domingo, 1 de septiembre de 2024

No hay verano que se precie

No hay verano que se precie que no vayamos los cuatro a echar la mañana a la playa y seguidamente vayamos a comer al chiringuito. Es casi una tradición. Una costumbre creada año a año, a costa de la repetición. Es lo que se suele conocer como una ley no escrita, que en realidad son luego las de más calado. 

Elegir un día entre semana es clave, para evitar la masificación. Ir a media mañana, pero no muy tarde para poder aparcar y seguidamente poder pinchar la sombrilla en la arena no muy lejos del chiringuito ni tampoco de la orilla.  Darnos un baño después de tomar el sol, leer algunas páginas de un libro. Disfrutar de la libertad natural de dejarse mecer por la marea. Secarse al sol tumbado en una toalla. Notar el salitre en la piel, escuchar el sereno y constante rugir de las olas del mar. Ver a tus hijos sonreír. La felicidad es tan simple y tan complicada a la vez.

Esperar a secarnos antes de ir al chiringuito. Comer con vistas al mar, sintiendo la brisa fresca en la piel. El primer buche de cerveza fría es irrepetible, el intenso gusto marino de las coquinas, el regalo de sabor que es disfrutar de un espeto de sardinas salpicadas en limón y continuar con una paella. Y lo mejor, disfrutar los cuatro juntos de todo esto.

Algo dulce para acabar la comida y regresar al mar justo antes de dormir la siesta a la sombra de la sombrilla. Ya desde ese momento, justo antes de apagar la consciencia  sabes que pocas cosas van a poder superar un día así. Gracias vida.


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