Amaneció el día algo nublado en Lisboa lo cual era una buena noticia si la idea era asistir a un festival de rock a pasar un buen número de horas a la intemperie y bajo el Sol, especialmente si teníamos en cuenta que estábamos a mediados de julio.
Lo primero que hicimos esa mañana fue comenzar por el principio y desayunamos copiosamente en el bufé del hotel pero sin demora, porque seguidamente nos dirigimos de nuevo a la Praça del Rossío, junto a la fuente frente al edificio del Teatro Nacional, donde arrancaba la visita guiada a la que estábamos todos apuntados.
Tras las primeras presentaciones y una breve explicación inicial de la misma plaza, visitamos el monumento situado frente a la Iglesia de Santo Domingo, dedicado a los millares de víctimas judías asesinadas en una masacre llevada a cabo en el año 1506. Desde allí y mientras el día se aclaraba de nubes, giramos de nuevo de vuelta a la plaza y nos introdujimos en la estación de tren de Rossío, que posee una extraordinaria fachada neomanuelina, aunque la verdadera razón de acceder a la estación de trenes de Rossío era ahorrarnos cuestas, porque Lisboa tiene pendientes para dar y regalar. Por eso uno de los consejos principales y que más rápidamente suma seguidores en Lisboa es usar los atajos de esfuerzos que ella ofrece. Las escaleras mecánicas de la estación de Rossío es un recorte de esfuerzos nada despreciable.
De manera que subimos por las escaleras mecánicas de la estación de trenes y salimos justo a la entrada de la Calçada Do Duque, y desde allí ascendimos una pronunciada cuesta que nos llevaba a una de las plazas con más historia de la capital portuguesa, Largo do Carmo.
La Plaza do Carmo fue centro de la Historia en mayúsculas de Lisboa. En el Cuartel do Carmo, sito en la misma plaza, el 25 de abril de 1974, se puso punto y final a la dictadura de Salazar. Nombres como António de Espínola, Salgueiro Maia o Celeste Caeiro son parte principal y singular grabada para siempre en la historia portuguesa. Nuestra guía nos resumió la historia, ofreciéndonos un lienzo a trazos de los principales acontecimientos de aquellos días, con sus tanques, sus claveles, sus curiosidades y sus consecuencias. Todo muy interesante.
En el centro de la plaza se encuentra una magnífica fuente barroca, y también en la misma Plaza do Carmo, estaba el Antiguo convento do Carmo, que era el templo gótico más importarte de Lisboa hasta que el terremoto de 1755 lo tiró abajo y lo dejó en las ruinas que es hoy. Actualmente alberga el Museo Arqueológico de la ciudad, que no visitamos.
Continuamos nuestro camino siguiendo los pasos de nuestra guía, cortando por calle abarrotadas de comercios hasta llegar al Largo de Chiado, junto a la Praça Camoes. En cada plaza nos deteníamos y la guía nos iba explicando las singularidades de cada una. Bajamos por el Largo do Chiado, que es uno de los lugares más turísticos de Lisboa. Allí se encuentra la cafetería Brasileira y sentado en una de sus mesas está la escultura de Pessoa, que es una las fotografías más perseguidas de la ciudad. Al final de la calle, giramos a mano izquierda desde donde se tiene una espléndida vista del Elevador de Santa Justa. La Baixa es a mi juicio una de las zonas con más vida de la capital lisboeta.
Giramos junto al Elevador por la Rua Santa Justa hasta la Rua Augusta que se encontraba atestada de gentío y la recorrimos entera hasta la Praça do Comercio donde nuestra guía despidió su visita. Después de disfrutar de la maravillosa Praça y de retratarnos con los teléfonos en casi todas las perspectivas decidimos buscar un sitio donde descansar los pies y tomar el almuerzo.
No muy lejos de la Praça do Comercio encontramos un restaurante que cumplía nuestros requisitos. El mío era tomar bacalao dorado. ¡Riquísimo! Después del almuerzo nuestras santas se fueron con los niños en taxi dirección al Oceanário de Lisboa mientras que mi cuñado Francisco y yo, en tranvía, fuimos directos al festival Nos Alive, del que hacía meses que teníamos entradas para ese día.
En el festival habíamos quedado con unos amigos que también habían venido desde la península a ver el festival, y para más señas a Pearl Jam, con ellos coincidí en Barcelona y ahora también en Lisboa. Ellos estaban ya allí cuando nosotros llegamos, algo así como en tercera fila delante del escenario. Eso sí, de pie. Primero vimos a The Last Internationale, después a Alice In Chains, Franz Ferdinan, Jack White y por último a Pearl Jam, que ofrecieron un conciertazo difícil de olvidar. En total unas once horas de pie, literalmente, pero sarna con gusto no pica, dicen.
Cuando terminó el concierto nos encontramos con otros conocidos, a los que saludamos y comentamos el concierto y poco más. Nos acercamos a ver un par de canciones de At The Drive In y nos marchamos en busca de un transporte que nos devolviera -lo que quedaba de nosotros- al hotel. Era tarde y había sido un día largo e intenso a la vez que irrepetible, además al día siguiente debíamos madrugar. Apenas tres horas de descanso se asomaban a nuestra noche.
Tras las primeras presentaciones y una breve explicación inicial de la misma plaza, visitamos el monumento situado frente a la Iglesia de Santo Domingo, dedicado a los millares de víctimas judías asesinadas en una masacre llevada a cabo en el año 1506. Desde allí y mientras el día se aclaraba de nubes, giramos de nuevo de vuelta a la plaza y nos introdujimos en la estación de tren de Rossío, que posee una extraordinaria fachada neomanuelina, aunque la verdadera razón de acceder a la estación de trenes de Rossío era ahorrarnos cuestas, porque Lisboa tiene pendientes para dar y regalar. Por eso uno de los consejos principales y que más rápidamente suma seguidores en Lisboa es usar los atajos de esfuerzos que ella ofrece. Las escaleras mecánicas de la estación de Rossío es un recorte de esfuerzos nada despreciable.
De manera que subimos por las escaleras mecánicas de la estación de trenes y salimos justo a la entrada de la Calçada Do Duque, y desde allí ascendimos una pronunciada cuesta que nos llevaba a una de las plazas con más historia de la capital portuguesa, Largo do Carmo.
La Plaza do Carmo fue centro de la Historia en mayúsculas de Lisboa. En el Cuartel do Carmo, sito en la misma plaza, el 25 de abril de 1974, se puso punto y final a la dictadura de Salazar. Nombres como António de Espínola, Salgueiro Maia o Celeste Caeiro son parte principal y singular grabada para siempre en la historia portuguesa. Nuestra guía nos resumió la historia, ofreciéndonos un lienzo a trazos de los principales acontecimientos de aquellos días, con sus tanques, sus claveles, sus curiosidades y sus consecuencias. Todo muy interesante.
En el centro de la plaza se encuentra una magnífica fuente barroca, y también en la misma Plaza do Carmo, estaba el Antiguo convento do Carmo, que era el templo gótico más importarte de Lisboa hasta que el terremoto de 1755 lo tiró abajo y lo dejó en las ruinas que es hoy. Actualmente alberga el Museo Arqueológico de la ciudad, que no visitamos.
Continuamos nuestro camino siguiendo los pasos de nuestra guía, cortando por calle abarrotadas de comercios hasta llegar al Largo de Chiado, junto a la Praça Camoes. En cada plaza nos deteníamos y la guía nos iba explicando las singularidades de cada una. Bajamos por el Largo do Chiado, que es uno de los lugares más turísticos de Lisboa. Allí se encuentra la cafetería Brasileira y sentado en una de sus mesas está la escultura de Pessoa, que es una las fotografías más perseguidas de la ciudad. Al final de la calle, giramos a mano izquierda desde donde se tiene una espléndida vista del Elevador de Santa Justa. La Baixa es a mi juicio una de las zonas con más vida de la capital lisboeta.
Giramos junto al Elevador por la Rua Santa Justa hasta la Rua Augusta que se encontraba atestada de gentío y la recorrimos entera hasta la Praça do Comercio donde nuestra guía despidió su visita. Después de disfrutar de la maravillosa Praça y de retratarnos con los teléfonos en casi todas las perspectivas decidimos buscar un sitio donde descansar los pies y tomar el almuerzo.
No muy lejos de la Praça do Comercio encontramos un restaurante que cumplía nuestros requisitos. El mío era tomar bacalao dorado. ¡Riquísimo! Después del almuerzo nuestras santas se fueron con los niños en taxi dirección al Oceanário de Lisboa mientras que mi cuñado Francisco y yo, en tranvía, fuimos directos al festival Nos Alive, del que hacía meses que teníamos entradas para ese día.
En el festival habíamos quedado con unos amigos que también habían venido desde la península a ver el festival, y para más señas a Pearl Jam, con ellos coincidí en Barcelona y ahora también en Lisboa. Ellos estaban ya allí cuando nosotros llegamos, algo así como en tercera fila delante del escenario. Eso sí, de pie. Primero vimos a The Last Internationale, después a Alice In Chains, Franz Ferdinan, Jack White y por último a Pearl Jam, que ofrecieron un conciertazo difícil de olvidar. En total unas once horas de pie, literalmente, pero sarna con gusto no pica, dicen.
Cuando terminó el concierto nos encontramos con otros conocidos, a los que saludamos y comentamos el concierto y poco más. Nos acercamos a ver un par de canciones de At The Drive In y nos marchamos en busca de un transporte que nos devolviera -lo que quedaba de nosotros- al hotel. Era tarde y había sido un día largo e intenso a la vez que irrepetible, además al día siguiente debíamos madrugar. Apenas tres horas de descanso se asomaban a nuestra noche.
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