sabor de amargura aquellas sobadas palabras de juventud divino tesoro, ya te vas para no volver. Y es que rozando el medio siglo mi espíritu puede ser joven, pero las canas señalan que, hoy día, mi juventud la observo como a un horizonte en lontananza.

Pero en casa sí hay juventud, pues tengo a dos chiquillos en casa. La artista y el futbolista. Así les llamo en ocasiones yo. Recientemente a la artista de la casa le han otorgado un quinto premio de relato corto a nivel provincial, aunque el concurso era a nivel nacional, organizado por Coca-Cola. Estaba contentísima y no me extraña. La seleccionó su profesora de lengua, participó online y meses después vinieron a entregarle el premio al salón de actos de su instituto. Afortunadamente pude ir a la entrega. En el cartel que colocaron presidiendo el escenario, con letras mayúsculas bien visibles se podía leer con claridad dos palabras que no suelen ir de la mano: Jóvenes Talentos.

En primera fila había muchas personas, todos aplaudían durante la entrega, pero uno de ellos permanecía sentado, aparentemente tranquilo, con las piernas cruzadas y sentía algo a un lado del pecho, como un pellizco, no era un sentimiento de juventud, sino más bien algo que se siente cuando rozas el medio siglo, y se llama orgullo. Un orgullo sano y puro. Es un sentimiento indirecto que su hija, una joven con talento, le regaló.  Nadie lo vio, pero ese hombre que peina canas sentía en su interior una explosión, un griterío,  como si por dentro estuvieran dando saltos de alegría y se lanzaran confetis de arcoíris.



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