Para nuestra segunda jornada en Bélgica, en nuestro plan a grandes trazos, habíamos previsto escaparnos desde Brujas a Gante para volver el mismo día de nuevo al hotel, y eso fue lo que hicimos. Despertamos bien temprano, y bajamos a tomar el desayuno que teníamos incluido en el precio del hotel, seguidamente dimos una larga caminata hasta la estación de tren, en parte para despertarnos y en parte para empezar a bajar el desayuno.
En Gante cayeron sobre nosotros las primeras gotas del viaje, una llovizna fina e intermitente pero que fue suficiente para entorpecer nuestros primeros pasos por la ciudad imperial. Paramos en una cafetería para tomar un café y aprovechar para llamar a nuestros pequeños y saber de ellos.
El políptico fue expoliado por Napoleón, que se llevó cuatro partes de él a París y que regresaron a Gante en 1816; y ese mismo año lo volvieron a robar y cuenta la leyenda que un holandés lo compró por una cerveza. Regresó a su lugar originario un siglo después, en 1919. En la segunda guerra mundial, los nazis lo ocultaron en una mina de sal de Salzburgo, que le causó algún que otro deterioro, como veis una pintura con mucha historia.
En la Catedral de San Bavón hay también diversas obras de importancia, pero me gustaría resaltar el púlpito, de mármol blanco de Carrara y madera de Dinamarca, que representa El triunfo de la Verdad sobre el Tiempo. Simplemente impresionante.
Continuamos visitando el Belfort o Campanario, de 95 m de altura, que está justo en frente de la Catedral, y junto a ambos, alineada, está la Iglesia de San Nicolás, que también visitamos. Las tres edificaciones definen el horizonte medieval de la ciudad.
Además nos acercamos a Het Gravensteen (Castillo de los Condes de Gante), un castillo medieval que evoca el inestable y violento contexto histórico de Gante. Más tarde, a finales del siglo XVII, sirvió de prisión, hoy día es un atractivo turístico más de la ciudad. Cerca de allí pudimos hacernos una foto junto con Dulle Griet, el célebre cañón de color rojo en el folclore de la ciudad. Volvimos a la plaza de la Catedral y en uno de los múltiples locales de comida rápida que se encuentran allí almorzamos unas frittes y unos bocadillos -el mío de cangrejo- y cogimos un tranvía que nos llevó a la estación, donde tomamos el tren de vuelta a Brujas. ¡Qué sueñecito nos entró en el tren!
Nada más regresar a Brujas nos pusimos las pilas y apretamos el paso para visitar la Iglesia de Nuestra Señora, antes de que cerraran las puertas, para admirar la magnífica escultura en mármol realizada por Miguel Ángel, de una maravillosa belleza clásica, profundamente admirable. También admiramos un cuadro, Nuestra Señora de los Siete Dolores, de alrededor de 1530, de Adrian Isenbrandt, el cual yo no conocía y me encantó.
Abandonamos la iglesia con los pies ya bastante machacados y decidimos que era el momento idóneo para montarnos en uno de los múltiples tours en barcos que hay por los canales, ya que el tiempo parecía haber mejorado y nos ofrecía su mejor sonrisa. El paseo en barco fue muy placentero a la par que ilustrativo, pues el guía y timonel hablaba algo de español y fue explicándonos las cautivadoras fachadas de los edificios así como más de una anécdota curiosa que la visión desde el barco nos ofrecía. Recomiendo a cualquiera que visite Brujas realizar uno de estos tours.
Uno de los descubrimientos agradables en este lugar fue que cuando pides una cerveza, siempre te la sirven en su vaso, quiero decir en el vaso en el que se supone que se debe servir la cerveza, con la marca de la cerveza. Es común ver una mesa donde cuatro personas piden cuatro cervezas distintas y tienen cuatro vasos distintos, incluso servidos de manera distinta. Una gozada para los que amamos la cerveza. Allí probé la que tendría que haber probado en Gante, una Gouden Carolus Tripel, que, según afirma la guía El País Aguilar, era la cerveza favorita de Carlos V; Pepi probó una cosa rara que le recomendó un amigo, una cerveza con cerezas, la probé y qué quieren que les diga, prefiero la cerveza sin mezclas.
Estas cervezas nos abrieron el apetito, de manera que volvimos a la preciosa Grote Markt de Brujas y volvimos a tomar asiento otra vez en una terraza. Volví a pedir mejillones que es uno de los platos típicos de la zona, aunque en esta ocasión los pedí cocinados de otra manera, y Pepi un kitsch de verduras que compartimos y por supuesto más cervezas. Menos mal que el camino al hotel era corto.
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