lunes, 19 de agosto de 2024

Coimbra - Aveiro - Oporto

A pesar de que en el centro de Coimbra no faltaban sitios para desayunar, habíamos reservado un hotel con desayuno incluido, más que nada por eso de la comodidad de bajar y desayunar y no tener que perder tiempo en comenzar nuestro descubrimiento de la ciudad.

El día lo teníamos de nuevo cargado de actividades y la primera, justo después de desayunar, era una visita guiada, un free tour, que partía desde el acueducto de San Sebastián. Así que para no volver a recorrer el mismo tramo de la tarde anterior decidimos hacer un recorrido distinto y cortamos por unas escaleras, Escadas do Quinchorro, que aunque había leído que eran muy empinada y con altura desiguales, lo cierto es que te llevan rápidamente a la zona alta, sin rodeos, pero eso sí, con un gran esfuerzo. Así lo hicimos. 

Una vez arriba, y recuperado el resuello hay unas vistas estupendas sobre el río Mondego. Al menos el descanso es entretenido. Tras continuar una corta y suave ascensión llegas a otro tramo de escaleras, Beco da Pedreira, más corto, pero que te deja justo junto a la Biblioteca, pero debajo de otra escalinata, la Escada de Minerva, que da acceso ya directo a la Universidade de Coimbra. Que si eres estudiante y has subido todas estas escaleras, al llegar arriba estoy seguro que los alumnos estaban deseando sentarse  un rato a atender en clase. Ciertamente habíamos acortado muchísimos metros y tiempo, pero nuestro esfuerzo nos costó.

A esa hora la plaza presidida por la estatua del Rei Dom Joao III, estaba casi para nosotros. Las visitas guiadas aún no habían llegado, los turistas estaban de camino, y sólo estábamos cuatro madrugadores despistados un miércoles de agosto. Yo disfruté tener una plaza tan emblemática sólo para nosotros. Dimos un relajado paseo por ella y nos hicimos unas fotos de rigor casi desde cualquier ángulo y tras rodear la plaza completamente, y tras contemplar detenidamente  cada fachada de la plaza, la abandonamos por la Porta Férrea y nos dirigimos hacia el acueducto.

Como íbamos con tiempo antes del free tour nos dio tiempo a visitar brevemente el Jardín Botánico. Precioso. Pensé que si yo viviera en Coimbra, sería uno de mis lugares favoritos. Puedes pasar la mañana disfrutando de las diferentes especies que allí se encuentran. Vi los nenúfares más grandes que jamás contemplé y según leí contenía cerca de un millón de especímenes originarios de todo el mundo. Una maravilla. ¡Y qué fuentes! Había un buen montón de bancos de piedra en sombra donde llegaba el murmullo de una fuente cercana. Qué ganas de sentarse a refrescarse leyendo un libro.

Comenzó la visita y tras una breve introducción histórica volvimos a ver lo mismo prácticamente que habíamos visto en la tarde anterior pero ahora asimilando desde un conocimiento histórico lo que teníamos ante nuestros ojos y, lo más importante, nos señalaban detalles que por nosotros mismos no observamos en nuestro caminar primerizo.

Accedimos por la Escada Monumentais da Universidade, y desde ahí la guía fue explicándonos las estatuas, monumentos y las fachadas en un recorrido muy ameno. La fachada del Palacio Real, y por supuesto la Biblioteca Joanina a la que no accedimos. Dicen que siempre hay que dejarse algo importante para la siguiente vez que se visite la ciudad. Eso fue lo que nos dejamos pendiente de Coimbra. En el descenso nos acercó a ver la Torre de Anto, que según contó antiguamente formó parte de la muralla de la ciudad, y que allí vivió un poeta famoso portugués llamado Antonio Pereira Nobre.

Terminamos la visita en el Largo da Portagem, junto al río Mondego. Le dimos nuestra propina y fuimos a comer algo antes de abandonar Coimbra y continuar nuestro descubrimiento portugués. Nos decidimos en A Cozinha da Maria, un restaurante de comida portuguesa en la Praça do Comércio, donde fue un acierto comer. Todo estuvo estupendo. Yo pedí un Bacalao a la Nata, que estaba muy bueno. Pedí un café porque tras la comida tocaba conducir. Fuimos al hotel, recogimos las maletas y al coche. 

Nuestro siguiente destino de paso era Aveiro, a poco más de una hora y cuarto estábamos aparcando en el Parque dos Remadores Olímpicos, aunque el navegador del coche nos hizo dar unas cuantas vueltas antes de llegar. Aveiro es una pequeña localidad muy turística, con casitas de colores y con fachadas de azulejos, al estilo más típicamente portugués. Cruzamos por el Ponte dos Botiroes, que es un curioso puente peatonal circular y comenzamos a pasear por el centro histórico, donde vimos del Obelisco da Liberdade, la Cámara Municipal (Ayuntamiento), pero sobre todo paseamos por sus calles adoquinadas y contemplamos algunas fachadas de edificios art nouveau.

Por los canales paseaban una típica embarcación tradicional que se llamaban moliceiro, que tenía mucha similitud a las góndolas venecianas, pero estas eran de variados colores. En una pequeña tienda que se anunciaba como de fabricación propia probamos unos Ovos Moles que es un dulce típico de la región. Me recordaron a las yemas de Santa Teresa de Ávila. La tarde era algo ventosa y el olor salino del mar se podía respirar. 

Regresamos al coche y nos dirigimos a Praia da Costa Nova que por lo visto es famoso por la práctica del kitesurf, pues es una zona con fuertes vientos, pero lo que a nosotros nos atraía no era la práctica de dicho deporte sino la curiosa arquitectura de sus casas de fachadas pintadas con franjas de colores vivos y alegres. Miguel y Sofía sí quisieron darse un baño oceánico. Mirar el Atlántico desde Costa Nova es como mirar al infinito. Inmensas olas rompen muchas veces antes de llegar a la orilla, el rugido continuo recuerda a una fiera acechante, casi como fuerza sobrenatural, y lo que hay por delante, en realidad no es otra cosa más natural que el océano Atlántico. Más de cinco mil kilómetros de distancia hasta el continente americano. La inmensidad de lo desconocido. Un viaje de descubrimiento. Dos mundos separados por una naturaleza indómita, salvaje y descomunal.

Esperamos que los niños se secaran, y tras dar un paseo de despedida por delante de las casas típicas de la Costa Nova, nos metimos en el coche y tiramos para nuestro siguiente parada: Oporto. Aproximadamente una hora en coche. Un poco más porque pillamos bastante tráfico a la entrada de la ciudad. Primero a la entrada del Ponte do Freixo, para cruzar el río Duero, y después junto al estadio Do Dragao en nuestro trayecto al hotel, que estaba cerca del Hospital Sao Joao. 

Salimos a cenar algo en un centro comercial que había muy cercano al hotel y decidimos ir a descansar pronto, pues habíamos vivido otra jornada larga e intensa.

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