miércoles, 30 de octubre de 2019

Murcia

Nuestro hotel en Elche estaba muy céntrico, quizás demasiado, porque Pepi dijo que esa noche se había despertado en varias ocasiones por ruidos desde la calle que la despertaban, que si el chirriar de las ruedas de un coche, gente gritando por las calles, o una moto con un tubo de escape estruendoso. Yo, lo cierto, es que no me enteré de nada. Desde el momento en el que cerré los ojos caí en ese letargo incierto en el que nada recuerdo. Pero la selección del hotel estaba justificada por la cercanía al Gran Teatro de Elche y por el poco tiempo que disponíamos para estar a la hora para el concierto de la noche anterior de Mark Lanegan.

Aún así despertamos relativamente pronto, desayunamos en el hotel, pues teníamos lo teníamos incluido y pusimos rumbo a Murcia. Entre nuestro hotel y el aparcamiento junto al ayuntamiento de Murcia se tarda una hora aproximadamente, tiempo que sirvió a Pepi como prórroga del sueño interrumpido de la noche anterior.  La Casa Consistorial de Murcia es atípica, da la sensación de estar contemplando un edificio del suramericano, un reloj centrado en un amplio frontón sobre estilizadas columnas corintias y el llamativo color asalmonado así como la balaustrada en la cubierta lo sugerían. 

El día era estupendo, la temperatura fantástica y todos estábamos con muchas ganas de pasear por Murcia. Accedimos a la Plaza del Cardenal Belluga por la Calle del Arenal, entre el Palacio Episcopal y el Ayuntamiento. Desde el centro de la plaza, en un lado está la fachada principal de Catedral de Murcia de estilo barroco, en el otro extremo de la plaza el Edificio de Moneo, si se me permite el símil cinematográfico, la Bella y La Bestia de la ciudad.

Accedimos a visitar el interior de la Catedral, alquilamos unas audioguías a la entrada e hicimos el recorrido recomendado. Nos empapamos de su Historia, de sus destacados aspectos arquitectónicos y admiramos sus capillas, el coro y el famoso sepulcro de Alfonso X El Sabio, donde supuestamente se encuentran su corazón y sus entrañas. Al finalizar la visita rodeamos la catedral al completo por el exterior para ver con detalle las distintas puertas barrocas y la torre.

En la parte posterior, junto a la plaza Hernández Amores estaba la confitería Roses donde probamos unos pasteles de carne, que es típico y teníamos ganas de probarlo, y además nos sirvió como tentempié de camino a visitar el Real Casino, que aunque es un edificio de ámbito privado mantiene un régimen de visitas turísticas. Es un edificio muy singular por mantener una arquitectura muy heterogénea. La fachada es modernista, el patio es árabe, el vestíbulo barroco e incluso incluye una biblioteca de madera, o un patio pompeyano de estilo neoclásico. Es en realidad un batiburrillo de estilos aparentemente sin ton ni son pero que ciertamente, en conjunto, a mi parecer, es elegante. A Sofía le encantó visitar un salón de baile.

Salimos del Casino y fuimos a pasear. Era sábado la calle Trapería estaba abarrotada. Llegamos a la Plaza Santo Domingo, cruzamos por el arco hasta llegar al Teatro de Romea. Seguimos callejeando hasta llegar en la Plaza Santa Catalina y la Plaza Flores. Todo Murcia parecía estar allí. Encontramos una mesa libre en una terraza y me tomé una cerveza fría con una tapa de ensaladilla rusa, que la sirven sobre un rosco de piquito de pan. Pasamos un buen rato allí descansando. Bajamos en dirección del Mercado de Abastos pero como ya era tarde no entramos.  Nos acercamos a contemplar el río Segura por el Puente de los Peligros.

Había llegado el momento de ir a almorzar a un buen sitio y como un amigo me había recomendado ir a La Pequeña Taberna, pues no me compliqué más. Allí nos plantamos. Lo cierto es que comimos de maravilla. Probamos sus famosas alcachofas de la abuela, unos caballitos de langostinos, los huevos revueltos de Miguel, una buena carne a compartir  y de postre los famosos paparajotes murcianos. Todo delicioso. Si vuelvo a Murcia no voy a tener que complicarme. Pedí un café y la cuenta. Nos despedimos dando un pequeño recorrido por el centro de Murcia de vuelta y pusimos rumbo de vuelta a Elche.

En Elche se celebraba una especie de mercado medieval y no cabía ni un alfiler. Era una curiosa mezcla de mercado tradicional y feria. Habíamos quedado con unos amigos que se acercaron a Murcia y conocimos a su pequeño, que estaba para comérselo. Tomamos unas cervezas y charlamos un buen rato, pero se tuvieron que ir pronto porque bueno, los niños pequeños son así, tienen sus rutinas y es mejor no ir cambiándolas.

Nosotros aún continuamos un rato por el centro, rodeamos la Basílica de Santa María y la Torre de la Calahorra, cerca del Museo Arqueológico frente al palmeral. Incluso nos tomamos un gofre como cena. Ya el largo día comenzaba a pesar y decidimos que iba siendo hora de recogernos, así que dando un pequeño e intencionado rodeo llegamos al hotel para descansar.

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