Ocurrió en una agradable mañana de principios del diciembre pasado. El Sol lucía esplendoroso en un cielo limpio y cristalino. Una suave brisa mecía delicadamente las hojas de las copas de los árboles. Un día perfecto, en definitiva, para ir a una plaza y tomar asiento en una terraza desde donde, siempre que fuese posible, tuviéramos buenas vistas al parque donde los niños pudieran jugar y desfogarse. No tuvimos que pensarlo mucho y media hora más tarde ya habíamos tomado asiento. Se nos acercó un camarero que profesionalmente aguardó para tomarnos nota. Una Coca-Cola light, dos zumos de melocotón, si pueden ser del tiempo y con dos pajitas, mejor, y una cerveza bien fría, por favor. El camarero no tomó nota porque no le hacía falta, pero además porque llevaba el brazo derecho en cabestrillo. La muñeca abierta de llevar la bandeja demasiado cargada tantas veces, pensé.

Pedimos un par de raciones de pescado frito, una ensalada y unas coquinas, y cuando el camarero se fue a realizar el pedido a la cocina, mi Santa que había estado con el oído enganchado en la conversación que manteníamos el camarero y yo, preguntó, justo después de irse el camarero, ¿Qué dice, que se ha roto el brazo tocando el piano?
No pude evitar soltar dos sonoras carcajadas. Menos mal que no tenía la cerveza en la boca pues la hubiera espurreado entera.
Ha pasado casi dos meses de aquello y hemos vuelto a la plaza pero ni el camarero, ni el bar estaban abierto, por lo visto -nos enteramos después- es otro de los muchos bares que esta maldita crisis se ha llevado por delante.
Yo también me he reido!!!!! jajajajaja...
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