Hace unos días estuvimos mi señora, los dos pequeñajos y yo en Ikea donde fuimos para comprar algo que en principio era necesario, y además, según comprobamos en las revistas de publicidad que buzonean, salía bastante económico, pero que, por decisiones equivocadas o más bien por indecisiones acumuladas, finalmente no compramos. Lo que sí compramos son los cuatro bultos de cartón de distintos tamaños que hay repartidos por el salón de casa esperándome para ser desembalados y montados. Cuatro cajas cuyo contenido probablemente nos vendrá muy bien pero que no eran exactamente, ni de cerca, lo que íbamos buscando.
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La gran diferencia de este año con respecto a veces anteriores es que ahora para montar todo lo que hemos comprado no estoy solo, ahora hay dos pequeñajos que sin saber bien lo que es un tornillo o una llave inglesa pretenden ellos solos montarlo todo sin escuchar consejos ni advertencias. Muy autodidactas ellos. Es graciosísimo escucharlos debatir sobre la utilidad de cada pieza, de si esta pieza será un tirador de la lámpara o aquello un cerrojo de la silla. Luego está la organización del trabajo: ahora me toca a mí sostener la pieza, cuento hasta diez y te la paso para que la sostengas tú... Menos mal que cinco minutos después de haber comenzado ya dicen que necesitan descansar porque están cansados.
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