Como venimos repitiendo en los últimos veranos, mi santa, los niños y yo nos presentamos junto con unos amigos en la Sierra de Grazalema, con la intención de descansar unos días junto a una piscina donde refrescarnos, y también para aprovechar las noches frescas que el microclima de Grazalema y alrededores ofrece.
En Grazalema, entre abundantes comidas, siempre queda despejado algo de tiempo para leer. Allí me llevé el libro de W.G. Sebald, Los anillos de Saturno, que ya comenté en este blog, pero también lo acompañé con París era una fiesta de Ernest Hemingway, que es un escritor al que intencionadamente elijo de compañero en Grazalema. Supongo que relaciono el contacto con la naturaleza con la escritura directa de Hemingway. De manera que Hemingway se ha convertido en un escritor para el verano y también para la sierra, aunque, dependiendo de la edición, también podría ser un buen compañero de primera línea de playa.

Como toda memoria, el libro es una crónica de época, y en él se expone uno de los períodos más atroces vividos en la historia de la humanidad, los años entre las dos guerras mundiales, sin embargo en el libro se respira una intensa felicidad, la felicidad que Hemingway disfrutaba en París junto con su primera esposa, Hadley Richarson. Eran jóvenes y pobres, pero felices: "comíamos bien y barato, bebíamos bien y barato, y juntos dormíamos bien y con calor, y nos queríamos".
Personalmente me han agradado los capítulos en los que Hemingway cuenta sus primeros contactos con Picasso, Gertrude Stein, Ezra Pound, Ford Madox Ford, James Joyce o Scott Fitzgerald y su relación con Zelda.
En el libro Hemingway dejó escrito: "Nunca escribas sobre un lugar hasta que estés lejos de él". Yo le hice caso y dejé pasar algún tiempo para escribir esta entrada.
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